FUENTE: La Razón
Un tatuaje es para toda la vida. Puede que el láser elimine la tinta, pero no sus efectos sobre el organismo. Estudios previos habían avisado de que algunas de las sustancias de los pigmentos son potencialmente cancerígenas. Sin embargo, hasta la fecha no se había descrito el mecanismo por el cual nuestro cuerpo absorbe dichas sustancias. Una investigación realizada por el Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón (ESRF) y la Universidad de Múnich, publicada en «Scientific Reports», demuestra ahora que las partículas de estas sustancias no sólo llegan hasta nuestro sistema inmune: vienen para quedarse, con consecuencias aún hoy impredecibles.
Se trata de un aspecto hasta hoy poco o nada estudiado; como recuerdan los responsables del estudio, las propiedades toxicológicas de los tatuajes y el maquillaje permanente no habían podido ser estudiadas en animales al ser considerados «poco éticos». Por ello, los investigadores analizaron muestras de cuatro individuos tatuados con colores naranja, rojo, verde y negro, así como de dos donantes no tatuados que constituyeron el grupo de control. A través de técnicas de fluorescencia de rayos X (FRX), estudiaron tejidos linfáticos y de la piel. Tras la inyección de tinta, las partículas procedentes de pigmentos orgánicos, metales pesados –níquel, cromo, manganeso o cobalto– y dióxido de titanio (TiO2) –un pigmento blanco aplicado para crear ciertos matices al mezclarlo con colorantes– son transportadas a través de la sangre y la linfa –el líquido que recorre los vasos linfáticos–. Pero también pueden ser «fagocitadas» por nuestras células inmunes, que después las depositan en los ganglios linfáticos. ¿Cómo lo detectaron? Muy fácil: estas estructuras ovaladas, que forman parte de nuestro sistema inmunitario y el sistema linfático, aparecían coloreadas. Después de que el tatuaje cicatrice, las nanopartículas están presentes tanto en la piel como en las sinuosidades de los ganglios.
El estudio no sólo cuenta con «evidencias sólidas» de que se produce una deposición «a largo plazo» de elementos tóxicos: los tatuajes también «alteran» nuestras biomoléculas, contribuyendo a la inflamación cutánea y otras adversidades. «No sabemos cómo puede afectar esto al funcionamiento de los ganglios linfáticos. Pero sí sabemos que las partículas a la escala nanométrica pueden ocasionar toxicidad en algunos modelos celulares y causar efectos negativos en células del sistema inmune», asegura a LA RAZÓN Hiram Castillo, del ESRF y uno de los autores del estudio. «La acumulación de nanopartículas de (TiO2) puede significar un problema. Nuestro estudio hace precisamente una llamada a investigar en esa dirección», añade.
El uso de metales pesados como el níquel, el cromo, etc, detectados por los científicos del Sincrotrón, fue puesto en tela de juicio a principios de este año en un informe realizado por la Comisión Europea, debido a que son potencialmente cancerígenos. Del mismo modo, el TiO2 también ha sido asociado a un mayor riesgo de padecer cáncer. Además, la tinta utilizada para los tatuajes de color negro contiene hidrocarburos policíclicos aromáticos, también considerados carcinógenos.
«Hay que ser precavido. Una cosa es lo que se ha identificado en el estudio, que es real, y otra las implicaciones médicas. En todo caso, es una señal de alerta», asegura a este diario Javier Domínguez, miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV). Uno de los problemas de la incidencia en los ganglios es que podría dificultar el diagnóstico de algunos tipos de cáncer. «Los ganglios linfáticos constituyen un punto muy importante a la hora de desarrollar cáncer. El melanoma incide sobre ellos. Si hay tinta en esa zona, puede dificultar la visualización correcta de las células afectadas. Puede alterar el seguimiento, o conocer el estado en el que se encuentra un paciente con melanoma. Pero no quiere decir que un paciente, por tener tatuajes, tenga más riesgo de desarrollarlo», subraya.
Lo curioso, señala Domínguez, es el mecanismo descrito por los investigadores. Una serie de células del sistema inmune, los macrófagos, captan las nanopartículas, las devoran, y las conducen hasta el nódulo linfático. «Se trata de un proceso similar al que siguen otras enfermedades, como la soriasis», afirma el experto.
Lejos de ser una solución, la eliminación a través del láser puede agravar el problema. «Eso sólo causaría que todo el pigmento se movilizase hacia el sistema sanguíneo. Se podría agravar el proceso de movilización incluso hacia otros órganos. En lugar de que el cuerpo se exponga al pigmento de forma sistémica, en ese caso la exposición sería aguda. De nuevo dependería del tamaño del tatuaje», argumenta Castillo.
Desde la AEDV, Domínguez llama a la tranquilidad... pero también a la prudencia. «A día de hoy, no hay evidencia de que sea malo para la salud. Pero hay que tener precaución, y saber que se trata de un cúmulo de sustancias potencialmente tóxicas. Se debe acudir a centros autorizados y, sobre todo, tener sentido común».