Fuente: 20 Minutos
La peste se ha ganado un lugar especial en la historia de Europa y del mundo. No es de extrañar que, tras matar hasta a 200 millones de personas (según algunas estimaciones), haya dejado su impronta en nuestra memoria colectiva como un gran terror del que, en su momento, nadie estaba libre.
Hoy en día, la peste ha quedado como un mal recuerdo, un horror del pasado. Sin embargo, nunca se erradicó del todo, y sobrevive en algunos reservorios que aún son una amenaza.
¿Qué es la peste?
La peste es una enfermedad infecciosa causada por la bacteria Yersinia pestis y que afecta tanto a humanos como a otras especies animales. Es altamente contagiosa y, sin tratamiento, puede provocar la muerte de la persona afectada.
Esa alta contagiosidad no se da necesariamente entre humanos, sino más bien entre otras especies animales (vectores) y personas. Por ejemplo, pese a que tradicionalmente se ha señalado a las ratas como el vector más importante en las grandes pandemias de peste, hoy se sabe que este papel lo cubrían las pulgas de la rata, que infectaban a las personas a través de sus picaduras.
También es posible contraer la peste al manipular cadáveres de ciertos animales (distintas especies de mamíferos) o comer carne infectada por la bacteria.
Actualmente, la peste sigue viva en distintos reservorios de África, Asia y América, incluyendo el oeste de Estados Unidos. En todos esos lugares, siguen registrándose casos de peste en humanos cada año.
La peste es tan letal que se han estudiado sus posibles usos como arma biológica, tanto a manos de estados como a manos de grupos terroristas. Particularmente, la peste neumónica primaria resulta especialmente rápida y fulminante, así como fácil de propagar, por lo que se ha teorizado que la forma más probable de uso sería mediante el rociado de aerosoles sobre áreas determinadas.
Es más; aunque no se ha registrado ningún ataque con Y. pestis a manos de terroristas hasta el día de hoy, sí que hay instancias de su uso por parte de ejércitos. Concretamente, en el Lejano Oriente, varios escuadrones del ejército japonés condujeron durante la Segunda Guerra Mundial experimentos y ataques con Y. pestis, siendo los más célebres los llevados a cabo por el escuadrón 731.
¿Cuáles son sus síntomas?
El cuadro provocado por la peste varía según la forma en la que se produzca el contagio. En función de ello, se distinguen tres principales manifestaciones distintas: peste bubónica, peste septicémica y peste neumónica.
La peste bubónica aparece tras una exposición cutánea (por la picadura de una pulga, por ejemplo). Provoca fiebre alta, escalofríos, fatiga, cefalea, y unas características lesiones denominadas bubones, consistentes en la inflamación acusada de un ganglio linfático, habitualmente en una ingle, una axila o en el cuello. Los bubones miden entre uno y diez centímetros, y la piel de la zona puede presentar eritema.
Por otro lado, la peste septicémica se caracteriza por fiebre alta sin bubón ni signos locales, y es el resultado de la multiplicación de la bacteria en el torrente sanguíneo, habitualmente como complicación de la peste neumónica o bubónica. Con su avance, aparecen síntomas gastrointestinales, necrosis, sepsis y fallo multiorgánico.
Finalmente, la peste neumónica es la infección pulmonar por la bacteria de la peste y puede ser primaria (por el contagio a través de las vías respiratorias) o secundaria (por diseminación hematógena; es decir, a través del torrente sanguíneo. Los síntomas aparecen a los pocos días en forma de tos productiva y progresan hasta incluir fiebre, escalofríos, cefalea, malestar generalizado, endotoxemia, taquipnea, disnea, hipoxia, dolor torácico, tos y hemoptisis, antes que se produzca la muerte del enfermo.
Además, existen otras formas menos comunes como la peste meníngea y la peste faríngea. La primera es normalmente una complicación aguda de la peste bubónica no tratada y provoca fiebre, cefaleas, alteraciones en los sentidos y meningismo (un cuadro de síntomas parecidos a los de la meningitis pero sin que se observe inflamación de la meninge). La segunda es la peste faríngea, que afecta a la parte alta del tracto respiratorio y puede aparecer como complicación de una peste bubónica o neumónica, y toma la forma de una amigdalitis (inflamación de las amígdalas linfáticas con presencia de placas purulentas).
¿Cómo se trata?
Tratar la peste a tiempo es, literalmente, vital. Consiste normalmente en la administración del antibiótico estreptomicina a través de inyecciones intramusculares dos veces al día, con dosis que dependen del peso del paciente, y se inicia tan pronto como haya un diagnóstico.
Además, en tiempos recientes se han explorado otras opciones antibióticas, a fin de evitar los efectos negativos derivados de la toxicidad de la estreptomicina.
En cualquier caso, lo que sí es cierto es que, sin tratamiento, la peste bubónica resulta mortal en un 50% de los casos y las pestes septicémica y neumónica acaban con la vida de la práctica totalidad de los infectados. En cambio, el tratamiento con estreptomicina puede reducir la mortalidad de la enfermedad hasta en torno a un 5%.