Fuente: Las Provincias
Es una amenaza seria pero todavía cuesta creerlo: la contaminación del aire es la principal causa de enfermedades de diversa índole. Su asociación con las patologías respiratorias (cáncer de pulmón, alergias, neumonía...) es bien conocida, pero sus perjuicios también afectan, ¡y mucho! a la salud del corazón. Insuficiencias cardiacas, arritmias, ictus... se ven empeorados por la mala calidad del aire que respiramos, que ya provoca más muertes por motivos cardiovasculares que el colesterol alto, el sobrepeso o el sedentarismo. Además, se considera el cuarto factor de riesgo causante de más mortalidad por motivos del corazón y de los vasos sanguíneos, solo por detrás de la hipertensión, el tabaquismo y la mala alimentación, tal como apunta el estudio 'Taking a Stand Against Air Pollution: The Impact on Cardiovascular Disease', desarrollado por varias instituciones internacionales del corazón.
Las cifras son sobrecogedoras. Según dicha investigación, en 2019, más de tres millones y medio de las muertes atribuibles a la contaminación del aire en el mundo fueron por motivos cardiovasculares (el 50% del total). Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que, si se eliminasen los contaminantes ambientales, el 31% de estas patologías se podrían evitar.
Un riesgo 'olvidado'
Además, «hay muchos estudios sobre exposición a ambientes contaminantes durante el embarazo y en edades tempranas que asocian esta circunstancia con la hipertensión, porque son momentos clave del desarrollo humano y de la salud a largo plazo», destaca Ana Navas-Acién, epidemióloga y profesora de la Escuela de Salud Pública Mailman, de la Universidad de Columbia (Nueva York).
A pesar de todo, la contaminación es un factor de riesgo 'olvidado'. «La gente no asocia tan rápidamente el medio ambiente como un agente nocivo para la salud como otras causas, pero la contaminación del aire, el tabaquismo pasivo y los compuestos tóxicos, como el plomo o el cadmio, son muy perjudiciales y afectan a millones de personas».
De hecho, estudios epidemiológicos de grandes cohortes, como el Strong Heart Study, muestran cómo el plomo, el cadmio y el arsénico, junto con la contaminación del aire con partículas finas, incluso por debajo de los límites establecidos legalmente, son especialmente perjudiciales para el desarrollo de la enfermedad cardiovascular de origen ateroesclerótico.
«Estas investigaciones han demostrado que los días de más contaminación hay más ingresos por infarto, muerte súbita o insuficiencia cardiaca. Concluyen que las pequeñas dosis de contaminantes diarias, que es una exposición involuntaria que no podemos controlar, se asocia con el desarrollo de arterioesclerosis a largo plazo», advierte Navas-Acién.
Aun así, dejar de respirar no es una opción. ¿Qué podemos hacer? «Respirar aire contaminado es como comer mal, pero a lo largo de la vida respiramos más veces de las que comemos. Está en nuestra mano luchar para tener un ambiente saludable, como el fomento de los espacios verdes y los espacios libres de humo, especialmente en las ciudades, para que respirar no nos haga daño», expresa Julián Pérez-Villacastín, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). Otras alternativas son: instalar equipos de calefacción de alta eficiencia en el hogar o ahorrar energía (apagar las luces y los aparatos electrónicos cuando no se utilicen).
Consejos para reducir la contaminación del aire
'Cardiología ambiental'
En cuanto al abordaje clínico, «actualmente, el tratamiento y la prevención de la enfermedad cardiovascular se centra en el control de los factores de riesgo clásicos: la hipertensión, el colesterol elevado, la diabetes, el sedentarismo, el sobrepeso (o la obesidad) y el tabaquismo, pero urge incorporar estrategias para abordar la contaminación medioambiental», explica Navas-Acién.
Así, considera que, «a la luz de las evidencias científicas, deberíamos plantearnos incorporar a la práctica clínica habitual una nueva subdisciplina, la 'Cardiología Ambiental' –como ya ha empezado a hacerse en Estados Unidos–, pues resulta fundamental para afrontar los retos ambientales y el cambio climático en el siglo XXI». Asimismo, ya existen tratamientos de probada eficacia que permiten eliminar metales pesados, como el cadmio o el plomo, a través de la orina.
En esta línea, el Gobierno de España anunció ayer su Plan Estratégico de Salud y Medioambiente, una hoja de ruta con medidas concretas, basadas en la evidencia científica, que incidirá en la construcción de entornos saludables para disminuir los riesgos derivados de los factores ambientales y reducir la carga de enfermedades por este motivo.