FUENTE: La Razón
Desde 1975 no habíamos experimentado en España tantas olas de calor en un solo año. El pasado 22 de septiembre terminaba oficialmente un verano excepcional, con una ola de calor cada 18 días. Cinco episodios en total. Hay que remontarse al año en el que falleció Franco y nuestro país empezaba a abordar los primeros compases de la Transición para encontrar un verano igual. Y para hallar uno parecido, hay que rebuscar en los archivos. Cuatro olas de calor en el mismo verano estival solo se registraron en 2016 y 1991.
Lo más anómalo de esta circunstancia es que, pasado ya el equinoccio de otoño, las cosas no parecen estar cambiando. Los primeros días de esta nueva estación nos están trayendo lo mismo: calor, calor y calor.
Los datos hasta el día de hoy lo dejan manifiestamente claro con máximas impropias de este mes: Córdoba y Sevilla (36ºC); Badajoz y Santa Cruz de Tenerife (35); Granada, Huelva, Las Palmas de Gran Canaria y Orense (33); Cáceres, Ciudad Real, Jaén y Toledo (32); Albacete, Bilbao y Lugo (31), y Almería, Cádiz, Murcia, Salamanca y Zamora (30). Por el contrario, hará menos calor en Santander (21), Ceuta (24) y La Coruña, Barcelona, Huesca y Tarragona (24).
Un fenómeno ajeno a nuestros lares puede haber contribuido al problema y, quizás, a partir de hoy, contribuirá a la solución. La tormenta tropical Ofelia, recrecida en las Azores, en conjunción con un anticiclón en Europa, ha barrido vientos del Sur hacia el centro y el noroeste de la Península. Con ellos vuela el calor y la falta de precipitaciones. Quizás ahora descargue agua precisamente en las zonas que antes calentó. Bien para la industria hotelera del Cantábrico y Galica, que ha disfrutado de un Puente del Pilar extraordinario. Pero muy mal para tratar de revertir el peor problema meteorológico al que nos enfrentamos ahora mismo: España tiene fiebre, demasiado calor seguido, demasiada falta de precipitaciones puede que esté empezando a afectar a nuestra salud, la salud del medioambiente, la salud de la actividad agrícola y la salud de las personas que habitamos aquí.
El primer síntoma de esta situación se nota en los embalses y presas. Durante este último año hidrológico en la Península ha llovido un 13 por 100 menos de lo que debería esperarse. Es el quinto año hidrológico consecutivo con déficit de lluvias. La reserva hidráulica está por debajo del 39 por 100. La circunstancia aún no es tan grave como para hablar de que exista sequía hidráulica (y que sea necesario tomar medidas severas de contención). Aunque en alguna zonas ya han empezado a ponerse en marcha planes de choque provisionales. Al menos cinco comunidades autónomas han acudido a camiones cisterna para aprovisionar de agua a comunidades aislada. El Gobierno ya está preparado para que, si las cosas no cambian, en 2018 empiecen a activarse normativas de restricción de consumo más globales.
Pero el problema más inmediato, quizás, nos llegue en forma de pequeña crisis sanitaria.
La Comunidad de Madrid, por ejemplo, ha superado el récord de número de alertas sanitarias por exceso de calor. Durante 55 días de este verano ha permanecido en alerta, al menos, amarilla. Esta misma semana, el Gobierno de Canarias advertía, a través de su Consejería de Sanidad, que la alerta por altas temperaturas se mantenía en pleno puente del Pilar. Se recomendaba a la población estar bien hidratado, evitar comidas copiosas, huir del alcohol y no hacer ejercicio en horas de máxima insolación.
Las autoridades sanitarias andan preocupadas por el efecto del estrés térmico más allá del periodo estival. De hecho, el mantenimiento sostenido de las altas temperaturas, no solo en España, es un problema que afecta ya a la salud persona y laboral de miles de personas. Según el informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente Cambio Climático, Impactos y Vulnerabilidades, elaborado en 2016, para dentro de diez años los efectos de trabajar y vivir a altas temperaturas supondrán el 56 por 100 del coste derivado del calentamiento global. Es precisamente la salud (durante los momentos de ocio o durante la jornada laboral bajo los rigores del termómetro) la partida que más dinero costará a los Estados si las tendencias no cambian.
