Fuente: La Vanguardia
En el 2050, la población mundial sobrepasará los 8.000 millones de personas, y una de las preguntas inevitables que hay que hacerse es cómo vamos a alimenta a tanta gente cuando lleguemos a la mitad del siglo XXI.
Según Jordi Serra, prospectivista y profesor de la URL, hay una variable ecológica que va a ser determinante para poder dar una respuesta: el cambio climático. “Los países donde más va a crecer la población es donde más se van a notar los efectos del calentamiento global. Por otro lado, en países como España, con una gran variedad paisajística que da como resultado una alimentación muy variada, se va a notar mucho”, afirma Serra.
Por eso este experto cree que lo primero es “un debate sobre los alimentos transgénicos mucho menos ideológico, ya que es muy dudoso que podamos hacer frente a los efectos del calentamiento global sin tenerlos en cuenta. Aunque también es cierto que hay dudas, porque nos falta perspectiva temporal sobre su impacto, pero sin ellos ya ahora la situación sería mucho peor en zonas muy pobladas”, asegura Serra.
Para Francesc Xavier Medina, antropólogo de la UOC, “todo lo relacionado con la sostenibilidad será uno de los retos de la alimentación del futuro”. Medina imagina un mundo en el que “las producciones sean cada vez más locales y sostenibles”. En este sentido, Màrius Robles, director ejecutivo de Reimagine Food, cree que “es inevitable que se produzca una cambio de paradigma en la ideología alimentaria”, que nos llevará a ser veganos carnívoros, ya que “no podremos seguir comiendo carne como lo hacemos ahora”, pues –como explica Serra–, “la producción de carne es muy poco eficiente en la relación superficie, agua, energía, que se necesita para producirla”.
Robles pone como ejemplo de este veganismo carnívoro no sólo las iniciativas tipo clean meat de producción sostenible de carne, sino la producción de carne in vitro a partir de células madre o la producción de “carne” a partir de proteína vegetal. Impossible Foods ya hace hamburguesas con está técnica, y China acaba de firmar un acuerdo de 300 millones de dólares con una empresa israelí que produce pollo sintético. A una disminución del consumo de carne también contribuirá “la sensibilidad de la gente respecto al maltrato animal, una tendencia que seguirá creciendo”, según Serra.
En el 2050 también “cultivaremos” el pescado. No nos quedará más remedio porque “los caladeros se están agotando y las piscifactorias no son sostenibles”, dice Serra. Robles recuerda que ya se ha creado el primer salmón transgénico: Wild Type, una empresa estadounidense, acaba de conseguir 3,5 millones de dólares para desarrollar carne de salmón –y de hecho la de cualquier otro animal comestible– a partir de células vegetales.
En general el responsable de Reimagine Food cree que “en 30 años comeremos sobre todo alimentos cuya producción no dependerá ni de la tierra ni del sol”. Por eso –explica Robles–, “será más importante que nunca la seguridad alimentaria y conocer el origen de lo que comemos, y aquí el blockchain adaptado a la producción de alimentos será crucial”. En este sentido, Robles opina que el concepto de calidad que tenemos ahora de determinados productos, en función de su procedencia geográfica o de su método de producción, –por ejemplo la alcachofa de El Prat o el vino del Priorat – se perderá.
Medina también cree que esta será una de las tendencias de futuro, pero en su opinión convivirá con la otra absolutamente contraria, la de productos de calidad, sostenibles y proximidad, ni que sea como reacción. El antropólogo apunta que “hay que ver qué aceptación tienen estos alimentos de laboratorio”.
Pero Robles va más allá y dice que “en casa tendremos biorreactores en los que crearemos nuestra propia proteína y, puesto que el 85% de la población vivirá en las ciudades, la agricultura se trasladará a las urbes, que se llenarán de huertos urbanos y en contenedores en medio de la jungla urbana”.
Y comeremos insectos. No sólo las personas, sino como alimento de otros animales. “La FAO ya hace tiempo que habla de los insectos como una alternativa a la proteína animal. Y tanto en Malasia como en Indonesia se está empezando a criar, por ejemplo, a la mosca negra soldado para usarla como pienso. Esta mosca se alimenta de desperdicios y por tanto es mucho más barata y sostenible que la producción de pienso”, explica Jordi Serra.
También nuestro hábitos de compra y a la hora de cocinar serán distintos en el 2050. Según Robles, para esa fecha “no recordaremos la última vez que fuimos a un supermercado”. La compra en línea y la entrega por drones a través de la ventana de nuestras casas tendrán la culpa. Se calcula que cada año una persona toma 70.000 decisiones relativas a la alimentación, y que sólo un 15% de gente sabe qué cenará esa noche cuando se levanta por la mañana. “La inteligencia artificial con la ayuda de la neurociencia nos ayudará en la toma de estas decisiones”, afirma Robles.
Las cocinas se llenarán de smart cooking devices y “tendremos impresoras 3D, que gracias a los datos podremos imprimir comida cada vez más ultrapersonalizada según nuestros gustos, pero también nuestras necesidades dietéticas y gustativas”, asegura Màrius Robles. En el futuro “eso quizás nos permita reducir las tasas de obesidad y de alcoholismo, ya que tendremos alimentos más alineados con nuestro ADN”, dice el director ejecutivo de Reimagine Food.
Más población y menos alimentos por culpa del cambio climático implica mayor preocupación por el desperdicio alimentario, que será otra de las claves en la mitad de este siglo XXI. “En una visión distópica del futuro esta cuestión será tan fundamental que quizás se llegue a crear un sistema de control alimentario que vigile qué comemos y qué desperdiciamos”, fabula Robles. Hay que recordar que en China, gracias a los 20 millones de cámaras de vigilancia, su Gobierno ya puntúa a sus ciudadanos en función de su “comportamiento”, y una mejor o peor nota da acceso o no a determinados servicios y posibilidades.
Sea como sea, el futuro no parece que vaya a ser barato, y lo más probable es que persista, como ahora, un doble sistema alimentario en función de las posibilidades económicas. Uno para ricos y otro para pobres. Como dice Medina, “mientras existan las clases sociales, seguirá existiendo la diferenciación alimentaria”. Y tampoco está claro que todos estos cambios contribuyan a paliar el hambre en el mundo.
Y es que en realidad, nadie sabe de verdad qué y cómo comeremos en el 2050, pero lo que sí es cierto es que, una vez más, el futuro aparece tan apasionante como inquietante, y con más interrogantes que respuestas.