Fuente: Sinc
Elaine Fuchs estudiaba las células madre de la piel antes incluso de que se llamaran así. Pionera en describirlas, en su carrera ha investigado cómo actúan en el funcionamiento de la piel, cómo trabajan para regenerarla y cuál es su papel en distintas enfermedades, incluido el cáncer.
Sin embargo, un tumor es un tejido extraño cuya arquitectura recuerda al original. Y donde unas células madre se encargan también de iniciarlo y renovarlo. Su papel es tan importante que parecen ser las principales responsables de las metástasis, de las resistencias a los tratamientos y de las recaídas.
Investigadora del Howard Hugues Medical Institute (HHMI) y de la Rockefeller University en Nueva York, ha recibido numerosos premios por su carrera, incluida la Medalla Nacional de EE UU de manos de Obama o, más recientemente, el premio Gairdner.
El nombre de Elaine Fuchs circula desde hace años en las quinielas que tratan de predecir los premios Nobel
Algunos consideran este último una antesala de los Nobel. Así, su nombre circula desde hace años en las quinielas que tratan de predecirlos. Recientemente ha estado en Barcelona con motivo de la Conferencia Biomed “Células Madre y Cáncer”, organizada por el Instituto IRB de Barcelona.
Aprovechamos para hablar con ella sobre los secretos de estas células y la búsqueda de mejores tratamientos, sobre líneas de investigación medio ignoradas y ratones que se comen a sus crías. Sobre sexismo en la ciencia y sobre la importancia del entorno en el cáncer y no solo allí.
Hay una definición del cáncer que usa en ocasiones y que lo describe como “una herida que nunca cura”. ¿Es esa imagen cierta? ¿Qué tiene que ver con las células madre?
Es correcta, y eso que tiene muchos años. Es de cuando aún no se conocían los mecanismos moleculares de lo que sucedía. Lo que sabemos ahora es que las células madre se movilizan, se activan y se exponen a un nuevo entorno cuando un daño tiene que ser reparado.
En condiciones normales, todo eso se reduce y vuelve a la normalidad cuando el proceso termina. Sin embargo, en el cáncer, esos mecanismos se mantienen sin freno. Las mutaciones cancerígenas permiten a las células madre ‘secuestrar’ los cambios en el tiempo, manteniendo abiertas zonas de ADN claves para el tumor (y que se abrieron para facilitar la reparación).
De ahí que el cáncer pueda considerarse una herida que nunca cura, porque se necesitan las dos cosas: un diálogo que se establece entre células con ciertas mutaciones y un ambiente propicio.
Hay algo paradójico en las células madre del cáncer. Son las que se dividen más lentamente, pero a la vez son las principales responsables de iniciar el tumor, formar metástasis y resistir a los tratamientos. ¿Qué tienen de especial estas células para hacer frente a las terapias?
Cada vez conocemos más dianas a las que poder atacar. Muchas de ellas están en el microentorno del tumor, que tanto les influye
Diferentes mecanismos. Tienen un arsenal. No solo es que se dividan más despacio –muchos tratamientos atacan el proceso de división de las células, por lo que esto las hace menos vulnerables–, es que tienen características moleculares que les permiten defenderse.
Por ejemplo, pueden expulsar fuera de la célula los productos tóxicos que generan quimioterapias como las basadas en platino, las más comunes. Y son buenas ocultándose de las defensas, diciéndoles a nuestras células inmunitarias: ‘volved a casa’. Aunque cada vez somos mejores manipulándolas para decirles a estas que ‘regresen’.
¿Podríamos decir que son uno de los grandes problemas en la lucha contra el cáncer?
Sí, pueden ser el obstáculo principal para conseguir tratamientos eficaces. Tanto por su menor ritmo de división como por su capacidad para resistir activamente las terapias. Algunas lo hacen mejor que otras, de ahí también las diferencias entre unos tumores y otros (incluso entre algunas zonas del tumor y otras, según el entorno), pero en general eso nos lleva a pensar en que tendremos que usar combinaciones de tratamientos para tener más éxito.
Cada vez conocemos más dianas a las que poder atacar. Muchas de ellas están en el microentorno del tumor, que tanto les influye. Actuar sobre este sin dañar a las células madre normales es uno de los objetivos para evitar las recaídas y producir menos efectos secundarios. Hay buenas perspectivas de que a medio plazo tengamos disponibles algunos tratamientos de este tipo.
Sin embargo, apenas existen ahora mismo. Mina Bissell [una investigadora del ambiente tumoral] dice que el microentorno ha sido el gran olvidado del cáncer. ¿Se perdió mucho tiempo estudiándolo menos de lo debido?
Durante muchos años fue muy poco estudiado. Mina Bissell fue una visionaria que estuvo muchos años avisando de esto. Ella vio su importancia cuando había muy pocos datos para pensar en ello. Algunos de sus experimentos mostraban cómo, al inducir algunos tumores, estos solo aparecían cuando se producía una herida en un animal, cuando se dañaba la arquitectura del entorno. Sin embargo, su trabajo se recibió con mucha indiferencia.
