FUENTE: Levante
Hace casi seis siglos, cualquiera que quisiera ejercer como boticario en Valencia y provincia debía de cumplir una serie de estrictos requisitos como tener seis años previos de práctica, pasar un examen verificado por cuatro expertos y abrir tu propia botica, eso sí, nunca al lado o frente a otra. Además, debías pasar un nuevo examen para actualizarte si dejabas de ejercer durante tres años y, por supuesto, tenías que estar colegiado para ejercer. Más allá de la formación, poco ha cambiado en una profesión tan antigua como la medicina y que se preocupó pronto en Valencia por tener sus propias reglamentaciones a través de un colegio oficial que fue concedido en marzo de 1441 y que ponía orden en un gremio ilustrado y reconocido socialmente.
Fue el primero en España y está considerado también como el primero de todo el mundo, ya que por las atribuciones y reconocimientos distaba mucho de las cofradías o gremios que ya existían en las entonces ciudades-estado de Italia. Hoy, 575 años después, el Muy Ilustre Colegio Oficial de Farmacéuticos de Valencia, Micof, quiere dedicar este año a resaltar la efeméride con varios actos que comenzaron esta semana. Entre ellos, el doctor en Farmacia Vicente Baixauli ofreció un recorrido visual por los seis siglos de historia desde los primeros testimonios escritos sobre el peso social y las reglamentaciones de los boticarios hasta las vicisitudes de la institución tras la llegada al poder de Felipe V o el papel de los farmacéuticos y de su colegio, ya reconocido como Muy Ilustre, durante el siglo XX.
Para Baixauli no fue casualidad que el primer colegio profesional se creara en Valencia, tanto por la dimensión política y social que la ciudad tenía en el siglo XV como por las (buenas) influencias científicas que llegaban de Italia. «En Salerno estaba desde el siglo XIII la mejor escuela de medicina y farmacia que había en aquel momento y que unía la base grecorromana al conocimiento árabe y judío», explica.
El saber fluía y ya en documentos de principios del siglo XIV se reconoce el peso del gremio de los farmacéuticos –entonces boticarios o especieros– y las primeras leyes que los protegían, como en los Fueros de Alfonso el Benigno. Era cuestión de tiempo que aquel gremio ilustrado «que sabía latín, porque era la lengua oficial, valenciano porque era la del pueblo y árabe, además de expertos en botánica, entre otros aspectos», pidiera un colegio que les diera autonomía orgánica, funcional y profesional. La institución que lo logró se constituyó vía privilegio real el 20 de marzo de 1441.
Gracias a la consideración de la reina María de Aragón y Sicilia, esposa de Alfonso V el Magnánimo, los boticarios pasaron a tener un colegio profesional al que ya entonces debían de adherirse para poder ejercer y que puso la normativa para acceder a la profesión e incluso los precios oficiales que las fórmulas y jarabes debían tener en todas las boticas de la provincia «para evitar el intrusismo y los abusos», apunta Baixauli.
El colegio, sin sede, llegó a un acuerdo dos años después con las monjas del convento de la Magdalena que, por aquel entonces, ocupaba parte de los terrenos del actual mercado central, frente a la Lonja. «Se necesitaba mucho nivel para ejercer y además los fundadores e integrantes tuvieron visión de futuro en las decisiones que fueron tomando», añade el doctor. Así, en1449 se compila el Libro de los Fueros, Privilegios y Capítulos del colegio de farmacéuticos del reino de Valencia que ya incluía tanto la reglamentación como los medicamentos que podían formular y su precio. De entre ellas, todavía hay «algunas activas», según el experto. Por aquel entonces había 24 boticarios en Valencia que atendían a una población de unos 100.000 habitantes. El ejemplar, restaurado, se conserva todavía en manos privadas.
Siglo y medio después, el colegio da un paso de gigante atendiendo a la visión de futuro de la que ya había dado muestras y edita la primera farmacopea mundial, tal cual está hoy por hoy reconocida por la OMS. «Había muchas fórmulas de padre desconocido que bebían de la antigüedad y apostaron por revisar todas las que habían perdurado y poner por escrito su composición y forma de preparación para asegurar la calidad. Además este catálogo era de carácter obligatorio para todas las boticas ya que normalizaba las elaboraciones con los mismos ingredientes, mismo peso y concentración como una actual», explica Baixauli.
Además, recibió la sanción administrativa del virrey, el visto bueno de los médicos y hasta el privilegio real de que no fuera editada por nadie durante 10 años. El apogeo del colegio y de sus privilegios se acaban, como muchos otros, con la llegada al poder de Felipe V. Los boticarios pasan a depender de Castilla pese a sus airadas protestas ante el rey y durante más de 100 años desaparecen testimonios gráficos de la actividad del colegio oficial. Baixauli los vuelve a encontrar en 1866 con un presupuesto de ingresos de la institución. Por aquel entonces ya era necesario tener el título de Farmacéuticos para ejercer que solo se expedía en cuatro facultades españolas ya que el experimento de la Facultad Libre de Farmacia de Valencia duró lo que el presupuesto de la diputación. Según los documentos gráficos recopilados por el doctor, en 1903, había 185 farmacéuticos colegiados «y todavía ninguna mujer». Solo faltaban 13 años para que Alfonso XIII premiara a la institución con el título de Muy Ilustre, un reconocimiento del que se cumplen cien años y que rubricaba, de algún modo, la importancia de un colegio profesional único.