FUENTE: 20 Minutos
Si hay una enfermedad con ecos bíblicos, esa es la lepra. Descrita desde hace miles de años, se trata de una afección que históricamente ha traído aparejados el ostracismo y la marginación, gracias en parte a haber sido señalada como castigo divino en varios textos religiosos.
Sin embargo, con los avances en la ciencia y la medicina ha sido posible conocer su verdadera naturaleza e incluso avanzar en su tratamiento; a pesar de ello, está lejos de ser erradicada, y cada año se detectan el mundo cientos de miles de nuevos casos.
¿Qué es la lepra y cuales son sus causas?
Hoy en día, la lepra se define como la infección crónica causada por la bacteria Mycobacterium leprae, si bien existe discusión acerca de si se trata de la misma bacteria responsable de las enfermedades descritas en la Torá, los evangelios o en los vedas.
En cualquier caso, estudios realizados sobre antiguos restos humanos encontrados en Rajastán (India), en los que se detectó la presencia de M. leprae, han trazado el caso más antiguo confirmado hasta el año 2.000 antes de Cristo.
En la actualidad, se trata de una condición que sigue presente especialmente en países de clima tropical y cálido en vías de desarrollo; así, sus mayores zonas de alta prevalencia incluyen Brasil, La India, Nepal, Birmania, y zonas de áfrica como Tanzania y Mozambique. Cabe destacar que también tiene cierta presencia en partes de Estados Unidos, como California o Hawaii.
La lepra, durante toda su historia en relación a la especia humana, ha conllevado un estigma que aún persiste en algunas sociedades, ya que era común considerar que se trataba de un castigo divino. Por ello y por el miedo al contagio, los leprosos eran confinados hasta tiempos relativamente recientes en leproserías, lugares recluidos y apartados donde en ocasiones recibían tratamiento por parte de diversas instituciones religiosas o caritativas.
¿Cuáles son sus síntomas?
La lepra se manifiesta en forma de unas características lesiones cutáneas, de color más claro que el resto de la piel, con protuberancias deformantes y sensibilidad reducida.
Posteriormente, y en función principalmente de la respuesta inmune del organismo, puede tomar distintas formas: indeterminada, tuberculoide, lepromatosa e intermedia.
En el caso de la indeterminada, el cuadro se limita exclusivamente a la piel e incluso puede desaparecer por sí mismo al cabo de un periodo de unos dos años.
La tuberculoide, en cambio, aparece en la forma de lesiones más severas con una afectación neurológica temprana en los nervios cutáneos, pudiendo experimentar el paciente dolor neurítico (es decir, un dolor permanente derivado del daño en el nervio). Estos síntomas pueden empeorar e incluir atrofia muscular. Además, los traumatismos en las lesiones a menudo dan lugar a infecciones secundarias.
Por su parte, la lepromatosa se manifiesta en forma de lesiones extensas y simétricas de bordes mal definidos y con induración en la parte central. Estas lesiones se sitúan comúnmente en la cara, las orejas, las muñecas, los codos, las nalgas y las rodillas; además, suelen ir acompañadas de congestión, ronquera, ginecomastia, y en los hombres lesión testicular y esterilidad. En última instancia, puede llevar a la ceguera y la pérdida de pérdida de dedos y zonas distales articulares.
Finalmente, la intermedia combina síntomas de las formas tuberculoide y lepromatosa.
¿Cómo se contagia?
A pesar de su mala fama desde la antigüedad, la lepra es mucho menos contagiosa que otras afecciones comunes. No todos los enfermos la transmiten, y el tratamiento minimiza aún más esta posibilidad. Además, la mayoría de las personas poseen un cierto grado de resistencia natural a la bacteria causante, si bien existen personas que son más susceptibles, algo en lo que se cree que intervienen algunos factores genéticos.
Los mecanismos concretos de la transmisión no están claros, pero los científicos creen que se contagia principalmente a través de las vías respiratorias, cuando entran en contacto con las secreciones nasales de un enfermo sin tratar, e igualmente se baraja la posibilidad de que se pueda transmitir a través de heridas en la piel.
Lo que sí se sabe es que el contagio se da después de contactos directos, cercanos y prolongados.
¿Cómo se trata?
El tratamiento más empleado contra la lepra consiste en la aplicación de quimioterapia antimicrobiana, combinada con asistencia oftalmológica, ortopédica y fisioterapéutica.
En concreto, el fármaco central es la dapsona, un medicamento barato, de efectos secundarios poco frecuentes. También han demostrado su eficacia la rifampicina y la cofazimina, a menudo en combinación de la dapsona y, a diferencia de esta, durante periodos limitados de tiempo. Con todo, es importante no interrumpir el tratamiento con dapsona, ya que pueden darse recidivas hasta 8 años después de finalizarlo.