POR: Marta Tortajada
Todo empezó tras la crisis del 2008. Yo llevaba poco tiempo trabajando cuando los impagos en la Comunidad Valenciana empezaron a producirse. Fueron tiempo difíciles para todos y de mucha tensión. Tanta, que me hizo replantearme mi futuro y profesión.
Una vez se estabilizaron los pagos y todo volvió un poco a la normalidad, decidí llevar a cabo algo que quería hacer desde hacía mucho tiempo, irme dos meses de voluntaria. Pero esta primera vez, por la necesidad que tenía de encontrarme en mi vida, sin saber si quería seguir como farmacéutica o no, me iba de voluntaria a una escuela en un pueblo no muy lejos de Lima (Perú), alejada de todo lo que tenía que ver con la salud.
La experiencia fue muy dura, era la primera vez que me enfrentaba a realidades tan diferentes a la nuestra y que veía tan de cerca la miseria y la pobreza. Pero a la vez fue muy gratificante, pues todas las personas con las que trabajé, niñas y adultos, mostraban un agradecimiento y cariño absoluto hacia mí por el simple hecho de estar allí dedicándoles algo de mi tiempo.
Al regresar y volver a mi profesión y rutina, lo veía todo muy diferente. Agradeces cada momento el tener todo lo que tenemos. El nacer donde hemos nacido. Así que decidí que quería dedicar algo de mi tiempo, siempre que me fuera posible, a ayudar, desde mi profesión, a la gente más desfavorecida y que no ha tenido la suerte de nacer donde nosotros lo hemos hecho.
Justo en ese momento entró a mi correo electrónico un email de la SEFAC ofreciendo una beca para realizar el curso de cooperación internacional con Farmacéuticos Sin Fronteras España (FSFE), el llamado “Proyecto Boticarios”. Lo entendí como una señal y solicité la beca. Me la concedieron y realicé el curso que me pareció interesantísimo.
Al finalizar el curso, y como prácticas, decidí apuntarme para salir a terreno. Me mandaban a República Dominicana, a un poblado llamado Bajabónico Arriba, en Puerto Plata, y también trabajamos en Santiago de los Caballeros, en diferentes barriadas.
La experiencia fue también dura, aunque no lo fue tanto como mi primera experiencia en Perú. Trabajamos junto con otras asociaciones del país dando formaciones a lo que llamamos “Promotores de Salud” (personas que se van a hacer cargo de dispensarios de medicamentos en zonas pobres y que no tienen demasiada formación), analizamos aguas en diferentes barrios dando lugar a la posibilidad de un nuevo proyecto de saneamiento y organizamos las farmacias/dispensarios de algunas clínicas, entre otras cosas. Hay mucho que hacer, que aportar, pero siempre recibimos mucho más de lo que dejamos.
Fue muy enriquecedor tanto el curso como la salida a terreno y me reafirmé en mis ganas de dedicar parte de mi tiempo al voluntariado como farmacéutica y poder ayudar así a la gente que más lo necesita, sin olvidarme de mis funciones aquí.
De esa forma, este año, también podía salir a terreno y esta vez me enviaban a Kenia. La experiencia en este país tampoco fue fácil pero volvió a ser muy gratificante. Trabajamos en la gestión y administración de la clínica Mother Teresa Rodón en Mlolongo, un pueblecito a 14 km de Nairobi en el que la diferencia entre clases es tan abismal que llega a bloquearte.
En un principio nuestra misión era la de dar formaciones a la población más desfavorecida, pero la cooperación tiene estas cosas. El proyecto inicial habla de unas necesidades y, cuando llegas al país, te das cuenta de que hay necesidades que urgen más y que hay que solventar. En este caso vimos que la clínica que se había abierto hacía año y medio para ayudar a la gente más vulnerable estaba mal gestionada y había que poner remedio pues debíamos hacer que esa clínica fuera viable con el tiempo, así que estuvimos trabajando en esa gestión, enseñando a las Hermanas que la llevaban cómo hacerlo.
Al mismo tiempo ayudamos al equipo de la clínica a llevar a cabo una campaña médica en un barrio muy pobre de la zona, en la que se pasó consulta a más de 200 personas y se les dio tratamiento de manera gratuita por parte de la misma clínica. Trabajamos muchísimo todo el mes, pero a mí siempre me merece la pena.
La cooperación te da la oportunidad de conocer otros países, culturas y gente, otras sociedades, otras realidades que te hacen valorar muchísimo todo lo que tenemos. La cooperación rompe estereotipos, hace que muchos miedos desaparezcan y te da la posibilidad de ejercer tu profesión de multitud de maneras, pero siempre sacando lo mejor de ti mismo. No es fácil, duele muchas veces, pero el agradecimiento infinito, las sonrisas y miradas de la gente con la que trabajas y atiendes es el mejor salario que puedes recibir.
Sin duda, recomiendo la experiencia. Por mi parte, seguiré trabajando en casa, porque aquí también damos un servicio necesario, pero con la esperanza de poder repetir de nuevo las salidas a terreno.