FUENTE: ABC
Cada vez son más numerosas las evidencias que muestran que nuestro riesgo de desarrollar un tumor se encuentra directamente condicionado por los alimentos que consumimos. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó hace tres años un ‘polémico’ informe en el que se concluía que las carnes procesadas, caso de los embutidos, y ‘muy probablemente’ las carnes rojas, aumentan la probabilidad de padecer cáncer, por lo que clasificaba estos alimentos como ‘carcinógenos para los humanos’. Sin embargo, es posible que no se trate solo de qué comemos, sino de cuándo lo comemos. De hecho, un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto de Salud Global (ISGlobal) de Barcelona alerta de que las cenas tardías o irse a dormir sin dar un tiempo suficiente para que las cenas se hayan digerido adecuadamente aumentan el riesgo de cáncer de mama y de próstata.
Como explica Manolis Kogevinas, director de esta investigación publicada en la revista «International Journal of Cancer» «nuestro trabajo concluye que la adherencia a unos patrones diarios de alimentación se asocia con un menor riesgo de cáncer. Unos resultados que destacan la importancia de evaluar los ritmos circadianos en los estudios sobre la dieta y el cáncer».
Por lo general, los estudios llevados a cabo para evaluar el impacto de la dieta sobre el cáncer se han centrado exclusivamente en los grupos de alimentos, caso de las frutas, las verduras o las ya referidas carnes rojas o procesadas. Tal es así que la atención que se ha prestado a otros factores asociados con la alimentación, caso de los horarios de las comidas o de las actividades que se llevan a cabo antes y después de cada ingesta, ha sido mínima. Sin embargo, las investigaciones recientes con modelos animales han demostrado que el momento en el que se realizan estas comidas, como sería por ejemplo una cena tardía, tiene un impacto muy notable sobre la salud. Pero, ¿ocurre los mismo en los seres humanos?
El estudio fue llevado a cabo con la participación de 1.025 mujeres diagnosticadas de cáncer de mama y de 621 varones con cáncer de próstata, así como de 1.493 individuos sin ningún tipo de cáncer –el consabido ‘grupo control’, que incluyó a 1.321 mujeres y 872 varones–. Todos los participantes respondieron a distintos cuestionarios en los que se preguntó sobre sus dietas y los horarios de sus comidas, sus hábitos de sueños y cronotipos, y su grado de adherencia a las recomendaciones para la prevención de los distintos tipos de cáncer.
Los resultados mostraron que las personas que cenaban antes de las nueve o que esperaban al menos dos horas tras la cena antes de irse a la cama tenían un riesgo hasta un 20% inferior de padecer cáncer de mama o de próstata que aquellas que cenaban más tarde de las 10 o que se acostaban inmediatamente después de cenar.
Como indica Manolis Kogevinas, «de confirmarse en ulteriores investigaciones, nuestros resultados tendrán implicaciones sobre las recomendaciones para la prevención del cáncer, que a día de hoy no tienen en cuenta los horarios de las comidas. Además, este impacto será especialmente importante en las culturas como las de los países del sur de Europa, en los que la población cena tarde».
Por tanto, y con objeto de evitar desarrollar un tumor de mama o de próstata, mejor adelantar la hora de la cena y, una vez cenados, esperar un tiempo prudencial para hacer la digestión antes de irnos a la cama. Como dicta el refranero, ‘la comida reposada, y la cena paseada’.
Pero, ¿cómo explica esta influencia del momento de la cena o de irse a la cama sobre el riesgo de cáncer? Pues como concluye Dora Romaguera, co-autora de la investigación, «necesitamos más estudios con humanos para entender las razones que se encuentran tras estos resultados, pero todo parece indicar que el horario del sueño afecta a nuestra capacidad para metabolizar los alimentos.De hecho, las evidencias alcanzadas con modelos animales han demostrado que el horario de la ingesta de alimentos tiene profundas implicaciones sobre el metabolismo de los alimentos y la salud».