FUENTE: Las Provincias
No hay quien se lo quite de encima, al menos en las ciudades. Es una molestia tan constante y cotidiana que muchas veces pasa inadvertida, como si formara parte de nosotros desde nuestro nacimiento. Vivimos rodeados de ruido, de sonidos no deseados que poco a poco y sin descanso van minando nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta. Parece una contradicción, pero el ruido es un enemigo silencioso y a veces letal. Se calcula que en la Unión Europea provoca al año 16.600 muertes prematuras. Se ha convertido en un grave problema de salud pública.
La Organización Mundial de la Salud ha establecido en 65 decibelios el nivel por encima del cual el ruido en las ciudades comienza a ser peligroso para sus habitantes. En España, cerca de nueve millones de personas viven por encima de una barrera sonora que tampoco parece gran cosa. Equivale al sonido de un bar normal con conversaciones normales. Nada fuera de lo común, nada que no soporten el 27,7% de los habitantes de 19 ciudades españolas.
Pero es mucho más que una molestia. Numerosos estudios han relacionado el ruido provocado por el tráfico, los aeropuertos o los ferrocarriles con una larga lista de problemas físicos y psicológicos. En Madrid, por cada decibelio por encima del límite de 65 aumentan los ingresos hospitalarios un 5,3%, sobre todo por causas cardiovasculares. Un informe publicado recientemente por el Instituto Global de Salud de Barcelona, centro impulsado por la Fundación bancaria la Caixa, ha llegado a la conclusión de que el ruido del tráfico provoca más enfermedades que la falta de actividad física y la contaminación del aire.
No es nada que no hayamos oído antes. Puede ser el rugido de los vehículos que aceleran cuando el semáforo se pone verde, los autobuses que no apagan el motor cuando aguardan en una parada o el rumor de los neumáticos sobre el asfalto. Es todo tan habitual que en ocasiones no nos damos cuenta de que el ruido nos envuelve. «Aparentemente no nos enteramos porque cuando un estímulo ambiental se presenta de manera insidiosa hay un proceso de adaptación al organismo para mantener un ritmo adecuado», afirma Sergi Valera, profesor de psicología ambiental de la Universidad de Barcelona.
El proceso no nos sale gratis. Aunque no nos demos cuenta, el ruido continúa ahí, sobre todo el del tráfico, que ocupa el primer lugar en la abultada lista de molestias urbanas. «Adaptarse es posible pero eso siempre tiene un coste a medio o largo plazo desde el punto de vista fisiológico y psicológico», subraya Valera. «Nos tenemos que concentrar para aislarnos y ese esfuerzo tiene un efecto acumulativo. Lo pagamos después a pesar de que no haya ruido».
El primer pago suele ser la pérdida de sueño. «Es una de las razones centrales que explican por qué el ruido puede provocar enfermedades», asegura la investigadora de ISGlobal María Foraster. «El ruido al que estamos expuestos por la noche nos afecta en un momento en el que deberíamos estar recuperándonos y en silencio. Puede ser que no nos despierte pero tendremos peor calidad de sueño y eso lo vamos a notar durante el día con un aumento del estrés», señala. A partir de ahí, cualquier cosa es posible.
Hasta no hace muchos años los efectos de la contaminación acústica estaban considerados como un problema de salud laboral en lugares donde los trabajadores se veían sometidos a un elevado nivel de decibelios. Además de problemas auditivos sufrían otros más extraños como perturbaciones del sueño, estrés, dolor de cabeza y afecciones a los oídos. «Más tarde -recuerda Julio Díaz, investigador del Instituto de Salud Carlos III- se comenzaron a detectar trastornos cardiovasculares y otras patologías relacionadas con respuestas hormonales».
En principio era un problema que se reducía a un pequeño grupo de trabajadores, pero cuando se hicieron estudios en barrios próximos a aeropuertos se vio que entre sus vecinos había más casos de infartos y malformaciones congénitas de lo normal. Más tarde las investigaciones se extendieron a todos los habitantes de la ciudad y se obtuvieron los mismos resultados. Quedó demostrado que un ruido intenso durante cortos periodos tiene los mismos efectos para la salud que una intensidad sonora más baja pero durante más tiempo. «El problema había dejado de ser laboral para convertirse en una cuestión de salud pública que implica a millones de personas».
