Fuente: La voz de Galicia
Pablo Laso forma parte de la historia del Real Madrid de baloncesto. Una leyenda del banquillo blanco que acumula seis Ligas, seis Copas del Rey, siete Supercopas, dos Euroligas... Es además el entrenador con más victorias del club en la Liga Endesa y el que más partidos ha dirigido. Pero un infarto de miocardio el pasado mes de junio lo cambió todo. Su problema cardíaco le ha apartado del banquillo blanco. El Real Madrid rescindió el contrato con el técnico pese a que le restaba, todavía, una temporada de contrato.
La entidad basó su decisión en unos informes médicos que desaconsejaban a Laso seguir al mando después de su reciente infarto. «No adoptar esta decisión sería absolutamente irresponsable», zanjaba el equipo. Laso, por su parte, respondía: «Feliz de compartir con todo el mundo que tengo la confirmación plena y expresa de los médicos que me han atendido de que puedo entrenar profesionalmente a cualquier club de baloncesto». Palabras que levantaban la controversia: ¿está preparado para volver?
La popularidad de Pablo Laso trasciende del baloncesto. Sus vídeos de charlas encendidas en la banda, sus imágenes de acaloradas broncas a sus jugadores durante los tiempos muertos son famosas más allá de los aficionados de este deporte. El vitoriano vive el baloncesto con gran pasión, por eso la palabra «estrés» ha sido ligada de manera constante a su patología. ¿Pero ese nivel de estrés que supone ser entrenador del Real Madrid es tan alto como para provocar un infarto? ¿Es peligroso, habiendo padecido ya uno, volver a exponerse a esos niveles de presión? ¿Es una temeridad para su salud seguir ejerciendo? «Después de un infarto, se puede seguir trabajando. Evidentemente, hay muchos matices, ¿pero tener un infarto invalida cualquier actividad laboral? Rotundamente, no», dice de forma contundente Jesús María de la Hera, cardiólogo del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y miembro de la Sociedad de Cardiología Asturiana, de la que fue presidente y en la que ejerce como vocal.
El estrés es inherente a la vida. Se produce ante cualquier demanda ambiental, ya sea esta familiar, laboral o social. Ante un informe sin entregar, o un partido por ganar, la persona pone en marcha los recursos de afrontamiento de los que dispone. Existen dos tipos, a modo del hermano bueno, y malo. «El eustrés, también llamado estrés positivo, contribuye a dar la mejor respuesta ante una situación determinada», explica Fernando L. Vázquez, catedrático de Psicología Clínica en la USC. Esta forma de mecanismo tiene una función clave para la supervivencia, «ya que permite una rápida reacción a los problemas», sostiene el profesor.
En el otro lado de la balanza, el distrés, o estrés negativo. Dañino, pues acaba provocando sufrimiento y desgaste: «Es un estado de tensión, fatiga o dificultades, que aparece como consecuencia de un funcionamiento excesivo y continuo del mecanismo natural de protección ante situaciones adversas y prolongadas», señala Vázquez. Las cifras de este último no paran de aumentar. Prueba de ello es que la Organización Mundial de la Salud lo ha descrito como la «Epidemia de Salud del siglo XXI».
Estrés y salud cardiovascular: ¿están relacionados?
Dentro del amplio abanico de estragos que puede causar el estrés en quien lo padece, los síntomas físicos son casi protagonistas. Dificultades para conciliar el sueño, tensión o dolores musculares, temblores, dolor de cabeza, taquicardia, dolor en el pecho, malestar estomacal, y un largo etcétera. ¿Puede el infarto añadirse a esta larga lista?
Existe evidencia que pone sobre el papel la posibilidad de que un período brusco de estrés sea un factor precipitador en el infarto agudo de miocardio y en la muerte súbita. «Siempre se ha considerado un factor de riesgo cardiovascular. No solo de por sí, sino porque también se asocia a hábitos de vida menos saludables como dormir peor, tener un horario de comidas más desordenado o fumar», señala Rafael Vidal, miembro de la Sociedad Gallega de Cardiología. De esta forma, es difícil discernir qué variable tiene mayor responsabilidad en el infarto. Para la doctora Raquel Campuzano, presidenta de la Asociación de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardíaca de la Sociedad Española de Cardiología, el estrés está ligado a efectos biológicos directos como por ejemplo «el aumento de la tensión arterial o la frecuencia cardíaca», así como a otros de riesgo socioeconómico y de conducta: «Pobreza, aislamiento, peor adherencia a la medicación o la propia dieta», señala la experta.
Más allá, «el estrés también puede ser un desencadenante de una cardiopatía por estrés, también conocida como el síndrome de Tako-Tsubo», precisa el doctor Vidal. Es más, algunas investigaciones demostraron la diferencia entre la isquemia inducida por estrés mental, y la clásica, vista en las pruebas de provocación. El primer supuesto no tiene relación con la carga de trabajo del corazón, sino con el estado adrenérgico. «Aparece en casos de extrema gravedad, como un accidente o una muerte de una persona cercana, y se debe sumar a que exista mayor predisposición a sufrir infarto», destaca el miembro de la entidad gallega. Vaya, que un disgusto puede romperte el corazón.
