Fuente: 20 Minutos
Aunque la edad nos proporciona experiencias y conocimientos en muchos ámbitos, es igual de cierto que deteriora otras de nuestras habilidades. Concretamente, la atención y la memoria son dos de las que suelen verse más perjudicadas.
Causas multifactoriales
Según explica la Universidad de Harvard en un artículo, este fenómeno se suele comenzar a notar a partir de los 50 o 60 años, momento en el que muchas personas podrían temer estar ante algunos primeros síntomas de alguna enfermedad neurodegenerativa como el alzhéimer o o la demencia. Sin embargo, normalmente esta no es la causa.
De hecho, lo que hay detrás suele ser una combinación de muchos factores coincidentes. El desgaste de los sentidos (como la vista o el oído) puede exigir más atención para la percepción, lo que nos dificulta aplicarla a otros procesos. A su vez, este mayor uso de la atención puede dificultar el procesamiento y guardado de nuevos recuerdos. La calidad del descanso, que tiene un impacto importante en el desempeño de nuestro cerebro, también tiende a decrecer con la edad. Los dolores que a menudo aparecen como consecuencia de nuestro descanso físico, así como muchas de las medicaciones empleadas para tratarlos, también pueden tener un impacto en nuestra capacidad para atender. Sea como sea, si no estamos ante una patología neurodegenerativa nuestra capacidad para formar argumentos y juicios razonables debería continuar intacta.
Cambios estructurales en el cerebro
Mirando más profundamente, vemos que hay determinadas áreas cerebrales que con el tiempo van sufriendo cambios estructurales, y particularmente algunas relacionadas con el procesamiento de la memoria (como el hipocampo y los lóbulos frontales). Estas zonas van perdiendo neuronas y receptores como resultado natural de la edad, lo que supone que el procesamiento de la información nueva es más lento.
Así, no sólo se aprende la información más lentamente, sino que además es más difícil recuperarla porque en muchos casos no se aprendió correctamente en primer lugar. Debido al procesamiento más lento, los datos almacenados en la memoria de trabajo podrían disiparse antes de que la persona afectada haya tenido la oportunidad de solucionar un determinado problema.
Adicionalmente, no hay que olvidar que la función ejecutiva también se ve muy afectada con la edad. No obstante, es posible aprender a compensar esto apoyándose en el hábito y dedicando así más atención a la información nueva que tratamos de incorporar.