El descanso es trabajo. Al menos, para el cerebro. Una vez que caemos rendidos en la cama, el órgano empieza a procesar todo el conocimiento que se ha ido obteniendo durante el día. Así, lo que ayer era información de corto plazo, frágil y limitada, hoy es una información más resistente. El ayer y hoy lo separa un sueño reparador, el mismo que ha favorecido este proceso conocido como consolidación de la memoria.
Sin embargo, tres elementos hay que tener en cuenta para afirmar que un sueño ha sido de calidad: la duración, que oscila entre 7 y 9 horas en la población adulta; la continuidad, pues los periodos de sueños deberían ser continuos y sin fragmentación; y la profundidad. Tres puntos clave con los que el 48% de los españoles mayores de 18 años no cuentan, según la Sociedad Española de Neurología (SEN).
“El sueño es fundamental para la salud. Principalmente, para la cerebral porque dormir mal influye en la memoria y el aprendizaje y aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades neurológicas como el Alzheimer o la enfermedad cerebrovascular”, afirma Ana Fernández Arcos, coordinadora del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y Sueño de la SEN.
En este sentido, una mayor duración del descanso se asocia con una mejor retención de la información. El tiempo entre el aprendizaje y el periodo de sueño también parece influir sobre el resultado en la memoria, según apunta una revisión, que añade que un intervalo corto entre el aprendizaje y el sueño parece ser mejor que un intervalo más largo. Además, aclara que la forma en la que el sueño promueve la consolidación de la memoria no se conoce con precisión.
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