La enfermedad de Alzheimer (EA) es la forma más común de demencia, caracterizada por trastornos cognitivos y conductuales progresivos. Un tratamiento adecuado es esencial para alargar el tiempo de aparición de las deficiencias cognitivas y de la demencia irreversible, fenómeno que muchos autores consideran debe acompañarse de un diagnóstico temprano, más aún teniendo en cuenta el envejecimiento de la población mundial y los enormes costos sociales causados por esta enfermedad.
La valoración neuropsicológica sensible es viable, pero también compleja porque es difícil de realizar de forma rutinaria para la población de edad avanzada. Las pruebas de imagen, como la PET-CT, detectan depósitos tempranos de amiloide, pero son métodos costosos que, además, exponen a los pacientes a la radiación.
Los biomarcadores biológicos provienen principalmente de pruebas invasivas, como la del líquido cefalorraquídeo (LCR) y de sangre que, no obstante, parecen ser eficaces para el diagnóstico precoz. También la composición de la orina es compleja y puede reflejar cambios sensibles en el metabolismo y las lesiones. Algunos estudios han demostrado que los biomarcadores urinarios tienen el potencial de detectar pacientes con EA.
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