FUENTE: Las Provincias
Ya sabíamos que unos doce millones de toneladas de plástico se arrojan cada año a los mares, que en las aguas del Pacífico Norte se mece una isla de ese material mayor a la superficie conjunta de España, Francia y Alemania, que 800 especies de moluscos, crustáceos, peces, aves y tortugas lo 'comen' a su pesar y que un porcentaje relevante de sus individuos mueren por esa causa. La novedad, desvelada esta semana en el marco del 26 congreso de la Unidad Europea de Gastroenterología, es que un grupo de investigadores de la Universidad Médica de Viena y de la Agencia de Medio Ambiente de Austria ha hallado por primera vez microplásticos en heces humanas. El informe concluye que las pequeñas partículas de ese material pueden estar muy extendidas en la cadena alimenticia, a la que acceden una vez que el blando elemento es ingerido por animales marinos que luego son capturados para consumo humano. Es decir, que al parecer nos estamos comiendo el plástico que nosotros mismos fabricamos y desechamos. Admitamos que era previsible. «Esto confirma lo que sospechamos desde hace mucho tiempo, que los plásticos finalmente llegan al intestino humano», ha comentado Philipp Schwabl, director de la investigación.
Se trata de un estudio piloto a escala muy pequeña, realizado solo con ocho personas de Finlandia, Italia, Japón, Países Bajos, Polonia, Rusia, Reino Unido y Austria, pero es un indicio a vigilar. Cada voluntario anotó todo lo que comió y bebió durante la semana previa a la recogida de muestras. Todos ellos consumieron alimentos comercializados en envases de plástico o bebidas embotelladas en el mismo elemento, ninguno es vegetariano y seis ingirieron pescado esos días. En todos y cada uno de los participantes en el experimento, la analítica de heces identificó nueve tipos de plásticos diferentes, especialmente partículas de policloruro de vinilo (PVC), polipropileno (PP) -componente básico en cajas de leche y zumos- y polietileno tereftalato (PET o PETE), con el que se fabrica la mayoría de las botellas plásticas. Los restos encontrados oscilan entre las 50 y 500 micras -unidad equivalente a la milésima parte de un milímetro- y, en promedio, aparecieron 20 fragmentos de microplástico por cada diez gramos de excremento. Esos minúsculos pedacitos son el resultado de la lenta degradación y descomposición del material por la acción del agua, los microorganismos o la luz solar.
El estudio no ha podido determinar el origen de las partículas y, mucho menos, si pueden afectar a la salud humana y, de ser así, en qué medida. «Necesitamos más investigación para llegar a conclusiones en ese sentido», admite Philipp Schwabl. No obstante, los autores del informe estiman que «más del 50% de la población mundial podría presentar microplásticos en sus deposiciones» y advierten de que, hipotéticamente, estos conllevarían dos riesgos potenciales: mermar la respuesta inmune del sistema digestivo e introducir tóxicos en el organismo. Más aún, Schwabl piensa que «las partículas más pequeñas son capaces de llegar al torrente sanguíneo, el sistema linfático e incluso al hígado».
Una «suposición muy alarmista», en opinión de Luis Bujanda, especialista en aparato digestivo y presidente de la Asociación Española de Gastroenterología (AEG). El doctor recuerda que el reciente informe -elaborado tras el seguimiento de solo ocho personas- «es una investigación muy preliminar. Por tanto, hay que ser muy cautos en relación a la salud. Creo que puede generar mucho alarmismo en la población cuando, en realidad, puede no tener gran repercusión en la salud. Por ello, debemos tener mucha prudencia con estos mensajes o investigaciones, ya que podemos crear alarmas sin tener una base científica clara que lo justifique».
Dado que la ciencia en ningún caso ha determinado el umbral a partir del cual la ingesta de microplásticos puede resultar dañina para los humanos, Bujanda insiste en que es «muy prematuro» lanzar conjeturas. Ante la falta de evidencias de un impacto directo en nuestro organismo, el especialista entiende que el mayor valor del informe austriaco radica en el hecho de que «abre una línea de investigación más profunda que analice si aquellos que tienen esos productos en el intestino se relacionan con estados de salud o enfermedad». Pero para ello, avisa, «habrá que hacer estudios de gran escala, con un número altísimo de individuos, para establecer relaciones. Y demostrar eso es muy complejo; llevará años».
Al presidente de la AEG, en todo caso, no le ha sorprendido el resultado de la investigación, ya que «el plástico es un elemento muy presente en nuestras vidas» y porque «su destrucción es muy lenta». En efecto, una bolsa de ese material puede tardar 150 años en descomponerse por completo y una botella, entre 700 y 1.000 años. Tampoco le ha asombrado la revelación a María Arias, propietaria de unPacked, uno de los dos únicos establecimientos alimentarios de España libres de plásticos. «Me esperaba algo así. Si las micropartículas están en el mar, es previsible que de una forma u otra acaben llegando a nuestro organismo». La noticia, «alarmante», tiene su vertiente positiva, en opinión de la empresaria: «Ahora vemos que el vertido es un problema que nos afecta directamente a nosotros, lo que puede despertar y concienciar a mucha gente».
La receta ante semejante peligro -«autogestionar debidamente lo que producimos y ser más cuidadosos con el medio ambiente»- la recuerda Luis Bujanda, quien, no obstante, insiste en relativizar la trascendencia del descubrimiento presentado por Philipp Schwabl. «Nada es inocuo. Estamos expuestos a muchos contaminantes, desde el humo de los coches, la radiación solar, los pesticidas de los alimentos, colorantes... También a otra multitud de sustancias que ingerimos y no tienen un impacto, al menos conocido, en términos de salud. Vivir en burbujas y controlar todo es imposible».
Su afirmación se apoya en la evidencia de que el enemigo no ataca por un solo flanco. Así, nos encontramos con que el resultado de otro estudio divulgado -hace también unos pocos días- por Greenpeace asegura que «más del 90% de las marcas de sal a nivel mundial que comemos contienen microplásticos». Es la conclusión de un informe de la Universidad Nacional de Incheon, en Corea del Sur, tras el análisis de 39 firmas de sal de todo el planeta. El test muestra que la contaminación por este material es mayor en la sal marina, seguida por la de lago y, finalmente, por la de roca. Solo tres de las sales estudiadas estaban libres de fragmentos de microplástico.
También el año pasado, una investigación de la Universidad de Alicante resolvió que las sales marinas españolas contienen plástico en concentraciones que van de 60 a 280 micropartículas por kilo de producto. Se analizaron salinas de Galicia, Huelva, Cádiz, Barcelona, Girona, Valencia, Murcia, Menorca, La Palma y Lanzarote y los investigadores afirman que, solo con la ingesta de los cinco gramos diarios de sal recomendados por la OMS, cada español introduciría en su cuerpo 510 diminutas fracciones al año. «Se ha encontrado plástico en mariscos, vida silvestre, agua del grifo y ahora en la sal. Está claro que no hay escapatoria a esta crisis», comenta Julio Barea, responsable de Greenpeace España, quien resalta que «debemos detener la contaminación plástica en su origen, por lo que es fundamental que las empresas reduzcan su dependencia del plástico». Se trata de evitar acabar envueltos en una fina y asfixiante lámina transparente o convertidos en contenedores con piernas cargados de polipropileno.