FUENTE: EFE Salud
El linfedema es una enfermedad que afecta entre 140 y 250 millones de personas en todo el mundo, pero de la que se tiene un “mal conocimiento”, señala Paloma Domingo, fisioterapeuta, fundadora y vicepresidenta de la Asociación Española de Linfedema (AEL).
Se trata de una enfermedad que aumenta el volumen de cualquier parte del cuerpo por el que pase el sistema linfático y puede desencadenar una grave infección.
El sistema linfático es el responsable de la aparición o no de esta enfermedad, una red de órganos, vasos sanguíneos, conductos y ganglios linfáticos, encargada de la limpieza de los deshechos celulares.
Si este sistema falla o se daña, la conexión entre los componentes de la red se rompe, colapsándose y dejando de funcionar de forma eficaz. Es entonces cuando aparece el linfedema.
Aunque no tiene cura, un diagnóstico precoz y un tratamiento adecuado pueden llegar a revertir la patología en muchos casos, dándole al paciente la oportunidad de normalizar su vida.
En este Día Mundial del Linfedema, Paloma Domingo pide una mayor cooperación y conocimiento de la enfermedad entre los profesionales sanitarios ya que, asegura, todavía existen expertos que niegan la existencia de esta patología, aún habiendo estudios que lo corroboran.
Cambios hormonales y accidentes
El linfedema suele darse, mayoritariamente y según detalla Domingo, en aquellos pacientes oncológicos que han sido intervenidos o a los que se les ha dado radioterapia.
“Al hacer la cirugía, la mayoría de las veces, tienen que quitar los ganglios, que forman parte del sistema linfático. Y, una vez que los quitan, nuestras carreteras están en el sistema, pero los peajes no existen“, detalla.
Sin embargo, también pueden sufrirlo otras personas por motivos hormonales o, incluso, hereditarios.
Primarios
Los linfedemas pueden ser congénitos o hereditarios y se pueden desarrollar en cualquier momento y etapa de la vida, según la experta.
Paloma Domingo, también directora del Centro Vodder de Fisioterapia, concreta que son las mujeres las más propensas a tener esta enfermedad.
“Sobre todo suele pasar muchas veces en niñas, porque se dan más en la adolescencia, con los cambios hormonales“.
En este caso, detalla, el número de incidencia es muy escaso. Domingo argumenta que no se puede hacer nada para prevenirlo porque “no tiene sentido hacer pruebas diagnósticas a toda la población dado el pequeño número de linfedemas primarios”.
Secundarios
Más allá de los pacientes oncológicos, también se pueden dar en caso de accidente, por ejemplo, de tráfico y que se produzca una lesión en los propios vasos.
A diferencia del linfedema primario, el tipo secundario sí se puede prevenir en pacientes que han sido intervenidos o tratados con radioterapia.
En palabras de la fundadora de AEL, al tratarse de un daño producido por la extirpación de una serie de ganglios o por la radiación del tratamiento, los profesionales pueden precaver la aparición de la patología con un tratamiento precoz.
Estadios, cuanto mayor, peor
En cualquiera de los estadios, comenta la experta, se puede trabajar y, según un estudio realizado por Domingo, se puede pasar de un estadio superior a uno inferior.
No estar dentro del Índice de Masa Corporal (IMC), no tener un buen tono muscular o tener retracciones de las cicatrices son algunos factores que pueden fomentar la aparición de un linfedema secundario tras un tratamiento u operación.
No obstante, la experta detalla que, hasta hace unos años, existía la creencia de que los pacientes oncológicos no debían hacer ejercicio físico después de uno de estos procedimientos.
“Los profesionales les decían a sus pacientes que no cogiesen peso o, incluso, que no se pusieran complementos como pulseras o anillos porque pensaban que esto favorecería la aparición de la enfermedad “.
En la actualidad, asegura Paloma Domingo, se ha demostrado que el ejercicio es beneficioso y, por ello, recomienda mantenerse en forma, así como asistir a un profesional antes de una intervención o una radioterapia, con el objetivo de prevenir.
Tratamientos
A la hora de prevenir o tratar, el papel del fisioterapeuta es “esencial”, pues es quien se encarga de drenar de diferentes formas la linfa acumulada y reducir el tamaño inusual de la zona afectada por la patología.
Asimismo, si la enfermedad se “pilla” en uno de los primeros estadios, en muchos casos, se podría evitar que el paciente lleve “para siempre” vendas compresoras, añade la experta.
Según la vicepresidenta de la AEL, el linfedema está conocido como una enfermedad progresiva, es decir, que seguirá aumentando de volumen y, a su vez, aumentará el riesgo de padecer infecciones repetidas en la área dañada.
Por lo tanto, si la enfermedad no se trata, estas infecciones localizadas pueden pasar a ser una generalizada, llegando, incluso, a necesitar ingresos hospitalarios, según Paloma Domingo.
“Va desde una pequeña infección, una celulitis en los capilares linfáticos, justo debajo de la piel, hasta una infección generalizada“.
Otro afectado de la COVID-19
Al igual que en otras patologías, el tratamiento y diagnóstico del linfedema también se ha visto afectado por la llegada de la pandemia.
Sin equipos de protección individual y una forma segura de trabajar con pacientes “vulnerables”, como los oncológicos, han habido muchos que han empeorado, explica Domingo.
Por otro lado, las listas de espera en los centros sanitarios, a nivel público, “se han disparado de una manera increíble”, de forma que los tratamientos se han retrasado y han dado paso a una mayor dificultad a la hora de tener buenos resultados.
No querer reconocerlo
Tras 30 años de trabajo en el terreno linfático, la fisioterapeuta lamenta que sigan existiendo profesionales que nieguen la existencia del linfedema.
“Es llamativo que todavía encontremos oncólogos y urólogos que, cuando van sus pacientes operados de cáncer de próstata y empiezan a tener un edema en los genitales o en las piernas, les manden ponerse unas medias y les digan que esto no tiene tratamiento, que es una secuela y que se tienen que ‘aguantar’“, denuncia.