Fuente: La Razón
Reciclar está de moda, y no solo en el caso de la ropa. También en la farmacología. No nos referimos al hecho de depositar los medicamentos que no hemos consumido en el punto Sigre para que sean desechados de forma responsable, sino al de reutilizar moléculas pensadas para tratar una enfermedad para usos diferentes de aquellos que llevaron a su comercialización inicial. Es lo que se denomina reposicionamiento de fármacos.
Unas veces es por causa de fuerza mayor, como ha sucedido con la crisis de la Covid; otras por interés comercial o incluso por pura serendipia, pero lo que no es casualidad es el aumento de esta práctica. «Actualmente es una de las estrategias más frecuentes, calculándose que hasta el 30% de las nuevas moléculas que han sido aprobadas por las agencias reguladoras han conseguido nuevas indicaciones a través de la misma», señala Cecilia Martínez, secretaria de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH) y farmacéutica especialista del Servicio de Farmacia del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid.
Es lo que ha sucedido con el coronavirus que, para atajarlo, se recurrió a tratamientos previamente aprobados que se pensó podrían interferir en algunos procesos de la enfermedad, como la tormenta de citoquinas o la inflamación (el caso de tocilizumab o baricitinib, indicados para la artritis reumatoide), y lo que pasó con el sildenafilo –la famosa Viagra, ejemplo paradigmático de esto–, pensada para tratar la angina de pecho y que, sin embargo, acabó revolucionando el tratamiento de la disfunción eréctil.
Es lo que ha sucedido también con otra popular pastilla, el Prozac (la fluoxetina), pues según sugiere una reciente investigación de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia (en EE UU), publicada en «Proceedings of the National Academy of Sciences», este antidepresivo sería eficaz contra la degeneración macular asociada a la edad (DMAE) atrófica, una enfermedad de la vista que puede causar ceguera. El fármaco se habría mostrado prometedor en las pruebas de laboratorio y los modelos animales, y los investigadores reforzaron sus resultados examinando, además, dos enormes bases de datos de seguros que abarcan a más de cien millones de estadounidenses.
Inteligencia artificial
Y es que la búsqueda de nuevos medicamentos ya no solo se basa en el desarrollo de nuevas moléculas. Cada vez es más habitual revisar lo ya disponible, rebuscar en las librerías de fármacos en busca de usos innovadores para moléculas viejas o desestimadas por algún motivo. Ahora se dispone de herramientas que permiten realizar modelos de predicción, el big data y los nuevos métodos computacionales que están abriendo vías de descubrimiento de medicamentos que antes no podían explorarse, por falta de capacidad y medios. Y es también el motivo por el que el reposicionamiento de fármacos es una tendencia que está ganando interés en los últimos años.
Es lo que están haciendo investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) con el Proyecto Disnet. «Aplicamos una serie de análisis computacionales sobre los datos que hemos ido recolectando. La clave de estos análisis reside en las conexiones encontradas a nivel biológico y sintomatológico/fenotípico. En cualquier caso, estos resultados deben remarcarse que son siempre hipótesis y que, como en el desarrollo de cualquier fármaco, debe pasar los ensayos y controles que las agencias reguladoras marquen –explica Alejandro Rodríguez, del Departamento de Lenguajes y Sistemas Informáticos e Ingeniería del Software de la UPM, y director del proyecto–. De hecho, recientemente hemos publicado un estudio en la revista “Drug Discovery Today” en el que identificamos una serie de medicamentos que podrían ser considerados para la Covid-19 gracias a estos análisis», continúa. Así, precisamente, se descubrió que plitidepsina, usada contra el mieloma múltiple, un tipo de cáncer, podía ser útil contra la Covid: gracias a un cribado de inteligencia artificial.
Las ventajas de esta fórmula están claras: reduce los tiempos de desarrollo y abarata los costes. «Es una práctica en absoluto alza. El hecho de que hasta un tercio de las nuevas moléculas haya conseguido disponer de nuevas indicaciones gracias a estrategias de reposicionamiento es uno de los principales motivos por lo que las grandes compañías farmacéuticas están liderando esta estrategia, asociado al empleo precisamente de la inteligencia artificial. Ésta ha surgido como una posible solución a los problemas planteados por la química clásica, que dificulta el descubrimiento y desarrollo de fármacos», explica Martínez.
De esta forma se evitan los estudios preclínicos y clínicos de seguridad, «pues son medicamentos que ya han superado todas las pruebas clínicas y están siendo utilizados. Esto implica que se sabe que son “completamente seguros” y, por lo tanto, muchas de las fases iniciales podrían ser obviadas y centrarse en evaluar la idoneidad del mismo en la enfermedad sobre la que se quiere reposicionar», añade Rodríguez.
Oportunidad para las enfermedades raras
La investigación tradicional de nuevos fármacos se estima que conlleva entre 10 y 15 años y más de mil millones de euros para cada nuevo medicamento. De hecho, llegar a la fase de los ensayos clínicos supone unos cuatro años en los que hay que identificar un compuesto prometedor y hacerle las primeras pruebas. Solo una de cada 10.000 moléculas estudiadas llega a convertirse en fármaco.
Un problema que se agudiza en el caso de las enfermedades raras (ER), donde el reposicionamiento de fármacos supone una ventana de oportunidad, pues la búsqueda de terapias se encuentra con dificultades añadidas como que las investigaciones tienden a dirigirse a patologías comunes, con mayor margen de acción y beneficio, por un lado y, por otro, que los estudios resultan más complicados, dado el escaso número de pacientes en quienes es posible ensayar las novedades.
Se estima, de hecho, que de los 15 años de media que tarda en desarrollarse un medicamento, podría pasarse a únicamente tres. Por eso, en la actualidad, esa estrategia es muy habitual en estos casos. «Hay publicaciones que estiman que uno de cada cinco medicamentos huérfanos son reposicionamientos», asegura Beatriz Gómez González, gestora científica del Ciber de Enfermedades Raras (CiberER).
«Reciclar antiguos medicamentos puede ayudar en el abordaje de algunas enfermedades raras. Es una estrategia farmacéutica con la que se trata de prevenir, combatir y revertir patologías olvidadas. Desde el CiberER se han promovido 14 medicamentos designados como huérfanos [aquellos dirigidos a tratar afecciones tan infrecuentes que los fabricantes no están dispuestos a comercializarlos bajo las condiciones de mercado habituales] por la Agencia Europea del Medicamento, ocho de los cuales son reposicionamientos. En concreto se trata del temsirolimus para la adrenoleucodistrofia, del ubiquinol para el síndrome de deficiencia primaria de coenzima Q10, de la metformina para la enfermedad de Lafora, de gefitinib y afatinib para la anemia de Fanconi, del dimetilfumarato y fingolimod para la adrenoleucodistrofia y de la L-Ergotioneína para la cistinuria», apunta Gómez González.
Pese a su auge, desde la industria farmacéutica, sin embargo, reclaman mayor protección por parte de la Administración a este tipo de avance: «El problema es que es una innovación muy mal pagada porque se remunera al precio del genérico (lo que sucede cuando una molécula pierde la patente) y, ¿quién quiere entrar en ese mercado? No hemos sabido proteger el reposicionamiento. Si no se cambia el sistema de precios actual es muy complicado», lamenta Emili Esteve, director del Departamento Técnico de Farmaindustria.
Algunos ejemplos curiosos