Fuente: La Razón
Los cantantes Justin Bieber y Thalía, los actores Richard Gere y Alec Baldwin, las modelos Gigi y Bella Hadid o el ex míster España Jorge Fernández son algunos de los famosos que han reconocido padecerla. Hablamos de la enfermedad de Lyme (EL), una patología que no es muy conocida, a pesar de que su incidencia ha aumentado de forma considerable en los últimos años en nuestro país.
Hasta el punto de que se le considera una enfermedad emergente, (el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades, ECDC, la ha incluido en su lista de aquellas sujetas a vigilancia epidemiológica), motivo que ha llevado a realizar un estudio al Centro Nacional de Epidemiología para conocer el alcance de la misma en los últimos años. Y el resultado es revelador: el número de hospitalizaciones por este motivo se ha incrementado la sorprendente cifra de un 192% en los últimos 15 años.
Y, si bien es cierto que aún se trata de una patología poco frecuente (menos de 2.000 afectados en este tiempo), y de que tampoco es carácter letal, hay dos cuestiones importantes a destacar: de una parte, el notable y constante ascenso producido en el número de casos y, de otra, el hecho de que, de no diagnosticarse a tiempo –cosa que ocurre con frecuencia– corre el riesgo de cronificarse y, entonces sí, causar problemas importantes a los afectados.
Hablamos de síntomas cutáneos, reumatológicos, cardiacos y neurológicos que pueden llevar a confundir el Lyme con otras patologías como la fibromialgia, la artritis reumatoide o incluso con la esclerosis múltiple.
¿Por qué ha aumentado su incidencia?
Pero, ¿por qué ha aumentado tanto si incidencia? La EL se contrae tras la picadura de una garrapata infectada por la espiroqueta Borrelia burgdorferi, motivo por el que también es conocida con el nombre de borreliosis. Como explica María Victoria Martínez de Aragón, investigadora de la Unidad de Zoonosis del Área de análisis de vigilancia epidemiológica del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), y una de las autoras del estudio, «la presencia del vector de la enfermedad (garrapata) está aumentando y expandiendo a nuevas zonas geográfica debido a cambios climáticos y en los ecosistemas. La presencia de gran cantidad de reservorios silvestres y domésticos en España (tanto pequeños como grandes mamíferos o incluso, aves migratorias), acompañados de una climatología propicia favorece la diseminación y mantenimiento de este agente infeccioso circulando entre la fauna silvestre. La mayor presencia de animales parasitados por garrapatas, acompañados de concienciación médica y, consecuentemente, mayor sospecha clínica, favorecen el diagnóstico de una enfermedad de difícil detección que, en muchos casos, puede ser confundida con otras patologías muy diferentes».
Aunque en algunas zonas de España es considerada una enfermedad endémica (como en el caso de Lugo), y por tanto, bien conocida por los médicos de esas zonas, el problema de la EL radica en no detectarla a tiempo y, por tanto, correr el riesgo de que se cronifique.
Así, se diferencian tres estadíos en función de cuándo ésta es diagnosticada: «En un primer momento se produce una infección localizada en forma de eritema comúnmente de forma redondeada en el punto de picadura de la garrapata. Posteriormente, la infección puede propagarse por la sangre a otros sitios, pudiendo aparecer nuevas lesiones en la piel, o síntomas diversos como cefalea, fiebre, rigidez bucal, artromialgias o fatiga entre otros, pudiendo evolucionar semanas o meses después a alteraciones de tipo neurológicas francas, como la meningitis o la encefalitis o alteraciones cardiológicas. Pasado este periodo de infección sistémica, aparece el último estadío, que es la infección persistente. Aquí, lo más frecuente es que exista una afectación de grandes articulaciones en forma de artritis. Otra posibilidad es que el enfermo desarrolle una afectación neurológica crónica, pudiendo cursar en forma de encefalopatía sutil con pérdida de memoria, parestesias en manos y pies, alteración del sueño o cuadros más graves, aunque menos comunes, como una paraparesia espástica», señala Beatriz Torres, miembro del Grupo de Trabajo de Enfermedades Infecciosas de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
«El pronóstico y la curación dependen del momento en el que se diagnostique la enfermedad, presentando en la mayoría de los casos una respuesta óptima si se detecta al inicio de la enfermedad. Sin embargo, el tratamiento antibiótico es útil en cualquier fase de la enfermedad y la mayoría de pacientes alcanzan la recuperación completa sin presentar secuelas», continúa Torres. El problema es que, aunque su tratamiento es sencillo y eficaz, no lo es tanto su diagnóstico. «Es complejo porque la bacteria no se encuentra en los cultivos y hay que buscar en la serología los anticuerpos (en un análisis de sangre). Hay veces que está tratada y sigue saliendo positivo, lo que es un falso positivo, y también al revés, que aunque está no sale. Por eso, en países de alta incidencia, (como centroeuropa) ante una picadura de garrapata se pone el tratamiento de forma preventiva. En España aún no se hace porque su incidencia no es alta. Aquí donde más hay por cuestiones climatológicas y de ganadería es en el norte del país», apunta Marta Guillán, secretaria del Grupo de Estudio de Neurología Crítica de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
Coincide Marcos Paulino, portavoz de la Sociedad Española de Reumatología y jefe del Servicio de Reumatología del Hospital de Ciudad Real, «el problema viene a la hora de establecer el diagnóstico. Debe existir uno previo claro y objetivo de Lyme puesto que los síntomas de astenia, artralgias, bajo ánimo, mareos, insomnio, cefalea, etc. son muy comunes en otras enfermedades mucho más frecuentes como la fibromialgia».
Y ese es otra dificultad añadida pues, tanto al poco de la infección como en la fase persistente, sus síntomas no son determinantes: «Al principio son síntomas muy inespecíficos, pseudogripales como febrícula, dolor de cabeza, cansancio... por lo que de no localizarse la picadura muchas veces pasa desapercibido y no se acude al médico. En la fase crónica son muy variados y copian, simulan, enfermedades autoinmunes incluso la esclerosis múltiple», continúa Guillán. Así, pueden aparecer síntomas nerviosos, desde afectación de nervios periféricos (los que van a brazos y piernas), produciendo alteración de la sensibilidad, fuerza o dolor de las extremidades, hasta cefalea, síntoma de la meningitis vírica, que «no es como la causada por el meningococo (bacteriana), sino leve o moderada y causa dolor de cabeza y fiebre, pero no complicaciones graves ni mortalidad alta, produciendo una baja inflamación de las meninges que se autorresuelve, aunque puede ser recurrente», asegura Guillán.
En cualquier caso, y como resume Rosa Mª Estévez Reboredo, investigadora de la Unidad de Zoonosis del Área de análisis de vigilancia epidemiológica del Centro Nacional de Epidemiología del ISCIII, «el desconocimiento de la incidencia real de la enfermedad en muchos países es bastante generalizado, motivo por el que el Parlamento europeo propuso la vigilancia epidemiológica de esta enfermedad en todos los estados miembros», y también por el que se llevó a cabo el estudio, para la posterior toma de decisiones de cara a establecer la vigilancia y otras acciones de Salud Pública.