Dejar un par de horas entre la cena y la cama sería lo ideal. Sin embargo, no es algo que tengamos por costumbre. Sus efectos a largo plazo deberían hacernos cambiar de hábitos

Haciendo honor al famoso eslogan publicitario de la España de los años 60, "Spain is different", los españoles siguen diferenciándose de la mayoría de los europeos en muchas cosas, entre ellas, en los horarios para sentarnos a comer. Una diferencia que existía en aquel entonces y que hoy continúa firmemente enraizada. De hecho, somos los que más tarde cenamos, entre las 21:30 h y las 22:30 h, unas tres horas más tarde que los alemanes y cuatro después que los holandeses.

Una costumbre social con efectos en la salud

La cuestión es que estas cenas tardías lo son todavía más durante la época estival, ya que durante estos meses se añaden dos factores: por un lado, que los días son más largos; y por otro, que no hay que madrugar al día siguiente para ir a trabajar.

Ahora bien, dejando a un lado el posible análisis sociológico del asunto, pondremos el foco en su implicación sobre la salud, en cómo la hora a la que comemos, y más concretamente, cenamos, afecta al buen funcionamiento del aparato digestivo, del resto de sistemas del organismo y, por tanto, a la salud en general.

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