Fuente: ABC
Cada año, cerca de 120.000 españoles –y más de 17 millones de personas en todo el mundo– padecen un ictus o accidente cerebrovascular. Un episodio que, además de asociarse a una gran tasa de discapacidad, se corresponde con una de las primeras causas de mortalidad global. Es más; los pacientes supervivientes a un ictus no solo presentan un riesgo considerable de padecer un segundo episodio, sino un riesgo de deceso muy superior al de la población general –ya sea a consecuencia de un nuevo ictus o por otras causas–. Pero, ¿no hay ninguna manera de evitar este mayor riesgo de mortalidad? Pues sí. Y para ello, según muestra un estudio dirigido por investigadores de la Universidad Médica de Carolina del Sur en Charleston (EE.UU.), tan solo habría que bajar las cifras de presión sanguínea de los supervivientes un poco más de lo que se venía haciendo hasta ahora.
Como explica Alain Lekoubou, director de esta investigación publicada en la revista «Journal of de American Heart Association», «el potencial para reducir la mortalidad y los ictus recurrentes es inmensa, pues la más de la mitad de todos los accidentes cerebrovasculares son atribuibles a una presión arterial elevada y descontrolada».
Cifras aún más bajas
La hipertensión arterial es la enfermedad definida por unas cifras de presión sanguínea superiores a 140/90 mmHg. O lo que es lo mismo, por una presión arterial sistólica (PAS) igual o superior a 140 milímetros de mercurio (mmHg) y una presión arterial diastólica (PAD) igual o mayor a 90 mmHg. Una enfermedad que, según alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS), constituye la primera causa de mortalidad global. No en vano, hasta un 75% de la población con hipertensión –en torno a 1.100 millones de personas en todo el mundo y más de 14 millones en nuestro país– presenta un riesgo nada desdeñable de desarrollar enfermedad renal o de sufrir un infarto de miocardio. Y asimismo, un ictus.
En este contexto, la guía de práctica clínica publicada en 2017 por la Asociación Americana del Corazón (AHA) y el Colegio Americano de Cardiología (ACC) estableció la definición de hipertensión arterial en unas cifras de presión sanguínea de 130/80 mmHg. Una decisión que aún se encuentra en fase de ‘asimilación’ y que si bien dispararía el número de pacientes susceptibles de ser diagnosticados de la enfermedad en todo el mundo, tendría un efecto mínimo sobre el porcentaje de afectados que realmente necesitarían tomar medicación antihipertensiva. Es el caso, por ejemplo, de los supervivientes de ictus, en los que ya se recomienda la administración de fármacos para lograr unas cifras tensionales inferiores a 130/80 mmHg. Pero este objetivo de bajar de 130/80 mmHg en las personas que ya han padecido un ictus, ¿está justificado?
En el estudio, los autores evaluaron el efecto que, sobre todo en lo referente a la mortalidad, tendría la aplicación de las nuevas directrices de la ACC y la AHA sobre los supervivientes de ictus. Y para ello, analizaron los resultados alcanzados en las Encuestas Nacionales de Salud y Nutrición de Estados Unidos (NHANES) realzadas entre 2003 y 2014.
Los resultados mostraron que en caso de bajar los criterios de hipertensión arterial de 140/90 mmHg a 130/80 mmHg, el porcentaje de supervivientes de ictus que serían diagnosticados de la enfermedad y que, por tanto, necesitarían tomar fármacos antihipertensivos aumentaría en un 66,7% –del 29,9% actual a un 49,8%–. Y asimismo, que la cifra de supervivientes de ictus que, ya en tratamiento, requerirían de fármacos adicionales para lograr el nuevo objetivo crecería un 53,9% –del 36,3% a un 56%.
Pero aún hay más. Y mucho más importante. Y es que más allá del aumento en la prescripción de antihipertensivos, al fijarse el objetivo en unas cifras tensionales por debajo de 130/80 mmHg se lograrían evitar hasta un 32,7% de las muertes en los supervivientes de ictus –que pasarían del 8,3% actual a un 5,6%.
Como destaca Alain Lekoubou, «la nueva guía de práctica clínica ofrece a los médicos y a los decisores políticos una oportunidad única para reforzar la tendencia descendente de las últimas décadas en las muertes relacionadas con los ictus. Es nuestra responsabilidad que los supervivientes de ictus en los que se detecta hipertensión arterial sean tratados de forma más agresiva y asegurar que aquellos que reciben tratamiento lo sigan».
Hay que tomarse la medicación
Por tanto, la solución para prevenir los ictus recurrentes y reducir la tasa de decesos en la población que ya ha sufrido un accidente cerebrovascular para clara: hay que bajar las cifras de presión arterial por debajo de 130/80 mmHg. Lo cual no quiere decir que sea sencillo. Y es que el porcentaje de pacientes que siguen los tratamientos tal y como han sido prescritos por sus médicos dista mucho de ser idóneo. Por diversas razones.
Como concluye el director de la investigación, «los supervivientes a un ictus afrontan muchos obstáculos para adherirse a los tratamientos, caso de los daños neurológicos y de una depresión que puede reducir su motivación para tomar los fármacos. Además, la atención de los supervivientes puede ser ‘complicada’ porque el ictus suele ser una enfermedad que afecta principalmente a las personas mayores, que por lo general ya tienen que tomar diferentes fármacos para tratar sus patologías».