«Un día vino a casa y tenía una mirada muy rara. Abría los ojos, así, como que le pasaba algo, y me preguntó si yo le había llamado y le dije que no. Fue allí donde me confesó que oía voces. Al día siguiente fuimos al médico y nos mandaron al psiquiatra. Dijeron que tenían que ingresarlo una semana, le pusieron una medicación, pero no le hacía efecto». Así comienza a contar Bárbara, (el nombre es supuesto porque quiere mantener el anonimato) cómo descubrió que su hijo de 16 años, 24 hoy, sufría el trastorno mental de esquizofrenia.
«Me contestaba, era más agresivo y teníamos discusiones cada dos por tres», recuerda. Además, «empezó a decirme como que le hablaba la televisión o alguien comunicaba con él y tenía que salir de casa porque había quedado en el monte con no sé quién. Él salía y se iba solo. Y luego, poco a poco, empezó a afirmar que tenía un don, que podía oír voces y hablar con la gente, como telepáticamente».
Su hijo sufre uno de los trastornos mentales más difícil de categorizar y detectar: la esquizofrenia infanto-juvenil. «En un 15% de los casos de personas con esquizofrenia, el primer episodio psicótico ocurre por debajo de los 18 años. Cuando el trastorno comienza en la infancia y en la adolescencia, suelen responder peor al tratamiento farmacológico y psicológico», explica Celso Arango, director del Instituto de Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón y psiquiatra especializado en el área infanto-juvenil.
Noticia completa en El Mundo.