FUENTE: La Razón
Científicos de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, han identificado un conjunto de células cerebrales en ratones responsables de las emociones negativas asociadas al dolor.
La investigación del dolor se ha centrado tradicionalmente en las neuronas y las moléculas que participan en la primera fase de la percepción del dolor, cuando las células de los nervios procesan picaduras, cortes, quemaduras y similares, y transmiten un mensaje de amenaza física. Lo que están estudiando los doctores Gregory Scherrer y Mark Schnitzer va un paso más allá.
«Estamos viendo qué hace el cerebro con esa información», explica Scherrer en un comunicado. «Si bien los nervios detectan los estímulos dolorosos, esta información no significa nada emocionalmente hasta que llega al cerebro, por lo que nos propusimos encontrar las células que están detrás de lo desagradable del dolor», informa Tendencias 21.
Los investigadores han encontrado un conjunto de células en la amígdala, una región del cerebro asociada tradicionalmente con la emoción y el miedo, que parece funcionar específicamente como un interruptor que “enciende” y “apaga” la aversión al dolor.
Los científicos esperan que la investigación de este grupo de células revele en el futuro un tratamiento potencial para las persona con dolor crónico. Aliviar el dolor emocional, en lugar de la sensación física de dolor, podría ser importante para evitar el abuso de los medicamentos opiáceos, común en estos pacientes.
Neuronas del dolor
El primer objetivo de investigación fue la amígdala, por ser un centro bien establecido para las emociones en el cerebro. Comprobaron que, tras estimular brevemente la región del dolor en el cerebro de los ratones, se activaba un conjunto de neuronas que expresaban el gen c-Fos, que es un marcador de actividad neuronal.
El siguiente paso fue centrar la búsqueda en las neuronas de esa región del cerebro en ratones que pudieran moverse libremente. Para ello, los investigadores emplearon un microscopio especial desarrollado por Schnitzer.
Se trata de un dispositivo del tamaño de un pequeño clip de papel. Este «miniscopio» se puede colocar en la cabeza de un ratón para registrar la actividad en su cerebro. El dispositivo registró el flujo de calcio en las neuronas, un sustituto de la actividad celular.
«Con esta configuración, identificamos un conjunto de neuronas en la amígdala que codifica de manera selectiva las señales relacionadas con los aspectos emocionales de una experiencia dolorosa», detalla Schnitzer.
Seguimiento de la percepción del dolor
Para investigar más a fondo qué respalda concretamente la respuesta emocional, los investigadores realizaron una última prueba con un grupo de ratones a los que habían deshabilitado temporalmente el paquete de neuronas de dolor de la amígdala que se cree que transmiten sentimientos de incomodidad física. Otro grupo de ratones normales actuaba como grupo de control.
Tras someter a todos ellos a una experiencia incómoda (pero no dañina permanentemente), los ratones normales aprendieron gradualmente qué actos les resultaron desagradables y los acababan evitando. Sin embargo, los ratones, libres de molestias provocadas por el dolor, no evitaron esas acciones.
Sentir dolor sin sentir molestia
Lo interesante de este estudio, según Scherrer, es que los roedores aún podían sentir y responder a las sensaciones físicas, pero los estímulos que una vez percibieron como desagradables (gotas de agua frías o calientes) ya no eran molestos.
El hallazgo abre la posibilidad de desactivar el conjunto de neuronas basolaterales como una herramienta en la terapia del dolor. Según Scherrer, no es necesario anular la capacidad de sentir estímulos físicos, algo que haría a los individuos vulnerables a las lesiones.
Aplicación contra el dolor crónico
A largo plazo, Scherrer pretende confirmar que la función del conjunto basolateral en ratones es la misma que en las personas, y encontrar una forma segura y eficaz de silenciar la función del conjunto sin interferir con otras neuronas.
«Realmente no hay un buen tratamiento para el dolor crónico en los seres humanos, y ese es uno de los principales impulsores de la epidemia de opioides», señala Scherrer.