De una manera o de otra, el verano suele ser sinónimo de días de descanso y desconexión, ya sea a orillas de la playa o en el sosiego del pueblo. Y si no, al menos, de bajar un poco el frenético ritmo del día a día. Por eso, la llegada de septiembre trae consigo una amarga sensación de vuelta a la realidad que en algunos casos puede jugar una mala pasada para la salud.
«Los expertos lo definen como síndrome postvacacional, y hace alusión a un proceso de adaptación natural que suele producirse de forma transitoria cuando después de las vacaciones la persona accede de nuevo a su puesto de trabajo y presenta un menor rendimiento. Los síntomas pueden ser de dos tipos: a nivel psicológico suelen ser sensación general de que todo se hace cuesta arriba, desmotivación, problemas de sueño, tristeza, irritabilidad, ansiedad, angustia, dificultad para concentrarse, para atender, pensar o tomar decisiones, dificultad para sentir placer, interés o satisfacción. Sin embargo, a nivel físico se observa fatiga, agotamiento, mareos, palpitaciones, dolor de cabeza, tensión, falta de apetito…», explica Elena Olaiz, psicóloga especializada en psicoterapia breve estratégica, quien advierte de que «en el caso de que la sintomatología se prolongase más de dos semanas habría que valorar, pues podría generar un trastorno de ansiedad o de depresión».
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