Una rutina diaria o al menos de tres días a la semana es clave para mantenerla, aunque la estrategia más adecuada es combinarla con ejercicios de fuerza y cardiovasculares

La ciencia estima que entre los 25 y 40 años comienzan los procesos en los que gradualmente perdemos capacidades físicas. Depende mucho de cada persona, de su genética, de si lleva un estilo de vida sedentario o activo, del tipo de ejercicio físico que practica o de si ha tenido lesiones previas. No obstante, está establecido que más o menos en torno a los 30 años podemos empezar a perder flexibilidad.

El cuerpo experimenta cambios fisiológicos que afectan a la flexibilidad, como explica Jonatan Alonso Morte, médico portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y licenciado en Fisioterapia: “Los músculos y ligamentos tienden a volverse más rígidos por la pérdida de elastina y colágeno, proteínas que otorgan elasticidad y resistencia a estos tejidos. También se produce menos líquido sinovial, que es el lubricante de las articulaciones, lo que reduce la movilidad”.

Con el paso del tiempo, además, los tejidos y músculos se deshidratan, limitando aún más la flexibilidad. La pérdida de masa muscular o sarcopenia y el desgaste de las articulaciones, que por ejemplo derivan en artrosis, es otro factor que contribuye a la rigidez.

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