FUENTE: EL MUNDO
El dimorfismo sexual, lo que hace que machos y hembras seamos distintos, tiene una base genética que da lugar a formas dispares. Desde las astas de los ciervos, a la larga cabellera del león o la rojiza nariz de los mandriles machos, en la naturaleza hay una infinidad de ejemplos de estas diferencias. Las más notables son los propios genitales o las mamas, en el caso de los mamíferos. Normalmente, son los cromosomas X e Y los que provocan la divergencia entre sexos durante el desarrollo y la madurez. Pero no son los únicos. Estatura, rasgos faciales, voz, movimiento, lo que nos diferencia no siempre está condicionado por un único gen que está o no presente o se enciende y se apaga.
Para averiguar qué más influye en cómo somos, un grupo de investigadores de los Institutos Whitehead y Howard Hughes del MIT y de la Escuela de Medicina de Harvard (EEUU) se ha centrado en nuestro tamaño corporal. Es lo que los genetistas llaman un carácter complejo, no sólo por estar fuertemente condicionado por el ambiente, sino porque depende de muchos genes a la vez. Lo que han hallado les ha sorprendido a ellos mismos: los genes funcionan de una manera distinta en hombres y en mujeres.
"Esto sirve como una prueba de concepto de que podemos, de manera relativamente sistemática, usar la expresión génica sesgada por el sexo para explicar ciertos fenotipos que son diferentes o cambian entre los sexos", ha explicado Naqvi. La diana se centra, ahora, en aquellas enfermedades que prevalecen en mujeres o en hombres, pues se abre una vía para una medicina más específica.
Naqvi y sus colegas han mencionado varios casos concretos, como el del Factor de Transcripción del gen KLF14, que en el tejido adiposo aumenta la resistencia a la insulina y el riesgo de diabetes tipo 2, sólo en mujeres. "Muchas enfermedades muestran diferencias en la incidencia, prevalencia o gravedad entre los sexos. Por ejemplo, las enfermedades autoinmunes como el lupus y la esclerosis múltiple son más comunes en las mujeres, mientras que el autismo y las enfermedades cardiovasculares son más comunes en los hombres", ha destacado Naqvi.
Sin embrago, los datos que han utilizado los investigadores no sólo proceden de nuestra especie. El estudio de Naqvi y sus colaboradores se ha hecho en mamíferos y, para ello, han secuenciado y analizado el ARN humano (una molécula similar al ADN que procede de la acción de los genes y que puede usarse para medir su actividad), de macacos, ratones, ratas y perros. Las muestras proceden de 12 tejidos diferentes de machos y hembras de cada especie: piel, grasa, músculo, corazón, hígado, colon, pulmón, cerebro, glándula suprarrenal, pituitaria, bazo y tiroides.
Hay que tener en cuenta que el equipo de Naqvi ha medido efectos sexuales en genes que no están en los cromosomas X o Y y que, por lo tanto, no están directamente ligados al sexo. Este es un efecto poco conocido hasta ahora y que demuestra que, en distintos tejidos, un gen podría producir un mayor impacto según se trate de hembras o machos.
Por otro lado, al tratar con especies que abarcan una gran parte del árbol evolutivo de los mamíferos, este trabajo tiene implicaciones de linaje. La mayoría de las diferencias sexuales en la actividad de los genes que han estudiado, hasta un 77%, no se da en los cinco modelos animales, luego proceden de una adaptación evolutiva reciente. "Las cinco especies comparten un ancestro común de hace unos 100 millones de años, lo que nos permite inferir, aproximadamente, cuándo en la evolución de los mamíferos surgieron ciertos sesgos sexuales en la expresión de los genes", ha indicado para concluir Sahin Naqvi.