FUENTE: El Mundo
Para tratar una amigdalitis, lo habitual es que el médico recomiende 10 días de antibióticos. Para la neumonía, también 10 días. Sin embargo, algunos ensayos han comprobado que con un tratamiento de entre tres y seis días para el primero, y de cinco para el segundo, es suficiente.
Esto pone de manifiesto, en gran medida, el abuso en el consumo de estos medicamentos. El uso excesivo de antibióticos es una de las causas de resistencia bacteriana, uno de los principales problemas de salud pública a nivel global que pone en riesgo a la medicina moderna. Solamente en Europa mueren cada año cerca de 25.000 personas por esta razón, según un informe de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria publicado a principios de 2017.
Un análisis publicado en la revista médica British Medical Journal señala que el mensaje «profundamente arraigado» de tomar el tratamiento al completo para evitar, precisamente, la resistencia antibiótica, no se apoya en evidencias científicas y provoca justo lo contrario.
«Ya es hora de que políticos, educadores y médicos dejen atrás esta idea», indica uno de los autores, Martin Llewelyn, especialista en Microbiología e Infección en el Brighton and Sussex Unniversity Hospital (Reino Unido). El experto explica a EL MUNDO que es necesario estudiar más profundamente a partir de qué momento es seguro dejar el tratamiento antibiótico. «Hasta ahora, los antibióticos se han prescrito en tratamientos de cierto número de días, dependiendo de la enfermedad a abordar», afirma.
Por ejemplo, para la infección de riñón se suelen recomendar 14 días de antibióticos. «A menudo se cree que si el paciente deja de tomarlo demasiado temprano, eso potenciará la resistencia antibiótica. Esto no es verdad».
Sin ir más lejos, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó en 2016, durante la Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de Antibióticos, que «siempre se complete el tratamiento aunque el paciente se encuentre mejor, ya que detenerlo antes de tiempo fomenta el crecimiento de bacterias resistentes».
Sin embargo, Llewelyn destaca que estas recomendaciones están basadas en la tradición y no en evidencias científicas. Sin embargo, también afirma que no se sabe «con claridad» cuánto tiempo habría que reducir el tratamiento para minimizar las posibilidades de que las infecciones reaparezcan.
«Necesitamos más estudios que demuestren en qué momento es seguro detener el tratamiento, pero llevar a cabo este trabajo es difícil si los médicos y los pacientes siguen creyendo, equivocadamente, que dejar el tratamiento antes de lo que habitualmente se recomienda puede aumentar el problema de la resistencia», afirma el investigador.
El propósito del artículo, explica a este periódico otro de los autores, el profesor Tim Peto, del Centro de Investigación Biomédica de Oxford (Reino Unido), es poner de manifiesto los mitos sobre los riesgos de provocar resistencia bacteriana al reducir la duración de los tratamientos.
La amenaza proviene, principalmente, de bacterias que están presentes en nuestra piel, en nuestro intestino o en el ambiente, de forma inofensiva. Las más comunes son la Escherichia coli, la Enterococcus faecium, Staphylococcus auerus o la Klebsiella pneumoniae, entre otros, explica el autor. El problema viene cuando, por alguna razón, pasan a la sangre, y causan la infección.
Cuando una persona toma antibiótico, las cepas de la bacteria sensibles al medicamento son reemplazadas por las resistentes. Por lo tanto, una persona que haya recibido uno de estos tratamientos es «más propensa a tener otra infección resistente», señala a este diario el presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC), José Miguel Cisneros.
«Estos medicamentos son maravillosos, porque son capaces de curar al 100%, pero ahora tenemos que tener mucho cuidado con no recetar ni un gramo ni un día de más», explica Cisneros.
En su opinión, las recomendaciones de duración han sido «muy largas». No obstante, añade que «esto no quiere decir que el paciente deje el tratamiento cuando se encuentre mejor, sino que siga estrictamente la pauta del médico».
Este experto indica que, según los datos sobre el consumo de antibióticos publicados en 2016 por el Ministerio de Sanidad, España está entre los primeros puestos del mundo en consumo de estos medicamentos.
En este sentido, señala que nuestro país puso en marcha en 2013 un Plan Nacional de Resistencia Antibiótica «muy completo» pero que, por el momento, carece de financiación.
«Si no frenamos este problema, la medicina moderna no va a ser posible:no habrá trasplantes, ni se podrá atender a pacientes con cáncer, por ejemplo», advierte.
Cisneros indica que, según las estimaciones de las que disponen en la SEIMC, fallecen tres veces más personas por este problema global que por accidentes de tráfico, lo que da una idea de la magnitud del problema.
El trabajo concluye señalando que «los antibióticos son un recurso natural valioso y finito que debemos conservar».