FUENTE: La Vanguardia
El equipo de Joaquim Bellmunt, director del IMIM, el instituto de investigación del hospital del Mar, ha podido demostrar la eficacia en cáncer de vejiga metastásico de un medicamento casi desechado.
El grupo de terapia molecular del IMIM ya había realizado el estudio preclínico del TORC1/2 de la farmacéutica japonesa Takeda. Se trata de un inhibidor de una proteína que es clave en el crecimiento de los tumores. “Pero los datos que conseguía el fármaco eran pobres y no había nada espectacular, lo que ponía muy difícil su desarrollo comercial. Además se trataba de una terapia molecularcoincidiendo con el boom de la inmunoterapia. Así que el laboratorio estaba a punto de tirarlo a la basura”, cuenta Joaquim Bellmunt.
En Estados Unidos tampoco había mucho interés en él y Bellmunt, que conocía el medicamento porque había desarrollado esa primera fase en ratones y laboratorio propuso estudiarlo más a fondo cambiando de estrategia. Y le aprobaron un estudio clínico en España, “que es más fácil que en Estados Unidos”.
Lo pusieron en marcha combinado con quimioterapia. Tras el estudio in vitro y en ratones ensayaron en pacientes con cáncer de vejiga metastásico. “Se trata de pacientes que habían hecho todo tipo de tratamientos previamente y a los que nada les había funcionado. No había más opciones”. Participaban además los hospitales de Sant Pau de Barcelona, Parc Taulí de Sabadell, Clínica Universitaria de Navarra y el General de Elche. Entre los primeros siete pacientes del ensayo, cuatro respondieron. Y publicaron los resultados en Molecular Cancer Research, porque aunque preliminares, los datos obtenidos eran más que esperanzadores: el fármaco creado para inhibir una determinada proteína con pésimos resultados era eficaz por otra vía, una alteración genética específica.
“Además, esa vía descubierta es una nueva diana molecular, un objetivo para fármacos que pretendan frenar este tipo de tumores. Y hasta hace tres meses, el cáncer de vejiga no tenía ninguna otra diana. Nuestros resultados podrían abrir la segunda diana molecular, que es nada menos que una llave de encendido y apagado del tumor”, explica Joaquim Bellmunt.
Un encendido y apagado para unos cuantos, aún no saben cuáles. “Porque los tumores no solo son distintos entre pacientes con el mismo órgano afectado, sino que incluso dentro del propio tumor hay tejidos con dianas diferentes”. Y en eso están, en descubrir vías posibles para atacar muy específicamente, aunque sea desde varios lugares.
La esperanza se solidificó cuando en el congreso de la Sociedad Americana de Oncología Clínica ( ASCO) de este año, otro equipo presentó resultados positivos de este fármaco en un subgrupo de cáncer de pulmón. Ellos han identificado la alteración genética común de los pacientes a los que funciona el fármaco. “Nosotros aún no, pero estamos secuenciando, con menos medios, para buscar si hay esa coincidencia genética, si comparte alteración con los de cáncer de pulmón que responden a este fármaco.
Los avances en el diagnóstico y en afinar en el conocimiento detallado del tumor, de qué lo alienta o no han sido tan rotundos en los últimos años que hay decenas de laboratorios farmacéuticos y equipos de investigación rescatando viejos medicamentos (aunque algunos tengan pocos años).
Son hallazgos que nunca llegaron a ser administrados a pacientes, que se quedaron por el camino porque las empresas no le veían el recorrido por su escasa eficacia o que quedaron rápidamente desplazados por nuevas terapias con mejores resultados.
Terapia molecular, inmunoterapia, quimio, radio, cirugía, las grandes herramientas de la oncología, tienden a combinarse en mayor o menor proporción, “porque ni siquiera el propio tumor es algo homogéneo en su composición y su respuesta”.