Las emociones aflictivas se viven con malestar y angustia. Sin embargo, esto se debe a que aún no hemos podido aprender de ellas

Muchas veces denostadas, otras tantas subestimadas. Hoy un poco más entendidas y aceptadas. Las emociones aflictivas, en particular, suelen ser evitadas y negadas por las personas.

Lo que sucede es que nos quedamos con una primera evaluación de ellas: causan malestar y angustia. Incluso, en ocasiones, nos superan y nos llevan a actuar desde el impulso.

Sin embargo, desde una lectura más profunda y con conocimiento, las emociones cumplen la función de alertarnos sobre nuestros estados internos para que podamos ser promotores de un cambio. Veamos de qué se trata y por qué es tan importante no desoírlas.

¿Qué son las emociones aflictivas?

Pensar en las emociones aflictivas nos invita a reflexionar sobre la doble cara de una moneda. Sabemos que existe la alegría porque también conocemos la tristeza. Comprendemos el desengaño porque también conocimos la confianza.

Así, las emociones aflictivas se caracterizan porque afectan la relación con nosotros mismos y con el entorno, poniendo un énfasis excesivo en lo malo y lo negativo. Además de la sensación psicológica de malestar, también pueden tener un correlato físico: sentir que nos sube la rabia por la cara o que empezamos a sudar.

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