La última prueba al respecto es que este tipo de alteración emocional se ha incluido como factor de riesgo en la última Guía Europea de Prevención Cardiovascular: «En este documento se indica que el estrés psicosocial se relaciona, con un patrón dosis-respuesta, con el riesgo de desarrollo y la progresión de la enfermedad aterosclerosa, independientemente de los factores de riesgo convencionales y de sexo», precisa la doctora Raquel Campuzano. Algo que a su vez influye en otros estresores como la soledad, el aislamiento y los acontecimientos de vital importancia.
Tras un infarto, cuánto tiempo debe pasar hasta volver a trabajar
Una vida normal después de un infarto no solo es posible, sino que es algo de lo más común. Con todos sus matices. «Depende del infarto y depende del trabajo. Los infartos son como los golpes: los hay pequeños y los hay muy grandes y que te dejan muy incapacitado», comenta José Manuel Vázquez, jefe del servicio de cardiología del Complejo Hospitalario de A Coruña (CHUAC). Dice el sanitario que, en ocasiones, es la ley y no la salud la que impide la reincorporación: «Hay legislación que impide seguir trabajando. Por ejemplo, si un piloto de aerolínea ha tenido un infarto no debe seguir trabajando aunque el evento no haya sido complicado. Está claro que si lo hiciese conllevaría un riesgo grave para otras muchas personas». Pero la realidad española es que estos casos son minoritarios. «En la mayoría, los infartos se recuperan sin que el corazón quede muy dañado», apunta el responsable del servicio coruñés.
La gravedad de un infarto dependerá de:
¿Cuánto tiempo se debe esperar antes de reincorporarse al mercado laboral? «Si el infarto no ha sido complicado, en más o menos en cuatro semanas, el paciente podría reincorporarse a su vida laboral sin problema», explican los expertos que recomiendan una vuelta a la rutina paulatina.
Además, deberán tenerse en cuenta algunos condicionantes legales. «Por ejemplo, no está permitido conducir hasta pasadas tres semanas. Legalmente, no puedes subirte a un avión hasta después de un mes». Así, la vuelta a la actividad laboral deberá ser evaluada desde un punto de vista médico.
Lo ideal es que no queden secuelas clave (capacidad de contracción del corazón y descartar otras arterias afectadas), que se controlen los factores de riesgo y hacer un programa de rehabilitación cardíaca que debe cumplirse, «aunque no están disponibles en todos los hospitales de España», precisa el doctor Rafael Vidal.
La rehabilitación cardíaca y el ejercicio como medicina
Hecho todo esto, la persona podría empezar a trabajar, ¿por qué no?», se pregunta De la Hera que pone énfasis en la importancia de someterse al programa de rehabilitación cardíaca: «Salva vidas. Igual a alguno le parece una tontería, pero salva vidas. Es igual de importante el después que el llegar rápido al hospital ante los primeros síntomas».
Más allá de la medicación, existe una píldora mágica que funciona en todos los casos. El ejercicio físico: «El infarto es de las pocas enfermedades crónicas que cuenta con protocolos tan claros», indica el doctor Miguel del Valle, presidente de la Sociedad Española de Medicina del Deporte (Semed).
El especialista lo divide en tres fases: «Una primera que debe empezar en el hospital, paralela al ingreso del paciente. Aquí debe estar controlado por un especialista, y puede subirse a una bicicleta estática o una cinta de caminar», explica el doctor del Valle. La segunda fase cobra vida en el hogar de la persona, «continuando con la misma actividad», y controlado, igualmente, por un experto. De esta forma, la rehabilitación culmina con la tercera parte, «cuando el paciente se maneja por sí mismo y la mantiene para siempre». De lo contrario, los efectos beneficiosos del ejercicio desaparecen. Tal es la importancia, que para el presidente de la Semed, «el ejercicio físico es fundamental y debe estar prescrito en todos los infartados como una pastilla», concluye.
El estrés del entrenador de élite frente al revés del taxista anónimo
Las broncas que Pablo Laso solía echar a sus jugadores en la banda tienen hasta su propio nombre. En los círculo de los amantes del básquet se las conoce como «lasinas», retransmitidas a todo el mundo en alta definición. Y este es un factor clave. Si el caso del entrenador vitoriano ha generado tanto debate es porque sus estados de exaltación han sido televisados durante once temporadas dejando en bandeja el argumento fácil: «Se veía venir, es que ese nivel de estrés tenía que acabar pasando factura».
Hay cosas que no admiten discusión: fumar, un nivel alto de colesterol en sangre o la hipertensión son factores de riesgo para sufrir un infarto pero, ¿ser entrenador del Real Madrid lo es?