FUENTE: Las Provincias
¿Alguna vez se ha preguntado por qué nos salen las muelas del juicio si a la mayoría no le caben en la boca? Quizás no se le haya ocurrido nunca plantearlo así pero si lo hace que sepa que la cuestión tiene una explicación lógica.
Los genes de nuestros ancestros comenzaron a sufrir, hace más de siete millones de años, una serie de mutaciones que influyeron en el desarrollo y la debilitación de ciertas zonas corporales, desde la sustancia gris del cerebro hasta la cola, pasando por los terceros molares.
«La tercera muela es un diente importante que sale a partir de los 18 o 20 años y, si nuestra estructura cráneofacial es la adecuada, no da problemas y es beneficiosa», explica Markus Bastir, paleoantropólogo e investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). El problema viene cuando esto no es así, lo que se debe a dos factores principales.
El proceso de civilización incluyó la fabricación de instrumentos de corte de la carne y la cocción a fuego de los alimentos. «Al comer mayoritariamente cosas blandas, nuestro sistema masticatorio pierde funcionalidad y el sistema esquelético tiende hacia la reducción», dice el científico. Por otro lado, el incremento evolutivo del tamaño del cerebro redujo el espacio de la boca y el tamaño de la mandíbula y de los músculos masticatorios, lo que proporcionó espacio en el cráneo para albergar más masa cerebral, pero comprometió la capacidad de albergar todos los dientes.
«Se podría proponer la hipótesis de que la reducción de la cara, junto con el cambio de alimentación, hace que nuestro esqueleto no reciba el estímulo necesario para seguir creciendo y desarrollar todas sus proporciones, por lo que se queda pequeño para que quepan las muelas del juicio», señala Bastir. De ahí que muchas personas nazcan sin ellas o que, cuando salen y provocan dolores o infecciones, se extraigan, aunque sin perder, a su costa, calidad de vida.
Los terceros molares, sin embargo, no son la única parte del cuerpo que parece haber perdido su propósito. De hecho, en 2019, la antropóloga evolutiva del Boston College (Estados Unidos), Dorsa Amir, contó a la revista 'Business Insider' que existen otras zonas corporales que han visto su función alterada a lo largo de la evolución. Son lo que se llaman 'restos evolutivos' o 'vestigios estructurales'.
Viene a la cabeza, por ejemplo, el apéndice, una bolsa en forma de dedo situada en la confluencia entre el intestino delgado y el grueso, en el lado inferior derecho del abdomen. Este órgano sirvió a los primeros homínidos, que se alimentaban de plantas, para digerir la celulosa de las mismas pero, «a medida que comenzamos a cambiar a una dieta más diversa y a enfocarnos en la carne, ya no necesitábamos tractos intestinales tan largos y complicados», explica Amir.
Aun así, diversos estudios han comprobado que, aunque se puede extirpar sin ocasionar daños evidentes en el organismo, el apéndice también tiene una función importante hoy en día: almacenar algunas bacterias intestinales útiles para nuestra salud.
Otro ejemplo del proceso evolutivo humano es el del músculo palmar largo, que se extiende desde la muñeca hasta el codo y es visible en el reverso de la muñeca al juntar el pulgar con el meñique. Amir afirmó que este músculo está ahí porque ayudó a nuestros antepasados a trepar a los árboles pero que, al empezar a caminar erguidos (bipedestación) hace unos 3,2 millones de años, dejó de cumplir su cometido paulatinamente. Es más, un 10% de los humanos ya no lo conserva, aunque la fuerza de agarre del hombre moderno es la misma, tenga o no el músculo.
Más vestigios musculares los encontramos en los piramidales, situados sobre el pubis, por delante de los músculos rectos. Estos ayudan a contraer la pared abdominal, pero su ausencia no tiene mayor impacto sobre la misma, por lo que el 20% de los humanos ya no los tiene.
Además, la doctora Lauren Sallan, en un artículo de la revista Current Biology, destaca que tampoco conservamos ya la cola que a nuestros ancestros les ayudó a mantener el equilibrio. La actual posición de la cabeza, en eje con la columna y no adelantada a ella, la hace innecesaria. Se sabe que aparecen restos de una cola ósea durante las primeras semanas embrionarias, pero esta no evoluciona al tamaño de una extremidad porque carece de señales y receptores moleculares, así que da lugar al coxis, que es un vestigio de la misma.
¿Dejarlo o quitarlo?
A pesar de todo, retirar aquello que se antoja inútil o disfuncional no es lo más aconsejable. De hecho, aunque hasta hace unos años extraer los terceros molares de forma preventiva era frecuente, en 2012 la Sociedad Española de Cirugía Oral y Maxilofacial (SECOM) advirtió que la extracción preventiva no es recomendable y que, en muchos casos, no se justifica.
«Además, cualquier intervención, por mínima que sea, conlleva un posible riesgo», destaca Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG). En el caso de las muelas del juicio, por ejemplo, que es una cirugía relativamente sencilla, existen posibles complicaciones como la falta de sensibilidad de la boca y los labios por la lesión de los nervios próximos, o las infecciones locales (o en otras partes del cuerpo) por la entrada de bacterias presentes en la boca al torrente sanguíneo.
La doctora Rodríguez recuerda también que, «aunque las funciones iniciales de ciertas partes de nuestro cuerpo se hayan modificado, nunca sabemos a ciencia cierta si tienen otros cometidos que desconocemos. Lo más práctico es no tocar aquello que está bien, cuidar todo lo que tenemos y dejar que la naturaleza siga su curso, en lugar de pensar en todo aquello que nos sobra».