Discutir es sano y puede ayudarnos a sanar nuestras relaciones, si sabemos cómo hacerlo, defendiendo nuestros puntos de vista y respetando los ajenos, sin darle cabida a la agresividad

¿Alguna vez has tenido que responder o corregir a un amigo o amiga acostumbrados a opinar sobre todo y sobre todos “sin filtrar” lo que dicen? ¿O quizá te has visto obligado a soportar las exigencias de un jefe por no saber como explicarle “de manera diplomática” que las consideraba desmedidas? Es importante aprender a manejar las conversaciones incómodas.

En otras ocasiones, tal vez hayas comprobado que una situación aparentemente trivial como elegir qué serie veremos esta noche con nuestra pareja o familia puede generar una serie de roces y “tira y afloja” no exentos de cierta crispación .

Nuestra vida de relación está repleta de pequeños y grandes conflictos cotidianos, que a menudo nos esforzamos por evitar, “pateando la lata hacia adelante”, es decir trasladando la solución del problema hacia un futuro difuso en lugar de resolverlo ahora.

A veces, evitar una discusión tiene el efecto colateral de elevar la tensión latente entre nosotros y la persona que tenemos enfrente, igual que aumenta la presión dentro de una olla exprés.

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