La iniciativa europea Heat Shield ha empezado a buscar soluciones para cinco de las industrias en las que sus trabajadores corren más riesgo de sufrir estrés térmico grave: la fabricación, la construcción, el turismo, la agricultura, y el transporte.
El calor se está convirtiendo ya en un enemigo para quienes trabajan en esos sectores y, de hecho, está empezando a modificar procedimientos. Vendimiadores de Chipre, trabajadores de Acciona en España, camioneros en centro de Europa... han sido sometidos a un extenso estudio con sensores térmicos mientras trabajaban. Se ha demostrado que en todos los casos se puede perder hasta un 27 por 100 de la capacidad productiva de la mano de obra, con periodos de hasta un 30 por 100 de la jornada laboral trabajados por encima de la temperatura recomendada. Los sistemas metabólicos y cardiovasculares del trabajador se ven claramente afectados. El número de bajas laborales aumenta.
El estrés térmico afecta a nuestro cuerpo en tres momentos: cuando surge la primera ola de calor después de un periodo moderado y el organismo no está acostumbrado a las altas temperaturas. Cuando se experimentan largas temporadas de calor mantenido y constante, porque el esfuerzo reiterado por enfriar el cuerpo termina generando estrés fisiológico, y cuando el calor cursa con mucha humedad y poco viento: en estos casos la transpiración se hace muy difícil.
El mayor catalizador de daño en la salud cuando el calor aprieta es la deshidratación. Nuestro cuerpo está formado en un 60 por 100 de agua. Al transpirar para mantener la temperatura corporal estable perdemos parte de esa agua y con ella sales, minerales y otros nutrientes. Ese es el motivo por el que nos puede doler la cabeza, nos mareamos y nos sentimos débiles cuando hace mucho calor: la primera señal de alarma.
Pero las cosas pueden ir a pero: calambres, diarrea, dolor abdominal, pérdida de sensibilidad... son los avisos del cuerpo ante un golpe de calor. Necesitamos tomar medidas.
Pero estos episodios suelen ser agudos, ocurren cuando el calor llega de golpe, más en los días centrales del verano. Pueden ser controlados.
Ahora, los expertos andan preocupados por otro tipo de efectos a largo plazo. Nuestro organismo no está preparado para afrontar, en las latitudes donde vivimos, meses continuados de calor extremo. La salud a largo plazo también se ve afectada. La tensión arterial se puede ver modificada, la capacidad del cuerpo para recuperarse tras un esfuerzo también. Sin contar los efectos secundarios de otro fenómenos relacionado con las altas temperaturas: la estabilidad del aire, la falta de lluvias y la radiación solar se confabulan para que aumente la contaminación atmosférica. Que se lo digan a los madrileños este fin de semana.
Según los escenarios más pesimistas, en 2050, si las temperaturas siguen subiendo, el calor será responsables de la muerte prematura de 250.000 personas al año en todo el mundo. Muchas de ellas morirán por efecto colaterales (aumento de las enfermedades de transmisión por mosquitos, caída de la capacidad productiva de ciertos cultivos, diarreas por escasez de agua potable...) Pero otros lo harán directamente por golpes de calor.
Es cierto que, para pintar el panorama completo, habría que contar la cantidad de vidas que estarán a salvo porque no morirán de frío. Sí, hoy por hoy, el frío mata más que el calor.
Pero quizás tengamos que adaptar nuestros sistemas sanitarios a nueva realidad. Un informe de la Universidad Complutense de Madrid ha detectado, por ejemplo, que el calor afecta también a la salud mental. Al extremarse las altas temperaturas, tenemos vasodilatación provocando bajadas de tensión, mayor sudoración y pérdida de líquidos, especialmente de electrolitos a través de la piel, lo que genera cansancio.
Es entonces cuando el cansancio puede volverse patológico. Además del cansancio, el mal humor, la impaciencia o la impulsividad, las personas «meteorosensibles», sufren también en el ámbito laboral ya que desciende su eficacia y productividad, mientras aumenta la falta de atención. La frustración, el descenso de la productividad, la falta de concentración, la irritabilidad... crecen. La psique se resiente.
Aún no sabemos si estamos en el comienzo de un proceso de cambio que obligará a revisar la atención sanitaria o simplemente en un periodo excepcional que nos traerá algunos casos sanitarios agudos y pasajeros. Pero, por si acaso, hágase un favor: refrésquese mientras el otoño no termine de refrescarnos a todos.