FUENTE: La Razón.
Para que usted se pueda tomar una aspirina cuando le empieza a doler la cabeza, los investigadores tardaron cerca de 50 años en dar con la fórmula del ácido acetilsalicílico, aunque en sólo dos años Bayer lo empezó a comercializar. Eran los inicios del siglo XX y los ensayos clínicos para nuevos medicamentos no requerían las mismas medidas de seguridad que se exigen hoy a la industria. De ahí que, de media, una farmacéutica tarde entre 10 y 15 años en sacar a la venta una nueva molécula y que, para ello, tengan que invertir unos mil millones de euros para superar todas las fases que aseguran que un medicamento es eficaz y, al mismo tiempo, seguro.
Dar con una diana terapéutica novedosa e iniciar los primeros pasos de demostración en animales se puede alargar más de 50 meses, mientras que en los ensayos clínicos ya entran en juego las pruebas en humanos. Es en este punto, tras medirse en ratones, cuando los voluntarios sanos (alrededor de unos 100, según Farmaindustria) se postulan para participar en la siguiente fase en la que, sobre todo, se prueba la seguridad y tolerancia al nuevo compuesto. Aquí entran en juego las primeras «cobayas humanas». Y es que, antes de comprobar si estas nuevas dianas terapéuticas actúan contra la enfermedad, debe medirse su seguridad. Es lo que trataba de demostrar el laboratorio portugués Bial con las pruebas que había iniciado en junio de 2015 en Francia y por las que permanecen seis personas ingresadas en el Hospital Universitario de Rennes, una de ellas, en estado de muerte cerebral.
Lo ocurrido en Francia es una excepción. Y es que de las miles de personas sanas que participan cada año en las fases clínicas de desarrollo de un medicamento, son pocas las que sufren efectos adversos, pero las hay. El último ocurrió en 2015 con el medicamento «beloranib», en Estados Unidos, donde sólo dos meses después de iniciarse las pruebas con esta nueva molécula fallecieron dos personas. Todas las pruebas se paralizaron.
Pero a pesar de los posibles efectos secundarios, sin estas pruebas no se podría avanzar en el desarrollo de nuevos fármacos. Y eso, José y Javier lo tenían claro cuando, siendo estudiantes de Económicas, decidieron participar en uno de estos estudios. «Una amiga del grupo que hacía prácticas en el Hospital La Princesa nos habló de los ensayos clínicos que se estaban haciendo en su centro» y no lo dudaron. Es cierto que, como a muchos otros voluntarios, lo que les movía no era su interés por el avance de la ciencia, sino «el dinerillo que nos podíamos sacar por pasar un día encerrados en una habitación de hospital», recuerda Javier. Han pasado ocho años desde aquella experiencia y aún la tiene marcada. Se apuntó sin el consentimiento de sus padres, pero tampoco lo necesitaba. «Queríamos ir al viaje de Ecuador y pensamos que era una buena manera de ahorrarnos parte de su coste». Decididos, se apuntaron cuatro, aunque hoy sólo dos quieran recordar esos días. «Nos pagaron 600 euros por tomarnos una pastilla y pasarnos de ocho a ocho en un habitación mientras nos sacaban sangre cada poco tiempo».
Los jóvenes se habían apuntado a un ensayo para probar un nuevo medicamento genérico para luchar contra la osteoporosis. «La dosis que nos dieron –va rememorando Javier– no era ni la mínima parte de lo que el tratamiento determina que era de tres pastillas al día durante un mes. Nosotros sólo tuvimos que tomar una». Antes de tomarse esa única dosis, a los cuatro amigos les hicieron varias pruebas para comprobar que su salud era buena. Les analizaron su sangre y la orina. Tras darles el «okay» eran ellos los que tenían preguntas. «¿Qué vamos a tener que hacer?», se preguntaron. Para ello, como fija el reglamento de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), a todos los voluntarios se les reune para explicarles las condiciones del ensayo y cuáles pueden ser los efectos secundarios. «Nos hablaron de dolores de cabeza o de espalda, pero teniendo en cuenta que nos pasamos todo un día tumbados en una cama, no nos sorprendía que nos pudiese doler», bromea Javier, ahora treintañero.
Se presentaron 30 candidatos, pero «sólo nos seleccionaron a 15. Sobre todo querían gente joven y sana, sin sobrepeso». Por esa jornada, «que la pasamos viendo la tele y jugando a la PlayStation que nos llevamos nos dieron 700 euros y el viaje a Cancún de ecuador de la carrera nos salía por unos mil, así que prácticamente lo pagamos gracias a esa única pastilla», añade el economista.
Quedaron tan satisfechos que, meses después, en junio, se presentaron para probar el genérico de otro fármaco. En este caso era para la hipertensión. La cuantía que se embolsaron bajó a 450 euros porque «tuvimos que volver menos veces a que nos hicieran análisis de sangre para comprobar que todo iba bien». Después del ingreso para probar el fármaco de la osteoporosis tuvieron que volver durante siete días para que «nos sacaran sangre; en la segunda ocasión sólo fuimos tres veces». Y es que las «ganancias» van acorde con el número de veces que acudan para sacarse sangre o someterse a nuevas pruebas.
Miguel Guirao, estudiante de Medicina, también conoce las ventajas de convertirse en «cobaya humana». «Participé en un estudio con un antidepresivo hace unos tres años». Es el departamento de Farmacología de su universidad, la Autónoma de Madrid, la que anuncia por Twitter las plazas que van saliendo para nuevos estudios. «En cuanto sale un anuncio nos lanzamos todos a llamar y es difícil conseguir plaza. Los cupos se llenan en unos días». Suelen pedir gente joven, sana, no fumadora y, normalmente no se discrimina por sexo. Por eso, el perfil del estudiante universitario encaja perfectamente. Miguel también quería los 400 euros que le pagaban para su viaje de ecuador de carrera y hoy tiene claro que «lo volvería a repetir». Sólo tiene que ser más rápido que sus compañeros.
Los perfiles
Javier Martín
No se plantea repetir
Javier ahora trabaja de economista y recuerda su experiencia como «cobaya humana» con humor, como una memoria más de su etapa universitaria. Fue una amiga que trabajaba haciendo prácticas en el Hospital La Princesa la que le habló de los ensayos clínicos que se realizan allí. Sólo tuvieron que permanecer un par de días ingresados en una habitación pendientes de que cada poco llegara una enfermera a sacarles sangre para ver que la dosis del medicamento contra la ostoporosis que habían tomado esa mañana no les causaba reacciones adversas.
José Alonso
Se pagó parte de un viaje
Ese año, 2007, José planeaba, junto al resto de sus compañeros, viajar a Cancún. Es el ansiado viaje de ecuador que organizan los universitarios en tercero de carrera. Como el resto de su grupo, vio en los ensayos clínicos una oportunidad para sacarse un «dinerillo extra» y pagarse, al menos, la mitad del viaje. Y así lo hizo. Meses más tarde, tras el éxito con el primer ensayo, se apuntó a un segundo. Esta vez probaron un medicamento para la hipertensión. «Tenías que avisar si te levantabas de la cama porque la tensión te bajaba de golpe», recuerdan los amigos.