FUENTE: El Mundo
"Caminante no hay camino, se hace camino al andar", escribía Antonio Machado. Ignoraba el poeta español que al andar no sólo hacemos camino: también facilitamos pistas decisivas acerca de nuestra salud. Suficientes para que los médicos saquen conclusiones sobre cómo marchan el corazón y el cerebro, o incluso predigan qué enfermedades nos acecharán en el futuro.
No es lo mismo transitar a dos kilómetros hora que acelerar el paso para recorrer tres o incluso cuatro kilómetros en el mismo tiempo. Entre otras cosas porque la velocidad a la que se suceden nuestros pasos es un indicador bastante fiable del riesgo de mortalidad, a la altura del índice de masa corporal o de la tensión arterial que acostumbra a medir el médico de cabecera en cada visita. Es más, según un estudio que publicaba la prestigiosa revista médica JAMA, calculando a qué ritmo caminas se puede estimar tu edad biológica, marcada por nuestros hábitos de vida, que puede estar por encima o por debajo de la edad que figura en tu documento nacional de identidad. Según los investigadores, a quienes transitan rápido los años les pesan menos que los que andan a paso de tortuga. Y su cuerpo degenera más despacio, como si andando a marchas forzadas consiguieran dejar atrás, muy atrás, el envejecimiento.
Dime cómo andas y te diré... cómo marcha tu coco. Es la máxima que promueven desde hace algún tiempo Erica Camargo y sus colegas del Centro Médico de Boston (EEUU). Después de analizar concienzudamente la relación entre la velocidad del paso y la función cognitiva en 2.400 pacientes durante 11 años consecutivos, reunieron pruebas suficientes de que andar a paso lento está asociado a un menor volumen cerebral, una memoria más débil y escasa destreza tanto en el uso del lenguaje como en la toma de decisiones. Además, según sus cálculos, los individuos que en las primeras mediciones caminaron más despacio tenían 1,5 veces más probabilidades de desarrollar demencia.
Manuel Montero-Odasso, geriatra de la Universidad de Buenos Aires, en Argentina, le da la razón. Lleva años intentando encontrar signos precoces de demencia. Y parece que ha dado con la clave. Según ha podido averiguar, aunque se suele pensar que andar es una tarea motora automática, la función cognitiva juega un papel clave en su control, entre otras cosas porque nos hace falta para evitar obstáculos y navegar por nuestro entorno. Tanto es así que, de acuerdo a Montero-Odasso, a quienes sufren deterioro cognitivo y ligeros problemas de memoria se les puede notar porque caminan "con el paso cambiado", por decirlo de alguna manera. Está convencido de que midiendo la "arritmia" de sus andares, los profesionales podrían detectar una demencia incipiente antes de que la pérdida de memoria sea grave e irreversible.
No queda ahí la cosa. Científicos de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido) demostraron que caminar rotando exageradamente la pelvis a cada paso, a la vez que se gira el hombro opuesto hacia delante, es un indicador claro de agresividad. Andar despacito y con pasos muy cortos puede augurar una inminente depresión. Y hace unos años, un grupo de sexólogos belgas llegó a la conclusión de que los pasos más enérgicos en mujeres revelan una vida sexual activa y rica en orgasmos.
Lo que está claro es que, si quieres analizar tus andares, es mucho mejor que dejes a un lado las chanclas. Caminando con sandalias, el calzado estival por excelencia, tendemos a dar pasos más cortos de lo normal, además de forzar en exceso el tobillo, lo que suele provocar dolor en los pies. Para colmo, resulta que este calzado tiene una suela plana y no absorbe el impacto contra superficies duras, por lo que usarlo asiduamente genera molestias notables en rodillas, espalda y cadera.