FUENTE: El País
En 2003, un experimento con 100 hombres demostró cómo nos engaña el cerebro. Todos sufrían una enfermedad coronaria y a todos se les trató con el betabloqueante Atenolol. Un tercio de ellos no sabían qué estaban tomando. A otro tercio les dijeron el nombre del fármaco y para qué servía. Al tercer grupo les confesaron que podían tener problemas de erección. Solo uno de los primeros y cinco del segundo grupo tuvieron disfunción eréctil. Pero un tercio de los que sabían qué efecto secundario podía tener el fármaco, acabaron sufriéndolo. Lo llaman efecto nocebo, el reverso del placebo.
"Nocebo se refiere a cualquier efecto negativo fruto de un tratamiento simulado. Puede ser el empeoramiento de un síntoma o la aparición de efectos secundarios", explica la investigadora de la Clínica Universitaria de Hamburgo-Eppendorf (Alemania), Alexandra Tinnermann. Aunque por cada investigación sobre este fenómeno hay 1.000 sobre el efecto placebo, además de agravar el estado de muchos enfermos, el efecto nocebo está entorpeciendo buena parte de la investigación y plantea dilemas en la práctica médica.
Junto a un grupo de colegas, Tinnermann ha comprobado que uno de los factores que pueden favorecer la aparición de efectos nocebo es el precio del tratamiento. "En los estudios sobre placebo, se ha visto que cuanto más cara es una medicación, mayor efecto placebo, lo que sugiere que en la mente de las personas, el medicamento caro aparece como más potente que el barato. Lo mismo parece suceder con el efecto nocebo. Pensamos que la gente cree que un potente fármaco también es más fuerte a la hora de tener efectos secundarios", explica la investigadora germana.
Para comprobarlo diseñaron dos cajas para una crema contra la dermatitis atópica. Una de las cajas (la de color naranja) daba una imagen más cutre del medicamento que la azul, con un diseño más cuidado. Confirmaron esta impresión con un centenar de personas ajenas al experimento. La mayoría supuso que la azul era más cara. Dentro de las cajas colocaron un tubo de crema e iniciaron el ensayo del nuevo medicamento.
Dividieron a 50 personas en dos grupos. A uno le aplicaron en el antebrazo la crema de la caja naranja y al otro, la de la caja azul. También les pusieron una tercera crema como control del experimento. Al primer grupo le dijeron que iban a probar una versión barata del fármaco y al segundo, la de gama alta. Buscaban reforzar la impresión que ofrecían las cajas. En ambos casos, también les dijeron que el producto les provocaría una quemazón que podría ser dolorosa. La crema se la aplicaron en un parche.
En realidad, el dolor de la quemadura lo provocó el parche: las tres cremas eran la misma sustancia sin ningún principio activo. Sin embargo, como muestran los resultados de su estudio, publicados en Science, los voluntarios a los que se les aplicó la crema de la caja azul dijeron sentir mucho más dolor. Y eso que la temperatura fue la misma para todos.
"Los estudios sobre nocebo demuestran que un síntoma puede ser amplificado o empeorado por las expectativas negativas", comenta la profesora de la Universidad de Maryland (EE UU) e investigadora de los fenómenos placebo y nocebo, Luana Colloca, no relacionada con esta investigación. "Por ejemplo, los participantes en un estudio pueden sentir un dolor insoportable cuando ellos experimentan un estímulo para el que han sido condicionados para que crean que será extremadamente doloroso, aunque el estímulo haya sido programado para provocar un nivel medio de dolor. Puede parecer un truco de la mente, pero ahora sabemos que interviene un sistema psiconeurobiológico de modulación del dolor que conecta las expectativas de la persona de un alivio o empeoramiento del dolor con la liberación o bloqueo de opioides endógenos", añade.
La investigación de Tinnermann muestra cómo sucede este proceso a nivel neurológico. Al mismo tiempo que se desarrollaba el ensayo, registraron la actividad cerebral de los participantes. "El córtex prefrontal, donde se cree que generamos las expectativas negativas afectó a regiones cerebrales más profundas, como el tallo cerebral e incluso la médula espinal". Todo el sistema principal del dolor se vio activado por el valor que los sujetos daban a las cremas. "Más aún, la comunicación entre estas regiones fue modulada por el precio de la medicación", añade.
"Las respuestas placebo y nocebo son muy comunes en el contexto de los ensayos clínicos", recuerda Colloca. El problema es que están afectando a la propia investigación médica. "En los últimos cinco años más de 1.000 ensayos clínicos en medicina del dolor no han conseguido encontrar nuevos tratamientos porque el principio activo no mejoraba los resultados del placebo de control", desvela. Eso supone mucho dinero. Y se pregunta si no sería mejor aprender a aprovechar el poder de estos efectos. "Comprender el efecto placebo podría ayudarnos a reducir el creciente gasto sanitario y combatir problemas sistémicos como el abuso en la prescripción de opioides y la adicción", termina la investigadora italiana.
Pero los efectos nocebo plantean otro dilema: el de informar o no al paciente sobre los posibles efectos del tratamiento. En mayo pasado, The Lancet publicó el mayor estudio realizado hasta la fecha sobre el efecto nocebo. A más de 10.000 personas les administraron durante tres años Atorvastatin, usado para rebajar el colesterol en personas con riesgo coronario, sin saber lo que estaban tomando. Al cabo de ese tiempo, ambos grupos tuvieron el mismo porcentaje de debilidad y dolor muscular, uno de sus posibles efectos secundarios. En una segunda fase de dos años, les revelaron el nombre del fármaco: los casos de dolores musculares subieron un 41%. El problema es que el paciente tiene derecho a saber qué está tomando, aunque eso reduzca la eficacia del tratamiento o agrave sus efectos secundarios.