FUENTE: El Mundo
Dicen que a los españoles, a quijotes, no nos gana nadie. Pero a cientificistas, tampoco. Tras comparar la percepción de la población con la de cuatro países de nuestro entorno -Alemania, Francia, Reino Unido e Italia-, España se ha distinguido del resto por sus mayores expectativas respecto a la ciencia y la tecnología. Nadie confía más en sus posibilidades, ni teme menos sus eventuales efectos adversos.
Sin embargo, y al margen de ciertas peculiaridades españolas, existe un amplio consenso entre los países analizados. Todos conceden gran importancia a la investigación y sus aplicaciones, y en todos gozan de amplia confianza los profesionales dedicados a estas actividades. Sobre todo, los médicos.
Así se desprende de la encuesta realizada en el último Estudio europeo de valores de la Fundación BBVA. La mayoría de personas entrevistadas, en todos los países, cree que la ciencia mejora la salud, reduce las supersticiones y temores del pasado y proporciona la imagen más fiable del mundo.
La población confía mayoritariamente -en este orden- en los médicos, los científicos y los ingenieros. También, aunque algo menos, en los ecologistas. El medio ambiente despierta cada vez más interés y predomina una visión de la naturaleza asociada a la "pureza y belleza", en oposición a visiones "materialistas o utilitaristas".
Las coincidencias en cuanto a valores -que no se deben confundir con conocimiento- son amplias entre los cinco países estudiados. Sin embargo, la letra pequeña del informe desvela también algunas diferencias notables según la nacionalidad de los encuestados.
La respuesta concreta que más distingue a los españoles del resto de países analizados es la relacionada con la ética de la investigación científica. Preguntados los participantes si piensan que la ética debe poner límites a los avances científicos, en todos los países, con la única excepción de España, la mayoría considera que sí debe hacerlo.
Los alemanes son los más partidarios de poner límites éticos, con un 68% de respuestas favorables, seguidos de los franceses, con un 57%. En Italia y Reino Unido el apoyo es más tímido, pero también mayoritario. En cambio, la opinión de los españoles se desmarca con claridad, ya que sólo el 36% estima que la ética deba marcar límites a la ciencia, siempre según la citada encuesta.
Una explicación a esta anomalía española podría encontrarse en la falta de tradición científica. Hemos vivido muchos avances comprimidos en pocas décadas, por lo que nuestro entusiasmo es inmenso, pero no tanta nuestra capacidad de discernir entre ventajas y cautelas.
"Este no es un estudio de cultura científica", recordó Rafael Pardo, director de la Fundación BBVA, quien explicó que, por otras encuestas, sabemos que el nivel de conocimientos de los españoles en cuestiones científicas está por debajo del de otras naciones europeas.
La disociación entre valores y conocimiento puede parecer paradójica: somos los más entusiastas, pero no los que más sabemos. Pero tampoco es algo extraño: "No hace falta conocer la teoría electromagnética para encender la luz", indica Pardo. Es decir, experimentamos "directamente" la tecnología y sus ventajas, aunque ignoremos qué hay detrás.
En la población española, la asociación entre progreso, bienestar y tecnología es muy intensa, lo que motiva que las respuestas sean casi siempre las más partidarias de cualquier propuesta. Por ejemplo, no hay ningún otro país en el que los implantes cerebrales para aumentar la memoria o la modificación genética de animales para producir medicamentos resulten mayoritariamente aceptables.
Alemania se encuentra en el extremo opuesto a España en estas y otras cuestiones. Es frecuente, de hecho, que los países con más tradición científica y tecnológica den ya por supuestas sus ventajas y pongan un mayor acento en la cautela. Un ejemplo muy concreto: hay mucho menos apoyo a la energía nuclear en Francia (27%), país muy vinculado a esta tecnología, que en el Reino Unido (40%), donde está mucho menos implantada. La explicación, señala Pardo, es que en Francia ya se considera "algo del pasado".
Ansiamos, sobre todo, lo que no tenemos, o lo que ha tardado más en llegarnos. Pero, ¿por qué sólo uno de cada tres españoles pondría límites éticos a la ciencia? "Desde mi punto de vista, la causa primera y fundamental es el desconocimiento del alcance del concepto de ética, en general, y de ética en la investigación e integridad científica, en particular", apunta María Luisa Salas, directora del departamento de Ética en la Investigación del CSIC.
"Existen unos límites infranqueables, como son el respeto a la dignidad del ser humano, su capacidad de autodeterminación, su privacidad, la protección de los datos de carácter personal, el bienestar de los animales utilizados con fines científicos o la preservación del medio ambiente", argumenta Salas.
Quizá el problema esté en que la noción de "límite ético" se perciba como un obstáculo al progreso, una intromisión innecesaria en nuestra ruta hacia el futuro. Pero la realidad, insiste Salas, es que tener una ciencia de vanguardia y unos elevados estándares de control van de la mano. "Sólo una conducta ética, íntegra y responsable en investigación garantiza el avance del conocimiento", indica.
RELIGIÓN, CLONACIÓN E INGENIERÍA GENÉTICA
Al contrario de lo que ocurre en el terreno de la ética, la coincidencia entre países es unánime cuando se pregunta si la religión debe poner límites a la ciencia. Todos piensan mayoritariamente que no. Aunque también aquí destaca España por ser donde más prima esta posición (82%), seguida de cerca por Francia (79%). El país donde este consenso está menos extendido es Alemania (60%).
Cuando se pasa de las preguntas generales a los casos concretos, la cautela ante una ciencia sin cortapisas aumenta. El ejemplo más claro es la clonación de animales, hacia la que el rechazo es generalizado. Pero, de nuevo, España se sitúa en el extremo, esta vez junto al Reino Unido, al presentar una mayor tolerancia a estas técnicas.
Los encuestados puntuaron con una escala del 0 al 10 su nivel de tolerancia o rechazo a la clonación de animales, siendo 0 el máximo rechazo y 10 la máxima aceptación. En todos los países, las medias rondaron el 3, siendo ligeramente superiores en España.
La modificación genética de animales, evaluada mediante el mismo método, vuelve a reflejar una particularidad de los españoles, los únicos que, con una media de 5, dieron un aprobado raspón a esta clase de experimentos, siempre que fueran dirigidos al desarrollo de medicinas. El resto de nacionalidades los rechazaron mayoritariamente para cualquier propósito. Ningún país aprueba la ingeniería genética en animales para producir alimentos, pero España es el que más se acerca, con un 4,3.
La investigación con embriones humanos para fines médicos se encuentra con un amplio rechazo en Alemania (57%), mientras que en España y Reino Unido las posiciones están más polarizadas. En España, el rechazo máximo -puntuación de 0 a 2- alcanza el 33% y la extrema aceptación -de 8 a 10- obtiene un 29%, lo que le convierte en el país donde la división de opiniones es mayor.
El Reino Unido es el país que más similitudes presenta con España a lo largo de todo el informe. Por ejemplo, son los dos únicos donde la modificación genética de plantas para producir alimentos supera el aprobado. En las pocas cuestiones en que ambos países se separan, suele deberse a un mayor entusiasmo hacia la tecnología -con o sin límites- por parte de la población española.