Toda la atención estaba enfocada en las mutaciones y en la genética, incluso cuando ya teníamos la tecnología para estudiarlo bien todo el mundo seguía obsesionado con ella. Se ignoraba la importancia del diálogo entre las células del cáncer y su entorno. ¡Pero no podemos saber cómo se comportan de verdad las células madre si solo las estudiamos en una placa de laboratorio! Afortunadamente eso ya ha cambiado.
Ha dicho que de Bissell aprendió en un congreso que debía defenderse de forma más firme. ¿Qué ocurrió?
Estábamos estudiando una proteína de la piel y vimos por primera vez que podría ser la causa de una enfermedad llamada epidermolisis bullosa (una alteración de la piel que da lugar a la formación de ampollas).
Nosotros trabajábamos con una técnica que casi nadie usaba. Cuando lo presenté en el congreso, el moderador se levantó y dijo: “No sé lo que has traído aquí, pero eso no es esta enfermedad. No sé siquiera por qué has presentado esto”. Fue muy desagradable. Pero Mina se levantó también y le contestó: “No sé si ella tiene razón o no, solo el tiempo lo dirá, pero lo que ha enseñado es interesante y se le debería dar una oportunidad”.
Fue solo después de que ella interviniera que un jefe de dermatología dijo: “En realidad, si tuviera que dar un diagnóstico de lo que nos ha presentado Elaine, sería justamente esa enfermedad”.
En el descanso todo el mundo comentaba los resultados y ahora está en los libros de texto. Hay mucho pensamiento dogmático en la ciencia, y no debería ser así. Ahí aprendí que debía defender mi trabajo, pedir al menos que las críticas sean explicadas.
¿A qué se debió la reacción del moderador?
Probablemente a una mezcla de varios factores: el dogma fue uno de ellos, pero también que fuera joven y mujer.
Hace unos años recibió el premio L'Oréal-UNESCO a mujeres en ciencia. Ha contado que cuando montó su primer laboratorio un técnico que no la conocía pensó que era la auxiliar técnica del Dr. Fuchs, así que tuvo que decirle: “¡Yo soy la doctora Fuchs!”. ¿Cuánto ha mejorado la situación desde entonces?
Creo que hemos roto el techo, pero desde luego no ha desaparecido aún. En muchas ramas de la ciencia las mujeres ya son por lo menos el 50 % de quienes inician los estudios de doctorado, pero ese porcentaje sigue estando lejos a medida que se avanza en la carrera investigadora. Y buena parte de la culpa creo que la tenemos los jefes.
Es nuestro deber corregir esos desequilibrios. Por ejemplo, puede haber diferentes niveles de confianza, o distintas predisposiciones a hablar y comunicarse en público. Y si alguien no habla, no se puede saber si es porque no sabe.
A veces conlleva esfuerzo, pero es nuestra responsabilidad, y cuando se consigue te das cuenta de lo buena que puede ser la gente. Si no lo hacemos, estaremos eliminando a personas brillantes innecesariamente, y no nos lo podemos permitir.
Estudió una carrera que mezclaba física y química, pero se dedicó a la biología. Al principio pensaba que esta era una ciencia con demasiadas variables y que no permitía hacer experimentos ‘limpios’ y controlados. ¿Sigue considerándolo?
[Ríe] Bueno, les digo a mis estudiantes que se trata de llegar a estar cómodo con lo incómodo. Y la biología es incómoda, nunca sabemos a ciencia cierta si tenemos la opción correcta. Es más, suele darnos más preguntas que respuestas. Pero la historia generalmente nos lo va diciendo.
Unos de esos experimentos estuvieron a punto de no existir si no hubiera sido por lo que vio un técnico de su laboratorio, ¿verdad?
¡Oh, sí! Estábamos tratando de ver la enfermedad en ratones pero no lo conseguíamos. Por aquel entonces yo no tenía experiencia con ellos. Un día vino un técnico y me dijo: parece que hay unas crías con un problema en la piel, pero la madre se las está comiendo. Por eso no conseguíamos verlos.
Ahora están investigando algunos tratamientos para enfermedades de la piel, como la psoriasis, que evitarían el uso de inmunosupresores. ¿En qué consisten?
Hemos visto que las células tienen una especie de memoria de la agresión, por lo que se activan más y más rápidamente cuando esta vuelve a suceder. Podría ser algo parecido a lo que sucede en la covid con las personas mayores, en las que la respuesta de las defensas es mayor de lo debido. Estos nuevos tratamientos serían una especie de ‘borradores de memoria’. Y creemos que pueden ser prometedores.
Ha recibido numerosos premios, como la Medalla Nacional de EE UU que le entregó Obama. Uno de los últimos ha sido el premio Gairdner, considerado la antesala de los Nobel. ¿Qué piensa de ello?
[Vuelve a reír] Bueno, es maravilloso ser reconocida por tus colegas por la ciencia que haces y la creatividad que hay en ella, por afrontar nuevos problemas. Pero también es muy bonito ser reconocida por tus estudiantes, por tu labor como tutora o profesora, porque ahí está el futuro de la ciencia.