Muchas dietas se desarrollan con el fin de mejorar algunas enfermedades. Popularizarlas es peligroso porque no beneficia a quien no las necesita y las desprestigia

Comer y saciarse está bien, pero tener la sensación de haber comido demasiado, aunque en realidad no haya sido más que una ensalada, unas verduras rehogadas o un plato de lentejas, es poco placentero. Hace tiempo que los científicos identificaron las moléculas que contienen muchos alimentos y que son capaces de activar una variedad de síntomas intestinales que van desde hinchazón abdominal y gases hasta diarrea o estreñimiento.

Se trata de unos carbohidratos de cadena corta –fermentables, oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y azúcares polialcoholes– agrupados bajo el acrónimo FODMAP, difíciles de absorber y fácilmente fermentables. “Estos hidratos de carbono permanecen durante un tiempo en el intestino (especialmente en el colon) y atraen agua, con lo que aumenta el volumen del intestino”, explica el inmunólogo Eduardo Arranz, del Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM) de la Universidad de Valladolid-CSIC. “Al mismo tiempo –prosigue–, [los FODMAP] son una diana perfecta para la fermentación debido a la microbiota intestinal, con lo que además de agua se forma gas”.

El resultado de estos procesos para las personas que son intolerantes a estas moléculas son esas temidas molestias abdominales. Pero saber con certeza que, realmente, alguien es intolerante a los FODMAP “es muy difícil de diagnosticar debido a que no existen marcadores biológicos que revelen ese problema”, sostiene Arranz.

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