Este año, la Organización Mundial de la Salud, ha clasificado el ictus como una enfermedad del sistema nervioso en la 11ª Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud, que, a diferencia de otros años, estaba incluida dentro de las enfermedades del apartado circulatorio.
Esta patología cerebrovascular de gran impacto sanitario y social es la primera causa de muerte en mujeres españolas y la segunda en la población adulta de España. Además, se considera una urgencia médica, lo que se traduce en una necesidad de proporcionar una respuesta prácticamente inmediata de profesionales sanitarios. De hecho, tras la aparición de síntomas cada minuto produce la muerte de alrededor de dos millones de neuronas. Sin embargo, gracias a que actualmente se actúa con mayor rapidez y se proporciona un tratamiento en su fase aguda, las consecuencias son menos devastadoras.
Es una patología cerebrovascular que tiene lugar como consecuencia de una alteración de la circulación cerebral, que produce una interrupción momentánea o definitiva del funcionamiento de una o diversas áreas del cerebro.
Los síntomas aparecen de forma repentina y se debe solicitar la intervención sanitaria nada más se identifique. Estos son los siguientes:
Se produce una pérdida de fuerza en la mitad del cuerpo o rostro. Cuando afecta solamente a una extremidad se trata de monoparesia, cuando afecta a un lado completo del cuerpo es hemiparesia. También pueden darse monoplejías, hemiplejias, paraparesias o paraplejias.
Una forma de identificar a una persona que está sufriendo un ictus, es pidiéndole que realice lo siguiente:
Existen dos tipos de lesiones causadas por el ictus. En primer lugar, el ictus isquémico es el más común, con una incidencia de entre 80 y 85% de los casos. Tiene lugar debido a la obstrucción del vaso sanguíneo, lo que obstruye el flujo sanguíneo y, por tanto, la oxigenación del cerebro. Las causas son por:
En segundo lugar, el ictus hemorrágico o comúnmente conocido como derrame cerebral, afecta entre el 15% y el 20% restante de los casos. Este está producido por la rotura de una arteria o malformación del cerebro. Según la zona afectada se distingue el ictus hemorrágico cerebral que afecta a las regiones más profundas del cerebro, mientras que el ictus hemorrágico subaracnoidea, afecta a las regiones más superficiales. En este caso, la hemorragia causada por la rotura del vaso cerebral comprime el sistema, impidiendo el riego normal del cerebro y lesionando el tejido de este con la consiguiente alteración en el equilibrio químico que las neuronas precisan para funcionar correctamente. Existen diferentes causad por la que los vasos sanguíneos pueden romperse que se mencionan a continuación:
El ataque isquémico transitorio (AIT) o ictus transitorio, son episodios breves de una disfunción neurológica, en otras palabras, es un ictus de tipo isquémico, aunque con la diferencia de que los síntomas tienen una menor duración (menos de 24 horas). Además, en este caso, el vaso sanguíneo que se ha bloqueado se desbloquea por sí solo, aunque esto no le exime ya que debe tratarse como un ictus y por tanto, es una emergencia médica.
Las lesiones neurológicas de un ictus se recuperan parte o totalmente en un tiempo variable. Las secuelas varían en función de la zona afectada y su extensión, pudiendo producir variaciones en: el control motor, sensoriales, de deglución, de la comunicación, cognitivas, conductuales y emocionales.
Los siguientes 3-6 meses son cruciales para el progreso de readaptación. Asimismo, se recomienda una rehabilitación para minimizar los déficits que la persona puede experimentar y mejorar su recuperación. Ciertas habilidades como el lenguaje y el equilibrio pueden mejorar hasta 2 años después.
La rehabilitación debe iniciarse lo antes posible y preferiblemente, dentro de la primera semana tras el ingreso. Esta contará con un equipo multidisciplinar formado por logopedas, fisioterapeutas, neuropsicólogos, neurólogos, neurofisiólogos, terapeutas y trabajadores sociales. Resulta imprescindible que tanto los propios pacientes como los familiares y cuidadores se involucren en su recuperación.