FUENTE: Correo Farmacéutico
Los pensamientos negativos son continuos durante el trayecto hasta al aeropuerto, el pulso se acelera al llegar a la puerta de embarque, la angustia parece insoportable a medida que se avanza por la pasarela hasta el avión y los minutos se convierten en horas a medida que el aparato se aproxima a la pista de aterrizaje. Ésta podría ser la vivencia de una persona que sufre miedo a volar, un temor que en la mayoría de las personas no se presenta como una patología y que debe abordarse desde la raíz.
Javier Schlatter, especialista del Departamento de Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra, explica a CF qué perfil suelen tener las personas que padecen este miedo: “Son personas que tienen un componente de inseguridad, mayor sensibilidad a la ansiedad y una tendencia a anticipar el sufrimientoque piensan que van a tener. A esto se añade que suelen pensar que van a perder el control y no van a poder gestionar la situación”.
El sufrimiento que lleva implícito este temor, según describe Schlatter, es que la persona que lo padece “suele pensar que no va a haber una salida a esa situación, y eso incrementa la sensación hipotética de perder el control y de posible humillación”.
Sobre qué se esconde tras el miedo al avión también habla Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS). Este experto explica a CF que el miedo al avión suele venir dado por el temor específico a sufrir un accidente o por el temor a tener un ataque de pánico y ansiedad y entender que no se va a poder controlar la situación. “Estas personas suelen defenderse del ataque de pánico evitándolo, y en esa situación se piensa que no se va a poder evitar y eso genera aún más ansiedad”, precisa.
Pautas para reducir el miedo al avión
Aunque este tipo de miedos puede parecer incontrolable, Schlatter ofrece una serie de consejos para aplacarlo: “La primera recomendación es hacerle frente. Evitar ese miedo hace que aumente y cuanto más se evite, más va a crecer”.
En segundo lugar, y ante casos de ansiedad, señala que es recomendable hacer técnicas de relajación y de respiración abdominal para reducir el estado de alerta y de tensión: “Con estas técnicas se consigue relajar el cuerpo y así, posteriormente, la mente”.
Además, el especialista aconseja “compartir este miedo con la persona con la que se viaja”, ya que compartirlo puede ser una vía de escape y de relajación. “Hay personas que por vergüenza no lo expresan y lo pasan peor intentando evitar que se note. Si se lleva por dentro, sin expresarlo ni exteriorizarlo, ese miedo va creciendo”, añade Schlatter.
Además de esto, la solución al problema pasa por aprender a controlar ese miedo, tal y como explica Cano Vindel. “Si la base del problema es el miedo a sufrir un accidente, la respuesta es la reestructuración cognitiva: hay que demostrarle al individuo, incluso con datos, que el transporte aéreo es más seguro que otros, como por ejemplo el viajar por carretera. Si se trata de un problema de pánico, además de reforzar este argumento, habría que abordar las emociones, concretamente el temor a tener ansiedad”.
Saber identificar las situaciones
Sobre cómo canalizar esa ansiedad y controlarla, el presidente de la SEAS señala que la persona debe saber identificar las situaciones que le generan pánico –como es el caso del miedo al avión–, saber interpretarlas correctamente y aprender a no prestarles atención: “Las sensaciones de ansiedad, por muy tremendas que sean, suelen ser inocuas y no derivan en problemas serios. Por lo tanto, si la persona las interpreta como benignas, la ansiedad se reduce; si las interpreta como graves, irán en aumento”.
Schlatter también incide en esta cuestión explicando que, aunque el miedo a volar, “en la mayoría de la población, no se presenta como una enfermedad”, hay indicios que pueden indicar que es necesario un abordaje médico: “La patología se da cuando ese miedo se convierte en una disfunción, enuna limitación”.
Para detectar si ese temor supone un freno que hay que abordar pone dos ejemplos perfectamente comprensibles: “Renunciar a unas vacaciones en un destino al que haya que viajar volando o plantearse un cambio de trabajo porque hay que desplazarse en avión son casos que evidencian que se debe acudir al especialista”.
Necesidad de intervención
Helena Díaz Moreno, jefa del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Torrejón (Madrid), señala que “en los casos de fobia invalidante” que repercuta “en la funcionalidad de la persona debemos plantear un tratamiento multidisciplinar y multifactorial que se debe desarrollar en el ámbito de la consulta de especialista, Psiquiatría y/o Psicología”.
Esta intervención profesional, según explica, se efectúa desde varios planos: aprendizaje de técnicas de relajación para controlar el estrés y la ansiedad; incorporación de técnicas psicoterapéuticas con fundamento en la orientación cognitivo-conductual, basadas en la exposición al temor de manera progresiva y orientada, y apoyo farmacológico pautado (en el caso de que fuese preciso).
Junto a esto, también se dan casos en los que el miedo a volar es un temor oculto en personas que no son conscientes de que lo sufren. “En la mayoría de los casos, la aerofobia (fobia a volar) se descubre durante la atención o consulta por otras patologías de carácter adaptativo ansiógeno, molestas para la vida diaria. Dicha persona, sin ser consciente de ello, ha podido haber evitado la exposición al uso de avión durante años, y no haberlo entendido como un problema”, explica Casandra Gálvez, especialista del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Torrejón.
La automedicación no es la solución
El uso puntual de medicación sin control profesional a la hora de subir al avión no es, ni por asomo, la mejor solución para afrontar el problema del miedo a volar. Antonio Cano Vindel señala: “Aunque el fármaco reduce los síntomas, produce habituación. Cada vez la persona va a necesitar más dosis para que sea eficaz y llegará un momento en el que no le haga efecto. Puede además generar adicción, aunque sólo sea psicológica, y eso deriva en discapacidad si llega al caso de que la persona no puede volar si no es con fármacos”. Y a esto se suma, según apunta, que ciertos medicamentos, como las benzodiacepinas, no se deben usar nunca sin conocer si generan interacciones con otros medicamentos que se estén tomando.
Javier Schlatter, además de compartir estos riesgos, incide en que la medicación es sólo un mal parche: “Lo importante es tratar el problema y buscar un cambio psicológico. Tomar un ansiolítico para un viaje concreto puede parecer que resuelve la situación, pero si es un problema real hay que buscar la psicoterapia cognitivo-conductual para evitar que la persona sufra recaídas en el futuro”.