Todo el mundo está preparado para sufrir los efectos del jet lag cuando vuela a algún lugar lejano. Pero ¿hay algo más que deba preocuparnos? La respuesta es sí. Independientemente de si viajar en avión nos resulta placentero o incómodo, lo cierto es que nuestra fisiología se ve afectada de alguna forma cuando nos sometemos a un vuelo prolongado.
No cabe duda de que el organismo humano está genéticamente adaptado para estar lo más cerca posible del nivel del mar. Ni siquiera vivir en lugares a gran altitud es cómodo para cualquiera que no haya nacido allí. ¿A qué se debe esto? Pues a los efectos de dos factores: la presión atmosférica y la presión parcial de oxígeno.
Una columna de aire sobre nuestras cabezas
La presión es una magnitud física que se define como la derivada de la fuerza con respecto al área o como la fuerza ejercida de manera perpendicular a una unidad de superficie. A nivel del mar, nuestras cabezas soportan el peso de una columna de aire de más de treinta kilómetros de altura, lo que equivale a 1 atmósfera de presión (1,01325 bares o 101 325 pascales).
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