Decíamos ayer que los posibles riesgos para la salud de los tatuajes aún son desconocidos; se sabe “sorprendentemente poco”, según la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC). Esto se debe a que la popularización masiva de los tatuajes es una moda relativamente reciente, por lo que todavía no hay grandes estudios poblacionales a largo plazo, que ahora están comenzando.
Es más, hay ciertos obstáculos a la investigación que dificultan el avance del conocimiento; por ejemplo, en Alemania la normativa ética de experimentación con animales prohíbe ensayar las tintas en este tipo de estudios porque el tatuado es una opción voluntaria, y por lo tanto no se cumplen los requisitos para el estudio de la acción de otros compuestos como los fármacos.
Los motivos para la preocupación nacen de informes de casos y estudios en grupos pequeños que han encontrado una cierta asociación (importante, SIN demostración de causalidad) entre tatuajes y cáncer o enfermedades del sistema inmune. Sobre todo antes de la nueva regulación europea de 2022-23 (y aún hoy en los lugares donde no hay legislación estricta, como EEUU), las tintas contenían numerosos compuestos cancerígenos. Entre lo poco que se sabe con certeza está que parte de la tinta se disemina por el organismo, por lo que, según la IARC, “los potenciales efectos sistémicos de los tatuajes no se limitan a la dermis, sino que podrían incluir también varios tipos de linfoma, así como cánceres de riñón, vejiga e hígado”.
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