Julio de 2023, once y media de la mañana en el centro de Salud Mental del Hospital del Tajo, en el sur de Madrid. La sala de espera está repleta de pacientes. Allí se mezclan adultos y adolescentes. Le toca el turno a Carmen (16 años), diagnosticada de anorexia, y a sus padres. Entran en la consulta, hablan con el psiquiatra infantil y a los 10 minutos los progenitores salen y dejan a su hija con el especialista. A partir de aquí, lo que el paciente y el médico hablen en la consulta se queda allí, así se lo ha hecho saber el médico a sus padres para cumplir con la cláusula de confidencialidad, salvo que haya información relevante para ellos.
La atención se centra básicamente en el paciente, pero ¿y la familia? “Los padres y hermanos se quedan al margen, por eso intentas buscar apoyo e información por otras vías. En cuanto a la atención al paciente, solo con la sanidad pública no es suficiente porque la consulta es una vez al mes. Además, hay que buscar un psicólogo de apoyo en la privada para que vea al paciente semanalmente”, explica Martina (nombre ficticio), médico de profesión en un hospital de Barcelona y madre de David (nombre ficticio), de 12 años, diagnosticado de anorexia desde hace tres meses. “En la pública las consultas se programan con poca frecuencia y tienen un tiempo muy limitado, por lo que no queda margen para las familias, que se sienten totalmente desamparadas, solas y con mucho miedo a equivocarse”, sostiene Bárbara Alcaide García, psicóloga experta en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) del Servicio de Atención a Familias y Personas Afectadas de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB). “Sin embargo”, prosigue, “la familia es un pilar básico, porque que esté informada y preparada va a facilitar la recuperación”.
Noticia completa en El País.