Fuente: 20 Minutos
El año 2020, marcado por la irrupción de la pandemia de coronavirus, vio en España un aumento del 20% de ingresos de niños y jóvenes por trastornos de la conducta alimentaria, entre ellos especialmente la anorexia nerviosa. Aunque las causas son complejas (y es posible que el incremento se deba en buena parte a una mayor detección, al haber pasado este grupo poblacional más tiempo en compañía de sus familias), se trata de un dato que ha puesto en alerta a muchos profesionales de la Salud Mental.
En cualquier caso, es importante entender concretamente en qué consisten estos trastornos, pues son comunes muchas concepciones erróneas que en un momento dado pueden obstaculizar su detección y una actuación adecuada.
¿Qué es la anorexia nerviosa? ¿Cuáles son sus causas?
Lo primero que hay que señalar es que no es lo mismo la anorexia nerviosa que simplemente la anorexia, pese a que coloquialmente es habitual usar únicamente esta fórmula. Mientras que la anorexia a secas se refiere a un síntoma consistente en la inapetencia alimentaria y puede deberse a muchos factores, comúnmente fisiológicos (de hecho, es muy común experimentarla, por ejemplo, cuando se tiene fiebre, enfermedades digestivas o cierto estrés), la anorexia nerviosa es más concretamente un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) psicogénico (de origen mental) caracterizado por un miedo obsesivo a engordar y una percepción distorsionada del propio peso o figura que suelen manifestarse en la forma de un profundo rechazo a la comida.
Por otra parte, es relevante distinguir la anorexia nerviosa de la bulimia nerviosa y otros trastornos alimentarios: en este caso, la principal diferencia radica en que mientras la bulimia nerviosa se manifiesta en la forma de un ciclo de ingesta descontrolada de comida seguida de acciones destinadas a perder peso (como provocarse el vómito o consumir laxantes indiscriminadamente), el consumo desmesurado de alimentos está ausente en la anorexia nerviosa.
Las causas de este trastorno son bastante complejas y no están del todo claras. Principalmente, se suele señalar a una combinación de factores del entorno social y características psicológicas del paciente, con alguna posible influencia genética (si bien esto último es objeto de debate).
Así, en la raíz de la anorexia nerviosa se encuentran los cánones estéticos de la cultura occidental moderna, que tienden a presentar la 'delgadez' como bella (asociándole incluso la valoración y el éxito sociales) y la 'gordura' como profundamente indeseable y signo de mala salud o de estilos de vida poco saludables. A este clima se pueden sumar rasgos de personalidad obsesiva compulsiva en el paciente, altos niveles de ansiedad, una alta sensibilidad y normalmente una cierta tendencia al perfeccionismo.
Este cóctel puede provocar que el paciente ligue su autoestima a su delgadez, un proceso central en el desarrollo del trastorno.
¿Cuáles son los síntomas?
El cuadro provocado por la anorexia nerviosa incluye síntomas fisiológicos (derivados de la inanición) y síntomas emocionales y conductuales que se asocian a la percepción del propio peso y al miedo a engordar.
De esta forma, la persona que padece anorexia nerviosa puede experimentar pérdidas excesivas de peso corporal, recuentos anormales de células sanguíneas, fatiga, insomnio, mareos, desmayos, tono azulado en las puntas de los dedos, cabello fino o pérdida de cabello, vello suave que cubre el cuerpo, amenorrea en las mujeres (cese de la menstruación), estreñimiento, dolor abdominal, sequedad de la piel, intolerancia al frío, alteraciones del ritmo cardíaco, presión arterial baja, deshidratación e hinchazón de brazos y piernas.
Igualmente, es posible que, si el paciente se provoca el vómito, muestre signos de ello en la forma de erosión dental y callos en los dedos.
Por otra parte, puede desarrollar conductas como la autoimposición estricta de dietas o ayunos, realizar ejercicio de forma compulsiva, provocarse vómitos o emplear laxantes, enemas, productos herbales o suplementos dietarios; mostrar preocupación por los alimentos que ingiere, negar tener hambre, adoptar rutinas rígidas respecto al modo de comer, pesarse o medirse el cuerpo compulsivamente, mirarse frecuentemente al espejo, quejarse o comentar sobre estar gordo, cubrirse con ropa abundante, mostrarse distante o con pocas emociones, aislarse socialmente, mostrarse irritable, o mostrar poco interés en las relaciones sexuales.
Si la condición progresa, puede aumentar la severidad del cuadro produciendo complicaciones como anemia, problemas cardíacos, osteoporosis, pérdida muscular, disminución de los niveles de testosterona, anomalías electrolíticas y problemas renales. En los casos muy extremos, la desnutrición puede provocar daños multisistémicos, a veces irreversibles.
De un modo similar, el progreso de la anorexia puede coincidir con la aparición de otros trastornos psicológicos como ansiedad, depresión, trastornos obsesivos compulsivos o abuso de sustancias.
¿Cuál es el tratamiento? ¿Se puede prevenir?
El tratamiento generalmente se basa en la terapia psicológica continua y permanente, con enfoques familiar e individual (cognitivo-conductual), junto a un abordaje con médicos y dietistas. En ocasiones, a esto se puede añadir un tratamiento psiquiátrico.
Es decir, siguiendo este método, el paciente recibe una terapia dirigida a cambiar las estructuras cognitivas detrás del trastorno y soporte y supervisión familiar, un médico monitoriza su evolución fisiológica y las necesidades calóricas y nutricionales y un dietista le guía en la recuperación de hábitos alimenticios saludables.
En los casos extremos en los que la anorexia llega a provocar complicaciones físicas o psiquiátricas severas puede ser necesaria la hospitalización.
No existe ningún método realmente eficaz en la prevención de la anorexia nerviosa, pero sí existen indicadores tempranos que pueden ayudar a una detección temprana y así evitar que el cuadro degenere hasta la aparición de complicaciones. Estos marcadores incluyen la preocupación manifiesta y excesiva con el propio aspecto y con la dieta.
Con todo, la gran dificultad radica en que a menudo el paciente no reconoce la existencia de un problema (a menudo no es consciente siquiera de ello) y se resiste a recibir tratamiento. Por ello, puede ser útil tratar de no emplear tonos de reproche o impositivos al abordar con él la cuestión, sugiriéndole hábitos saludables y opciones de tratamiento, ya que de lo contrario podría incrementar el celo a la hora de ocultar síntomas o hablar del trastorno.