Isabelle Lousada tenía poco más de 30 años cuando colapsó en su boda en Filadelfia en 1995. Lousada, arquitecta londinense, había sufrido una década de síntomas misteriosos: hormigueo en los dedos, tobillos hinchados y vientre distendido por su hígado agrandado. Los médicos a los que consultó inicialmente sugirieron que tenía síndrome de fatiga crónica, o que había estado de fiesta y bebiendo demasiado.
Pero su nuevo cuñado, cardiólogo de profesión, intuyó que algo más debía estar pasando. Una nueva serie de consultas médicas la condujo, finalmente, al diagnóstico correcto: unas proteínas con malformaciones se acumulaban en su torrente sanguíneo y en sus órganos. Esos grandes pegotes de proteína se llaman amiloide y el diagnóstico de su enfermedad fue amiloidosis.
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