FUENTE: ABC
La esteatosis hepática no alcohólica –esto es, el consabido ‘hígado graso’– se corresponde con la enfermedad hepática más común el todo el mundo. Concretamente, se estima que el 30% de la población general y hasta un 70-90% de las personas con obesidad o diabetes tipo 2 padece esta enfermedad que, si bien asintomática, no resulta ni mucho menos inocua. De ahí la importancia de prevenir la aparición de esta enfermedad para la que aún no hay ningún fármaco capaz de frenar su progresión. Y no solo en adultos, sino también en niños y adolescentes, en los que este hígado graso también es la enfermedad hepática crónica más frecuente. Pero, ¿qué hay que hacer para prevenir esta patología en los menores? Pues en primer lugar, evitar el exceso de peso. Y es que como muestra un estudio dirigido por investigadores de la Facultad de Medicina y Cirugía Vagelos de la Universidad de Columbia en Nueva York (EE.UU.), los niños que a los tres años tienen un perímetro de cintura demasiado ‘amplio’ para su edad presentan un riesgo mucho mayor de padecer esteatosis hepática no alcohólica una vez cumplidos los ocho.
Como explica Jennifer Woo Baidal, directora de esta investigación publicada en la revista «The Journal of Pediatrics», «dado el aumento de la prevalencia de obesidad infantil, cada vez vemos más casos de niños con esteatosis hepática no alcohólica en las consultas pediátricas. Muchos padres saben que la obesidad puede conllevar el desarrollo de la diabetes tipo 2 y de otras enfermedades metabólicas, pero son mucho menos conscientes de que la obesidad, incluso en los niños pequeños, puede desencadenar la aparición de enfermedades hepáticas graves».
La esteatosis hepática no alcohólica se caracteriza por la acumulación de vesículas de grasa en las células del hígado –de ahí que sea popularmente conocida como ‘hígado graso’–. Y como consecuencia de esta acumulación, se produce una inflamación que acaba dañando a las células y, por ende, a todo el hígado. Además, este hígado graso no solo se asocia a un mayor riesgo de enfermedades metabólicas, sino también con una probabilidad superior de desarrollar aterosclerosis, cirrosis hepática e, incluso, cáncer de hígado.
Los resultados mostraron que, cumplida la edad de ocho años, el 23% de los menores tenían niveles elevados de ALT. Y asimismo, que los niños con un mayor perímetro de cintura –una medida para evaluar la obesidad abdominal– a la edad de tres años y aquellos con una ganancia excesiva de peso entre los tres y los ocho años tenían mayor probabilidad de presentar unos niveles plasmáticos elevados de ALT.
Como apunta la directora de la investigación, «algunos médicos comienzan a medir los niveles de ALT en los niños en riesgo cuando cumplen los 10 años, pero nuestros hallazgos destacan la importancia de actuar a edades más tempranas para prevenir el exceso de ganancia de peso y la subsecuente inflamación del hígado».
En definitiva, el riesgo de desarrollo de esteatosis hepática no alcohólica asociado a la obesidad se inicia mucho antes de lo que se pensaba. Un aspecto a tener muy en cuenta dadas las enfermedades muy graves y potencialmente letales asociada a este hígado graso. Todo ello sin olvidar que, de acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 2016 ya convivían en todo el planeta más de 41 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso u obesidad.
Como concluye Jennifer Woo Baidal, «a día de hoy, la mejor forma que tienen tanto los adultos como los niños para combatir el hígado graso es perder peso mediante el ejercicio físico regular y el consumo de menos alimentos procesados. Sea como fuere, necesitamos con urgencia mejores vías para monitorizar, diagnosticar, prevenir y tratar esta enfermedad que ya se inicia en la infancia».