El viejo anestésico reconvertido en droga da esperanzas a depresivos que no responden a nada

FUENTE: La Vanguardia

 

Se llama esketamina, pero es una variación, un isómero, de la vieja ketamina, el anestésico que no iba muy bien porque provoca malos viajes y dura poco. Un fármaco que resulta muy querido para caballos, porque su levedad les permite quedar sedados sin caerse, y que se extendió como droga recreativa en los ochenta y noventa.

La FDA, la agencia norteamericana que santifica los nuevos medicamentos, es posible que lo apruebe en breve para tratar la depresión resistente a otros tratamientos y el riesgo de suicidio, ya que el panel de expertos encargado del tema ha dado su visto bueno. Y de ahí, al resto del mundo.

La esketamina será mucho más cara que la ketamina, para eso es nueva. Se administrará dentro de la nariz en lugar de pinchada como la vieja y con grandes medidas de seguridad para que no se convierta en una vía para obtener droga. Y su indicación será esa depresión severa en la que el paciente no responde a ninguna otra medicación probada, lo que es más que habitual: los fármacos antidepresivos utilizados actualmente no consiguen una respuesta terapéutica adecuada en más del 40% de los pacientes tratados.

“Es un cambio de concepto en el tratamiento de la depresión, un cambio que llega tras una larga sequía de 50 años en los que prácticamente no ha habido nada nuevo para esta enfermedad tan pre­valente”, concluye Víctor Pérez, psiquiatra experto en depresión que dirige la salud mental en el hospital del Mar.

El nuevo concepto incluye, por un lado, una manera diferente de actuar en el cerebro. En lugar de regular neuromoduladores, como la serotonina, la noradrenalina o la dopamina, los próximos antidepresivos, como esta copia de la ketamina, inhiben un neurotransmisor, actúan sobre el glutamato. Interviene en la mayoría de las señales que se producen en el cerebro y la ketamina es única en su capacidad para influir directamente en su actividad. Y a toda velocidad.

Recientemente, la agencia norteamericana FDA aprobó un nuevo producto para la depresión posparto que va en esta misma línea; es un análogo de la progesterona, que regula el ritmo del sueño y la vigilia del feto, “y mejora significativamente la depresión posparto en una administración única”, explica Víctor Pérez.

El triunfo de la ketamina como droga de uso recreativo –totalmente ilegal– se debe al bienestar que produce, lógicamente. Primero resulta sedante –aunque tomada oralmente, menos–, luego genera sensación de bienestar y una mejoría del estado de ánimo que dura días. El riesgo: que también puede provocar alucinaciones, al menos eso se ha visto con casos de abuso, y daño renal. Aún no se conoce suficiente su uso a largo plazo en depresión como para evaluar este riesgo que sí existe en las dosis de abuso.

La psiquiatría siempre se ha fijado en las drogas que persiguen ese estar bien. De hecho, la mayoría de ellas no son otra cosa que uso extramédico de fármacos existentes. Pero ahora los investigadores tienen en el punto de mira la ketamina, el cannabis, la psilocibina y con más dificultades la ayahuasca (que se usaba ancestralmente para abrir el tercer ojo con sus efectos alucinógenos).

Los ensayos ya puestos en marcha en varios hospitales, como el Clínic y el del Mar, buscan conocer y afinar el uso de la ketamina para la depresión y la psilocibina para mejorar dolores, sobre todo de origen oncológico.

El factor tiempo es en estos casos muy importante. “En el caso de la ketamina ves en horas si funciona; el mejor antidepresivo no lo puedes valorar hasta dos o tres semanas después. Los pacientes refieren una experiencia de extrañeza, como si bajaran los ­fil- tros y fueran capaces de captar cosas diferentes. El viaje puede ser positivo o una alucinación ­dañina”.

En los casos incluidos en ensayos clínicos, los pacientes acuden al hospital y se le administra la droga endovenosa. Al cabo de dos o tres horas, si es efectiva (sólo lo es en el 50% de casos) se sienten mejor. El efecto dura un par de días y luego vuelven a estar mal. Por eso la administración se repite y en dos o tres semanas se produce la estabilización. Algunos pacientes necesitan un mantenimiento más prolongado. Otros, no. Ya se encuentran bien. Incluso, en algún caso de especial éxito, han podido dejar toda la medicación antidepresiva.

“Los candidatos son pacientes que están pasándolo muy mal. Han probado ya más de dos medicamentos y terapia y no consiguen mejorar, se quieren suicidar, no comen, una vida muy mermada y en riesgo”, describe el experto. Gracias a estos ensayos se ofrece la ketamina como medicamento de uso compasivo, porque no está autorizado para la depresión. Y suelen plantearlo como alternativa al electroshock. También se usa para el dolor y como anestésico breve.

“Son pocos los que aceptan que se les administre. Es difícil que asuman arriesgarse a probar algo en ellos, que lo están pasando muy mal”. Además, la alternativa, el electroshock, es un tratamiento bien conocido, seguro y con buenos resultados, “salvo la afectación de la memoria. Y el inconveniente de que hay que anestesiar al paciente y es un procedimiento mucho más costoso que aplicar un medicamento”, explica el psiquiatra del hospital del Mar.

Entre los casos tratados de ­depresión severa, ha tenido efecto en la mitad, “resultados semejantes a los que tienen otros ­muchos equipos en el mundo”.

Hay detrás mucho negocio, los viejos fármacos en desuso redescubiertos por provocar bienestar están dando posibilidades a las compañías farmacéuticas: ya se conocen sus riesgos y su seguridad, lo que es una gran ventaja. Ahora hay que encontrar su nueva utilidad. Su eficacia más allá de la medicación existente.

La gran preocupación es el riesgo de crear una nueva epidemia de sobredosis de opiáceos sintéticos como la que vive Estados Unidos, la peor ola de muerte por sobredosis de su historia. Primero, dependencia con receta, después mercado negro, finalmente sobredosis en los nuevos adictos por descontrol de las ventas. Las agencias de medicamentos vigilan por eso especialmente el modo de administrarlos. De ahí el empeño en que el formato de aplicación de estas drogas sea lo menos vulnerable posible, que nadie se pueda pasar.

“Será un fármaco caro, de uso hospitalario y con un formato que impida el uso endovenoso”, augura el psiquiatra.

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