Julio Díaz ha estudiado la influencia de la contaminación acústica en la salud de los madrileños. La conclusión a la que han llegado él y su equipo es inquietante: «cuando sube el ruido aumentan los ingresos hospitalarios y la mortalidad». Según sus investigaciones, «el ruido causado por el tráfico durante la noche es el que más incidencia tiene con el aumento de fallecimientos diarios» por causas como infarto de miocardio, enfermedad isquémica del corazón, enfermedad cerebrovascular, neumonía, EPOC y diabetes.
Parece difícil relacionar unos decibelios de más con enfermedades respiratorias y la diabetes, pero existe un mecanismo biológico que lo explica. «El ruido genera estrés, es un ataque a nuestro organismo, que responde aumentando la frecuencia cardíaca para que llegue más flujo sanguíneo a los músculos», ilustra Julio Díaz. En este proceso el hipotálamo da la orden de liberar cortisol, una hormona que se encarga de asegurar el aporte de glucosa al cerebro, de elevar o estabilizar sus niveles en la sangre y de inhibir el sistema inmune.
Hasta ahora todo perfecto, nada como el cuerpo humano para responder a una agresión externa. El problema surge cuando el ataque es ficticio, porque el estruendo de una moto sin tubo de escape no invade nuestro organismo. Sin enemigo a la vista contra el que descargar su munición, nuestro cuerpo se queda sin saber qué hacer con la glucosa de más que ha generado, con la frecuencia cardiaca alta y con el sistema inmunológico bajo mínimos. Todo un paraíso para las enfermedades.
No son los únicos efectos nocivos. El estudio coordinado por Julio Díaz ha relacionado el ruido diurno con los partos prematuros en el segundo trimestre de la gestación y el nocturno en el tercer trimestre. «Por cada decibelio de incremento en los niveles de ruido en Madrid aumentan los partos prematuros un 3,2%, los niños que nacen con bajo peso un 6,4% y un 6% la mortalidad fetal».
También parece demostrado que el ruido como factor estresante agudo puede exacerbar los síntomas de enfermedades neurodegenerativas como el párkinson y el alzhéimer y hace que disminuya el rendimiento escolar de los niños. María Foraster apunta, además, que se ha relacionado el exceso de decibelios con la obesidad. «Aún es una hipótesis, pero parece ser que al dormir peor estás más cansado y no actúas igual durante el día. Comes más y desarrollas menos actividad física, lo que provoca un aumento de peso».
Según los investigadores del Instituto de Salud Carlos III, reducir un decibelio en los niveles de ruido en Madrid «se traduciría potencialmente en una disminución de la mortalidad anual de 284 decesos por causas circulatorias y de 184 por causas respiratorias». «El estudio lo hemos entregado al Ayuntamiento», revela Julio Díaz. «Supongo que lo leerán, pero otra cosa es que tomen medidas», añade.
Las conclusiones a las que se ha llegado en Madrid coinciden básicamente con las investigaciones realizadas en Barcelona, lo que indica que es un problema general y no de una sola ciudad.
El estudio de ISGlobal sostiene que si se cumplieran las recomendaciones internacionales para el desarrollo de la actividad física, la exposición a la contaminación del aire, el ruido, el calor y el acceso a los espacios verdes, la capital catalana «podría evitar cada año casi 1.700 casos de enfermedades cardiovasculares, más de 1.300 casos de hipertensión, cerca de 850 de ictus y otros 740 casos de depresión, entre otras dolencias».
El informe recalca que, de todos los factores que provocan esta mortalidad, el ruido es el más importante. «La buena noticia -dice María Foraster- es que si disminuye el ruido desaparecen sus consecuencias». «La mala -reconoce- es que las administraciones todavía no lo perciben como un problema de salud pública».