Fuente: ABC
Los mosquitos son responsables de la transmisión de algunas de las enfermedades más graves y letales del mundo. Es el caso, sobre todo, de la malaria o ‘paludismo’, enfermedad causada por parásitos del género ‘Plasmodium’ que solo en 2016, año en el que se registraron cerca de 216 millones de casos, causó 445.000 decesos en un total de 91 países. Y asimismo, y entre otras muchas, del Zika. Tal es así que en las últimas décadas se han desarrollado infinidad de estudios para hallar la forma de mermar las poblaciones de mosquitos en las zonas endémicas y, así, controlar los brotes de estas enfermedades. Sin demasiado éxito. Pero es muy posible que ya contáramos con una familia de fármacos capaz de lograrlo. Y es que como muestra un estudio dirigido por investigadores del Instituto de Investigación Biomédica de California en La Jolla (EE.UU.), aparecido un brote de estas enfermedades, las isoxazolinas podrían prevenir más de un 95% de las infecciones en humanos. Y para ello solo había que administrarlas a un 30% de la población de la región. Pero, ¿de dónde salen estas isoxazolinas? Pues son unos fármacos que se utilizan en veterinaria para proteger a las mascotas de las pulgas y garrapatas.
Como explica Peter Schultz, co-autor de esta investigación publicada en la revista «Proceedings of the National Academy of Sciences», «las enfermedades infecciosas transmitidas por insectos siguen siendo una de las principales causas de enfermedad grave y mortalidad en todo el mundo, por lo que existe una necesidad crítica necesidad de contar con estrategias para prevenir los brotes de estas enfermedades. En este contexto, nuestros hallazgos sugieren que las isoxazolinas pueden ser efectivas a la hora de controlar los brotes de enfermedades transmitidas por mosquitos y otros insectos en regiones con infraestructuras médicas ‘limitadas’».
Insecticidas sistémicos
Una vez son administradas por vía oral, las isoxazolinas entran en el torrente sanguíneo del animal y se expanden por todo el organismo, en el que permanecerán activas durante un periodo superior a los tres meses. Así, y en el caso de que un insecto pique al animal, no solo se llevará su sangre, sino también el fármaco. Con consecuencias fatales. Y es que las isoxazolinas, que no son sino ‘insecticidas sistémicos’ destruyen el sistema nervioso del chupador, por lo que evidentemente acaba muriendo.
Y además de frente a las pulgas y garrapatas, ¿estas isoxazolinas son también eficaces frente a los insectos transmisores de enfermedades humanas? Pues sí. Los autores evaluaron dos de estos fármacos, denominados ‘fluralaner’ y ‘afoxolaner’, y vieron que eran eficaces no solo frente a los mosquitos, incluidas las cepas resistentes a los insecticidas convencionales. También frente a los flebótomos, insectos emparentados con los mosquitos y responsables de la transmisión de la leishmaniasis –enfermedad causada por parásitos del género ‘Leishmania’ que, si bien mucho menos prevalente que la malaria, puede resultar igualmente letal para los seres humanos.
Como apunta Koen Dechering, co-autor del estudio, «la investigación sobre las enfermedades transmitidas por insectos se ha centrado sobre todo en el control de las poblaciones de insectos mediante el uso de insecticidas y la prevención de picaduras con la distribución de mosquiteras, pero estos enfoques no han sido totalmente efectivos en el control de los brotes. Además, hay una gran carencia de vacunas frente a muchas de estas enfermedades, y los fármacos para tratar a la población que ya la ha contraído están perdiendo eficacia debido a la aparición de resistencias».
Sin embargo, este panorama, absolutamente devastador en muchas regiones endémicas, podría cambiar gracias a las isoxazolinas, fármacos que una vez administrados a los humanos –tras el necesario ajuste de dosis– y según las estimaciones de los autores, mantendrían su efecto insecticida sistémico durante 50-90 días.
Y estas isoxazolinas, ¿evitarían que la persona a la que pica el insecto contrajera la enfermedad? O lo que es lo mismo, ¿actuarían tal y como lo haría una vacuna? Pues no. El insecto seguiría transmitiendo el parásito, por lo que la persona desarrollaría la enfermedad. Pero una vez soltada su ‘carga’, el insecto moriría, por lo que no podría seguir transmitiendo la enfermedad. El resultado es que, multiplicado este efecto por los millones de personas que habitan las regiones endémicas, el número de infecciones se reduciría de forma muy significativa. Pero esta reducción, ¿sería suficiente?
Millones de casos prevenidos
Los autores utilizaron un modelo informático para evaluar el efecto de la administración de isoxazolinas a un 30% de la población residente en una región en la que se produjeran brotes estacionales de la enfermedad del virus del Zika. Y lo que vieron es que, gracias al tratamiento con estos fármacos orales, la cifra de infecciones se reduciría en más de un 97%. Pero aún hay más. Repitieron la prueba en zonas con una transmisión baja y estacional de la malaria –como sucede, por ejemplo, en Senegal, Sudán o Madagascar–. Y en este caso, el tratamiento del 30% de la población prevendría más del 70% de las infecciones.
Y llegados a este punto, ¿qué ocurriría en las regiones con alta transmisión de la enfermedad y con varios brotes anuales? Pues que el porcentaje de infecciones prevenidas se reduciría hasta un 30%. Pero el impacto seguiría siendo enorme. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo, país en el que se registran cada año entre 16 y 20 millones de casos de malaria, este 30% supondría evitar seis millones de infecciones.
Como concluye Matt Tremblay, director de la investigación, «en muchas regiones donde los brotes estacionales son endémicos, las infraestructuras existentes solo pueden permitir la atención médica de forma intermitente. Las isoxazolinas podrían ser administradas antes del inicio del brote estacional para ofrecer cobertura hasta que la amenaza disminuya al final de la estación».
Sin embargo, que las isoxazolinas sean seguras en mascotas no quiere decir que lo sean obligatoriamente en humanos. Así que los autores pondrán en marcha próximamente un ensayo clínico para evaluar la eficacia, y sobre todo la seguridad, de estos insecticidas sistémicos en humanos.