FUENTE: Ideal
Hace unos días, la prensa británica, con su peculiar mezcla de pomposidad e ironía, daba la bienvenida al futuro tercer hijo de los duques de Cambridge, William y Kate. Entre los edulcorados parabienes, chocaba la admonición de una tal Rosa Silverman en el ‘Telegraph’. En un tono que recordaba un poco al hada mala de ‘La Bella Durmiente’, la agorera columnista advertía: «¿Así que vais a tener un bebé en abril? Odio decirlo, pero no todo son buenas noticias». Y a continuación mencionaba la larga lista de maldiciones que aguardan a la criatura: tiene más posibilidades de padecer alcoholismo, trastorno bipolar, anorexia o bulimia, autismo y glaucoma. Silverman no es una bruja ni le ha hecho al nonato heredero la carta astral. Su pretendida clarividencia no tiene nada que ver con los signos del zodíaco, sino con la ciencia: cada vez más estudios sugieren una asociación entre el mes de nacimiento de una persona y las posibilidades de que sufra ciertas enfermedades en la edad adulta. No por la influencia de los planetas, sino por factores más terrestres, como la cantidad de luz solar que reciben la madre embarazada y el bebé, la temperatura ambiente, la presencia de pólenes o la exposición a virus estacionales, como la gripe. «Son estudios exploratorios –advierte el médico José Ramón Banegas, experto en Salud Pública–. El mes de nacimiento actúa como un marcador de riesgo, pero no se puede modificar; en cambio, sí podemos cambiar conductas no saludables».
Hace ya décadas que este tipo de estudios comenzaron a hacerse con carácter científico, pero quizá el intento más ambicioso es el del consorcio SeaWAS, que aplica un método informático sobre grandes bases de datos clínicas para descubrir vínculos entre la fecha de cumpleaños y el riesgo de padecer ciertas dolencias crónicas. En estos años se han descubierto nexos para diversos trastornos neurológicos, cardiovasculares, reproductivos, endocrinos, oncológicos, mentales e inmunológicos.
Inviernos hay más de uno
Una de las dificultades de esta línea de investigación es que los factores ambientales que varían a lo largo del año no son iguales en todas partes: cuando es invierno en el hemisferio norte, es verano en el sur. Pero además ‘invierno’ y ‘verano’ son conceptos difusos, que no se parecen, en temperatura y horas de insolación, entre Reikiavic y Caracas. Ni siquiera entre Vitoria y Málaga.
Muchas variables biológicas del organismo humano oscilan a lo largo del día, en virtud de los llamados ritmos circadianos. Lo mismo ocurre, a otra escala, durante el año: por ejemplo, el PH de la sangre, la excreción de potasio o el crecimiento del vello facial hacen pico a finales de verano, mientras que la presión arterial y algunas hormonas del estrés se elevan en invierno.
En España se han hecho pocos de estos trabajos. José Antonio Quesada y Andreu Nolasco, de la Universidad de Alicante, estudiaron la prevalencia de 27 enfermedades crónicas en una muestra de casi 30.000 personas y encontraron una asociación significativa en algunas de ellas. Por ejemplo, concluyeron que, entre los varones, los nacidos en marzo sufren menos dolor lumbar crónico y los de septiembre tienen más problemas de tiroides, mientras que las mujeres que cumplen años en noviembre padecen menos síntomas en la menopausia.
En 2015, un grupo de investigación de la Universidad de Columbia desarrolló un algoritmo supuestamente capaz de explicar la relación entre el mes en el que una persona vino al mundo y su estado de salud. Para ello, cruzaron los datos biográficos y las historias clínicas de 1,7 millones de neoyorquinos y descubrieron que esa relación existía en 55 de las 1.688 patologías estudiadas. Por ejemplo, el riesgo de sufrir asma es mayor para los sujetos nacidos entre julio y octubre, los de marzo tienen más problemas cardiovasculares, mientras que los de noviembre sufren más riesgo de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.
«No hay que ponerse demasiado nervioso con estos resultados porque, incluso donde hemos encontrado asociaciones significativas, el riesgo de enfermedad no es tan grande», advirtió el responsable del estudio, Nicholas Tatonetti. Y en todo caso, matizó, es inferior al de variables como la dieta o el ejercicio.
Lo mismo opina José Ramón Banegas, profesor de Medicina Preventiva, Salud Pública y Microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid. «No se puede hacer nada para cambiar el mes de nacimiento y tampoco deberíamos preocuparnos de si nacimos en meses con mayor propensión a ciertos trastornos o en otros en que la salud está falsamente garantizada», señala el profesor que revisó el artículo de Quesada y Nolasco en ‘Medicina Clínica’.
¿Sería de alguna utilidad planificar el embarazo para dar a luz en los meses más ‘saludables’? «No parece razonable programar los calendarios reproductivos: simplemente, no es necesario». En realidad, no hay un mes perfecto para nacer: en todos hay alguna enfermedad asociada, al menos estadísticamente hablando. El azar del cumpleaños, junto a la predisposición genética, son aspectos sobre los que poco podemos hacer: no hay forma de romper el ‘hechizo’.