La palabra “vacuna” está en boca de todos más que nunca, pero este tipo de medicamento lleva entre nosotros desde 1796, año en que se inoculó la primera. Desde entonces, las vacunas han evolucionado hasta el punto de que ya no solo se administran para prevenir o tratar infecciones, sino también para tratar de una alergia.
Las personas con alergias a sustancias ambientales (ácaros del polvo, hongos, pólenes, epitelios de animales, látex, venenos -avispa y abeja- y alimentos), tras inhalar o entrar en contacto por la ingestión o administración de alguna de estas sustancias, pueden sufrir desde una rinitis hasta una reacción grave como es la anafilaxia.
Para solventar este problema, la principal recomendación suele ser tomar medidas para evitar el alérgeno como dejar de consumir un alimento; situación que en la mayoría de los casos puede resultar considerablemente simple de acatar. Sin embargo, en otros alérgenos como el polen, los ácaros del polvo o la caspa de los animales puede resultar muy difícil -por no decir imposible- evitarlos. Si bien es cierto que existen tratamientos para ciertas enfermedades (asma, rinoconjuntivitis, etc.) como son los antihistamínicos, que pueden alivian y controlar en cierto grado la enfermedad. Mientras que la otra opción son las vacunas de la alergia, que es una “inmunoterapia con alérgeno”, es decir, que se administra el alérgeno (sustancia que provoca una reacción alérgica en el cuerpo sin ser nociva) en pequeñas cantidades para evitar una reacción grave tras exponerse al alérgeno o para mejorar la calidad de vida. De este modo, la vacuna modifica la respuesta inmunológica de la persona a la que se le administra.
Aunque el uso de las vacunas de la alergia puede resultar la solución definitiva, en ocasiones puede no recomendarse. Esto se debe a que depende de la evolución de la enfermedad y la respuesta que el cuerpo muestra hacia la medicación. Para aquellas personas que experimentan síntomas leves y puntuales y que, tras la toma de la medicación, desaparecen, no es necesario vacunar. Por el contrario, si la persona experimenta los síntomas de forma frecuente, es posible que el especialista considere necesaria la vacunación.
Antes de empezar a vacunar, el especialista prescribe una vacuna con una composición individual -de tipo sublingual o inyectadas-, siendo esta intransferible. La vacuna se fabrica en una empresa farmacéutica que, una vez hecha, se entregará a la farmacia del paciente. Una vez recogida, si se trata de una vacuna inyectada, se debe acudir al centro de atención primaria habitual para administrarla. Es importante recordar al médico que prescriba con cierta antelación la siguiente vacuna, también llamadas cajas de continuación.
Dudas más frecuentes
Otros aspectos a tener en cuenta
Como cualquier otro medicamento, es seguro y eficaz, pero debe utilizarse siguiendo las condiciones de uso ya que, en caso contrario, puede presentar cierto riesgo.
Antes de administrar la vacuna, la persona debe estar en buen estado de salud. Si se está pasando alguna enfermedad como la varicela, se tienen síntomas del asma (pitos, dificultad para respirar, etc.), fiebre u otros con los que se duda como tos, se recomienda posponer la vacunación. En cambio, un leve resfriado no debería impedirlo.
Una vez puesta, y aunque los efectos son leves, puede provocar reacciones locales tras los primeros 20-30 minutos en la zona del pinchazo dejando la piel enrojecida, endurecida y caliente. Mientras que, si se trata de una vacuna sublingual, puede provocar picor en la boca. En ocasiones también pueden provocar reacciones alérgicas generales, afectando a la piel (urticaria, edema o inflamación), al tracto respiratorio (tos, “pitos”, etc.) o anafilaxia. Además, durante las siguientes 3-4 horas de la administración de la vacuna se recomienda evitar realizar esfuerzo físico intenso, baños de agua caliente, saunas o una exposición inminente al sol, con especial énfasis durante los meses de calor.
Respecto a la conservación de las vacunas, no siempre se le da la importancia que merece; se puede ir al supermercado y después acudir a la farmacia, sin que pase mucho tiempo sin refrigerar hasta llegar a casa. Por suerte, los medicamentos cuando salen de la farmacia están en perfectas condiciones y así lo aseguran los farmacéuticos como profesionales sanitarios. No obstante, es cierto que cuando se sale de la farmacia se puede exponer la vacuna a mucho calor debilitando su potencia o que, una vez en la nevera, pueda congelarse dejándola inutilizada. En este caso, si se tienen dudas sobre su conservación o sobre cualquier otro aspecto en relación a este tipo de vacunas, se recomienda consultar al farmacéutico, el profesional sanitario más cercano.