Globalmente se ha observado que la rosácea afecta casi exclusivamente a la población adulta concretamente entre los 45 y 60 años, aunque según un metaanálisis global solamente afecta alrededor del 5,46% de la población. En concreto, afecta tanto a hombres como mujeres con fototipos claros a excepción de un subtipo fimatoso (engrosamiento de la piel con aspecto nodular en nariz, párpados, mentón y frente), que tiene casi exclusivamente repercusión en hombres.
Qué es
La rosácea es una enfermedad dermatológica benigna que altera estéticamente la apariencia del rostro y cuyos síntomas van desde el flushing (trastornos de rubefacción) pasando por la formación de eritema, telangiectasias (vasos sanguíneos dilatados y visibles), edema, pápulas y nódulos hasta las pústulas sin comedones. Principalmente las lesiones están localizadas en la región centro facial del rostro, es decir, en las mejillas, nariz, frente, mentón y glabela (área entre las cejas). También pueden desarrollarse lesiones localizadas en zonas fotoexpuestas como orejas, escote, cuello, espalda y cuero cabelludo mientras que, en raras ocasiones, oculares. Todos estos síntomas se cronifican y varían en función de la intensidad y duración que alterna periodos de exacerbación y otros de remisión de los mismos.
Los periodos de exacerbación se ven favorecidos por ciertos factores desencadenantes:
Como hemos comentado, se trata de una enfermedad benigna por lo que, aunque no repercute en la salud de la persona, sí que provoca un impacto psicosocial. Es posible que la persona experimente: vergüenza, estigmatización, ansiedad, depresión y que derive finalmente en baja autoestima y fobia social.
Causas
Actualmente no se conoce con seguridad el origen de la patología, pero si se ha observado que existen algunos componentes implicados, entre ellos:
Fenotipos
Expertos de la National Rosacea Society (NRS), en 2002, clasificaron la rosácea en 4 subtipos: rosácea eritemato-telaiesctásica, pápulo-pustulosa, fimatosa y ocular. Además de las cuatro mencionadas, se identificaron otras variantes poco frecuentes: granulomatosa y fulminans, así como otras especiales entre las que encontramos la infantil y la extrafacial.
Más tarde, en 2016, se realizó otro consenso (ROSCO) en el que los expertos consideraron a la rosácea como una enfermedad dinámica que se manifiesta con diferentes síntomas, lesiones o manifestaciones denominadas fenotipos. De hecho, algunos pacientes pueden pertenecer a uno o varios fenotipos a la vez. Los fenotipos se dividen en:
La severidad de la rosácea depende del área de extensión, intensidad, frecuencia, duración, localización, engrosamiento de la piel y número de lesiones de cada signo o síntoma que la persona presenta. A partir de la siguiente tabla podemos conocer su severidad:
Tratamiento
Actualmente no existe un tratamiento curativo de la rosácea por ello el tratamiento se centra en paliar los síntomas que experimentan los pacientes y en evitar su aparición. En relación a las medidas preventivas, estas se centran en evitar los factores agravantes que hemos mencionado anteriormente, ya que un 78% de los pacientes que los han evitado han notado mejoría. Además, el uso de fotoprotector con al menos SPF del 30 y, protegiendo frente a UVA y UVB son cruciales. En cuanto a su formulación, evitar aquellos formulados con base alcohólica, mientras que los que contienen dimeticona, ciclometicona o contienen pantallas de óxido de zinc o titanio, son bien tolerados. Para el cuidado diario de la piel, este se debe centrar en el uso de jabones sintéticos con pH similar y aplicación de hidratantes oil-free, evitando de esta forma aquellos que pueden producir irritación, entre lo que se encuentran: los tónicos, agentes exfoliantes y aquellos que contienen alcohol. Seguidamente, para evitar el componente psicosocial que la rosácea puede provocar se pueden utilizar cosméticos dirigidos a camuflar las lesiones.
En referencia al tratamiento farmacológico, este precisa un diagnóstico previo y la receta correspondiente para dispensar en la farmacia comunitaria. En función del tipo de lesión que presente el paciente, será preferible el uso de tratamiento tópico o sistémico.
Los tratamientos tópicos más utilizados para las lesiones faciales son la brimonidina y oximetazolina (este último no disponible en España) aunque se emplean el metronidazol, ácido azelaico e ivermectina para lesiones pápulo-pustulosas. En cambio, para lesiones inflamatorias y con eritema permanente, los alfa agonistas y antiinflamatorios son los de elección.
Los tratamientos sistémicos están en un escalón terapéutico superior a los tópicos, ya que se emplean cuando los pacientes no responden con fármacos tópicos, aunque en ciertas ocasiones se recomienda una combinación de ambos.
La FDA ha aprobado únicamente el antibiótico perteneciente al grupo de las tetraciclinas, la doxiciclina como tratamiento oral. Sin embargo, se utilizan otros antibióticos del mismo grupo como la tetraciclina y la minociclina. En los casos en los que no se pueden emplear tetraciclinas son efectivos la azitromicina, eritromicina, claritromicina y metronidazol. En los casos severos y con lesiones muy inflamatorias, se puede hacer uso de la isotretinoína oral a dosis bajas. Además, se proponen otros fármacos orales como betabloqueantes (propranolol y carvedilol) así como la clonidina.
Además de los ya mencionado, también se puede hacer uso del luz pulsada intensa (IPL) y láseres vasculares indicados para reducir la telangiectasias y el eritema.
Cuando se trata de una rosácea ocular o fimatosa, los tratamientos son más específicos. Los pacientes con rosácea ocular deben seguir medidas higiénicas del ojo (limpieza, aplicación de lágrimas artificiales, etc.) y están indicados la ciclosporina corticoides tópicos (casos severos) y antibióticos tópicos (metronidazol o ácido fusídico) y orales (doxiciclina) en casos severos. La rosácea fimatosa depende del tipo de lesión, si son inflamatorias tretinoína tópica o doxiciclina oral y si son fibróticas se basa en cirugía o láser.
En definitiva, seguir las medidas preventivas y realizar una correcta identificación de los síntomas y consiguiente clasificación del fenotipo para utilizar el tratamiento más adecuado puede favorecer la resolución de los síntomas de la enfermedad y mejorar su calidad de vida.
FUENTES