FUENTE: El País.
La mayoría de la gente acepta sin problema que el corazón le palpite con fuerza cuando ve a la persona de la que está enamorado o que le tiemblen las piernas cuando va a hablar en público. Son emociones que provocan síntomas físicos reales. Sin embargo, cuesta aceptar que los mismos pensamientos que te encogen el estómago puedan llegar a provocar dolencias tan graves como ceguera, convulsiones o parálisis. Y sin embargo, así lo recoge Suzanne O’Sullivan en su libro Todo está en tu cabeza (Ariel, 2016), en el que hace un repaso por algunos de los casos de enfermedades psicosomáticas más impactantes con los que ha lidiado a lo largo de su carrera.
Una vez, la neuróloga O'Sullivan tuvo una paciente llamada Linda que se había notado un pequeño bulto en el lado derecho de la cabeza. Era solo una acumulación de grasa, pero no dejaba de hacerse pruebas y comprobaciones. Al poco, perdió la sensibilidad del brazo y la pierna derechos: la paciente estaba segura de que el bulto había llegado al cerebro. Cuando O'Sullivan la vio, la parte derecha de su cuerpo, donde tenía el bulto, había perdido todo movimiento y sensibilidad. El hecho de que Linda no supiera que la parte derecha del cerebro controla la parte izquierda del cuerpo había hecho que su mente se equivocara al crear sus síntomas. Linda sufría un trastorno psicosomático: sus pensamientos le causaban síntomas de una enfermedad que no tenía.
Cuando O’Sullivan se estaba especializando como neuróloga, le enseñaron a despachar a los enfermos que tenían síntomas físicos causados por conflictos mentales. “Todos mis pacientes tenían convulsiones pero en el 70% de los casos no tenían epilepsia: por más que les examinaba no encontraba ninguna lesión ni causa neurológica que explicase sus síntomas. Tenía que ser algo psicológico”. Pero decirles que no tenían epilepsia y mandarlos a casa no les suponía ningún tipo de consuelo, así que la doctora se sintió obligada a encontrar la manera de ayudarles.
Fue en 2004 cuando empezó a hacer algo al respecto. Desde entonces, cuando da con un paciente con síntomas pero sin lesiones neurológicas, intenta hacerle entender que el origen de sus males es un problema psicológico que no está resolviendo bien. Pero los pacientes no suelen aceptar este diagnóstico. “Tienen un estrés mental del que no son conscientes y alguien les está obligando a enfrentarlo. Esos síntomas son una manifestación del organismo: tu cuerpo te está diciendo que algo no va bien dentro de ti y que no lo estás viendo”, cuenta la neuróloga.
Nadie está a salvo de estas enfermedades, hay cientos de causas que las originan. Según O’Sullivan, los casos muy extremos, como los ataques o las parálisis, suelen nacer de traumas psicológicos severos; los menos graves pueden surgir de un cúmulo de agobios pequeños que los pacientes no saben gestionar. “Depende de la atención que la persona presta a los dolores. Si se obsesionan y tratan de buscar una y otra vez una explicación médica que no existe, es posible que acaben desarrollando la enfermedad psicosomática”, explica O’Sullivan.
Para curarse, la atención psicológica es indispensable. Según O’Sullivan, lo primero es abandonar la idea de que hay una enfermedad orgánica. La siguiente fase es ver cómo la mente afecta al cuerpo: si sientes palpitaciones y te das cuenta de que tienes ansiedad, empezarán a ser mucho menos graves al saber por qué están causadas. Pero si las asocias a problemas del corazón y las pruebas médicas no reafirman tu idea, probablemente te obsesiones y las palpitaciones empeoren.
“A veces los pacientes desean desesperadamente que encuentres un mal resultado en las pruebas, que pongas nombre a su enfermedad y les recetes unas pastillas que justifiquen sus dolores”, cuenta la neuróloga. Este problema es mucho más común de lo que parece. El 30% de las personas lo sufre y la inmensa mayoría ni siquiera lo sabe.
Tras más de diez años de dedicación a las enfermedades psicosomáticas, Suzanne O’Sullivan sigue sin poder elegir cuál ha sido el caso más grave que ha visto. “Los casos más duros son los de la gente que enfermó cuando tenía 16 años y a los 50 sigue viendo a médicos. Están ciegos o en silla de ruedas y siguen operándose. Hay gente que conozco que come a través de un tubo pero no tiene ninguna enfermedad orgánica. Cada parte de su cuerpo ha sido afectada por su mente”. Para Suzanne O’Sullivan ya nada es increíble. “Las discapacidades que creamos con nuestra mente son tan infinitas que ya he dejado de creer en los límites”.